El 29 de junio, en el espacio de Télam en YouTube, aparece el video “Cristina presentó a los candidatos del Frente para la Victoria”. En los primeros siete minutos de la transmisión televisiva, en ese condensado del comienzo, anida la construcción de una fantasía técnicamente impecable. Espero que los lectores hayan disfrutado del film Los Intocables, allí, Brian De Palma recrea la escena de la escalinata y la madre bajando con su hijo en cochecito de El acorazado Potemkin de Eisenstein. La reconstrucción no ocurre entre las balas de los represores zaristas sino en el tiroteo entre los mafiosos y Ness, emblema ético de la bondad, que salva al crío y con él al futuro. Allí, la cámara lenta construye el detalle que hace de lo casual un causal épico. ¿Y eso qué significa? Que el registro visual con el que se construyeron los primeros siete minutos de la presidenta de los cuarenta millones de argentinos en dicha presentación de candidatos es una síntesis depurada (estamos en campaña, por eso la economía y precisión) de lo que fuera la apertura de las Sesiones Ordinarias del Congreso Nacional, suceso del 1º de marzo pasado.
Ese día, durante más de una hora, sin cadena nacional (pero replicado en todos los canales adeptos), se retrató el inicio de la sesión, el rostro de cada uno de los ministros, los diputados, quiénes en los palcos (actores, militantes profesionales con grado de luchadores sociales, representantes de las organizaciones de derechos humanos, y otros más), los cánticos tribuneros, las banderas y personas que se ubican en los alrededores del Congreso... Todo para derivar en lo que será un recorrido: del helicóptero tras la Casa Rosada hasta las escalinatas.
Es notable la noción de continuo en este registro documental. Esa hora de expectativa, el montaje de imágenes simultáneas para dar al espectador la sensación de que está ahí, en esa trayectoria vital del retratado, incluye ubicarse a su lado, viendo lo que ella ve, acompañando. Cristina es humana, sencilla, de fuerte carácter, camina sin dudar, adusta, sonríe a la masa, a ellos ofrece su gesto distante, por eso está ahí, para conducir, hablar, dar órdenes y vigilar que se cumpla el mandato que representa. Pero, y aquí llegan los peros, no es Madonna en un making off, aunque lo parece.
La excelente puesta en escena, el montaje en vivo, es de un nivel superlativo, comparable a los recitales de las superbandas de rock, a las transmisiones de mundiales de fútbol y rugby, incluso, a la madre de lo simultáneo, la Fórmula Uno. Pero no se trata de un espectáculo, ¿o sí? ¿Es el poder un espectáculo? De ser así, Cristina es una magnífica actriz, un personaje que encapsula perfectamente lo que representa, incluso luce natural, cómoda. ¿Cuándo ocurrió tal metamorfosis? Y aquí aparece el cruce, ¿Cristina es su relato (esa escena clave) y el relato es Cristina?
¿El sujeto es el mensaje y viceversa? Ahora vayamos a lo escrito, al valor de las palabras, donde el registro está despojado de la cámara y el montaje, donde caen las máscaras.
Es evidente que el estado presidencial es el de campaña política permanente. En los medios no hegemónicos que funcionan como difusores de la propaganda oficial abundan las notas-mensaje de obra con cercanos llamados a licitación de municipios y reparticiones del Estado. Apoya esto el nuevo lanzamiento de Tecnópolis en una pieza gráfica digna de un casino, al igual que las tarjetas de crédito promocionadas por el Banco
Hipotecario, cuyo rol histórico mutó en financiero, lejos de lo popular y necesario. Ese conjunto de la palabra escrita, donde se da por sentado que un proyecto ya está en marcha, es lo real aunque no exista un solo cimiento para la edificación. La promesa ya es —qué extraño, ¿no?— la noción de soledad, de unicidad imprescindible que transmite Cristina, se expande entre todos sus candidatos y funcionarios. Más que discurso único, es la emisión de una sola voz que debe repetirse de manera infinita: quienes propagan son sus manos en acto, feroz consigna. Leyendo los más de cuatro mil mensajes de la cuenta de Twitter @CFKArgentina (las siglas y la patria, suma no menor, síntesis de matriarcado absoluto que alimenta y transforma) no existe una “Cristina sacada”, en eso disiento con PERFIL que le ha dedicado varios subrayados a tal glosa.
Parece sacada, pero es metódica, puntillista, y define lo que las redes sociales representan para la comunicación presidencial. El pasado 10 de junio escribía: “Es que también sirve para cuando te olvidás de decir algo en un discurso público.” Twitter como extensión, nota al pie, videograph (subtítulo de la imagen emitida), la parte que conforma un todo: construcción del mito con las herramientas visuales y virtuales. Ningún candidato tiene semejante aparato de difusión, tomen nota, ni de perduración y resonancia.
Luego está la cuestión de humanizar el artificio. De ahí que “lo sacada” resulta aparente. Cada intervención en Twitter se refiere a un acto de gobierno, un discurso, una noción legislativa o conflicto de poder, rebotando en Facebook, YouTube, dando a entender espontaneidad, multipresencia (en varios lugares del país). Ahora, ¿escribe ella?. Si leen con suma atención, podemos decir que no. El alguien que escribe es el personaje del registro documental, es la visión que en plano secuencia rodea al ícono para darle dimensión de estadista. El que escribe es la suma del trabajo de todo ese equipo servida en bandeja al televidente-votante. Incluso la carta que envió al papa Francisco fuera de todo protocolo, que llegó a levantar sospechas sobre su estado de salud, está confeccionada con sutil objeto: Cristina trasciende las fronteras, incluso las institucionales, resultando fresca y espontánea, sin importar la investidura, exponiéndose como una mamá irrepetible al escribirle al gran papá único... “Pero como ahora el Papa es argentino, debería hacerlo la Presidenta.” (Nótese la intimidad, ella da a entender que le escribe a un par, con quien comparte la relevancia histórica.) Luego: “...(acepté que fuera dirigida a Su Santidad bla, bla, bla, tampoco es cuestión de no aceptar nada).” Se refiere al entorno, al corset de la formalidad institucional que la aleja del contacto popular, con quien negocia el tono y desatiende consejos. ¿Cristina está sola, rodeada de inútiles que no la dejan ser ella misma? Entorno, una palabra siniestra que nos remonta al séquito del último Perón en Gaspar Campos. ¿Un mal anida ahí?
Mientras tanto, todos los movimientos indican lo contrario: la única preocupación es preservar esa unicidad, más si los jueces no son afines y pueden poner en riesgo la libertad individual de un ex presidente.
Por último, y como una estrategia dramática, el pasado 3 de julio Cristina “narró” en Twitter la situación de Evo Morales en Europa. En esos textos habla de Pancho, Rafael, Ollanta, Maduro, como si el lector ocasional participara de la interna y preocupación del ejercicio del poder. No se engañen: ni bajan de Sierra Maestra para defender la Patria Grande, ni se trata de destreza diplomática. Mojar la oreja del Golem lleva a desaires, como la retención de una fragata de puro valor simbólico. ¿Se trata de símbolos? ¿De claves sobrevaloradas? ¿Quién gobierna?