“Muchachos, apúrense, carguen las valijas y mochilas en el bus con cuidado. No se preocupen, le vamos a decir adiós al miedo para siempre”. El que habla es Abu Mohammed, de 55 años, un refugiado sirio en Yemen desde 2013. Se dirige a su tres hijos y a sus nietos, mientras suben a un colectivo. Después de haber pasado de provincia en provincia por dos años, Abu Mohammed decidió dejar Yemen por miedo a que sus hijos y nietos mueran alcanzados por misiles o disparos de la guerra en el país. Embarcó hacia Arabia Saudita, aún sin saber si recibiría una visa de tránsito para seguir hacia otro destino.
“Nos gusta Yemen, pero no quiero que mi familia sea víctima de la guerra. Ya tuvimos que escaparnos en Siria”, dice Mohammed. Sus nietos están felices de dejar una ciudad atacada con misiles cada día desde el 26 de marzo. Abu Mohammed y su familia son la mitad de los pasajeros del micro a punto de partir. La otra son yemeníes, en su mayoría niños o adolescentes, que tratan de dejar un país asolado por la guerra y por la falta de combustible, en el que tener acceso a las necesidades básicas se ha vuelto casi imposible.
Dentro, cuando el bus arranca, se percibe entusiasmo y excitación con la perspectiva de no vivir más bajo el atronador sonido de los misiles, al que todos se están acostumbrando. Los chicos tararean canciones, mientras el micro busca la autopista hacia Hodeida, una ciudad al oeste de Sana’a, la capital, que será la primera parada del viaje. Pero dos mujeres de una familia siria, sentadas en el fondo del vehículo, lloran por tener que dejar Sana’a. “Nos gusta la ciudad y los yemeníes son hospitalarios y amistosos”, explican a los otros pasajeros, inquietos ante las amenazas que deberían enfrentar en el viaje. Están muy preocupados ante la versión de que los Houtis desplegarían militantes en los puestos de control para buscar rivales entre periodistas y activistas. Horas después, mientras el bus se aproxima a Hodeida, los pasajeros se verán un poco más tranquilos ya que durante más de 480 kilómetros no habían visto huellas de “check-points” de Houtis.
Peligro bajo el sol. Pero en cuanto se ponen en camino al distrito Haradh, un territorio yemení en la frontera con Arabia Saudita, aparecen los primeros puestos de control, en una zona conocida como Al-Thahi, a unos 32 kilómetros de Hodeida. En esta región, los militantes Houtis detienen a los buses, y hacen descender a los pasajeros, cada uno con sus pasaportes, para estar seguros de que entre ellos no haya ningún “enemigo” mediáticos. Los Houtis miran con sospecha a los periodistas, que en los últimos meses vinieron revelando la violencia que desataron sobre la población desde que tomaron Sana’a, en septiembre del año pasado. Desafortunadamente, tres periodistas, incluyendo al autor de esta crónica, están entre los pasajeros. Cuando los Houtis hacen bajar a los pasajeros para identificarlos, retienen los documentos de los periodistas por cinco horas.
Todo ocurre en Al-dhahi a las 10 de la noche. En plena madrugada, los pasajeros comienzarán a sentirse incómodos con la demora. Algunos niños lloran. “Los periodistas deben haber hecho algo malo”, grita uno de los pasajeros, que no sabía cuáles eran los periodistas.
Militantes armados Houtis comienzan una redada para determinar si los periodistas que viajaban en el bus no eran “culpables” de haber escrito o divulgado críticas contra ellos, especialmente las relacionadas con las violaciones a los derechos humanos.
Un joven muy delgado con un poderoso rifle colgando del cuello abre una polvorienta computadora sobre una pequeña mesa mientras bombardeó con preguntas, muchas de ellas disparatadas, a los periodistas. Uno de ellos, ya harto, grita: “no somos terroristas, somos buscadores de la verdad”, pero sólo logra que el grupo pasara bajo el control de otros “detectives”, que contactan fuentes en Sana’a para chequear que los nombres de los periodistas no estuvieran en la lista negra. La respuesta de Sana’a llegará sólo a las dos de la mañana. Finalmente, los periodistas fueron liberados y pueden subir al bus, rumbo a Haradh, cuando el resto de los pasajeros ya creía que no podrían continuar mientras los periodistas viajaran con ellos. Pero el camino no será sencillo: antes de llegar, el vehículo tuvo que atravesar quince puestos de control; en cada uno de ellos, los periodistas tendremos que bajar y esperar a ser “investigados”.
El bus finalmente atraviesa el distrito de Haradh y llegó al paso de Tewal, en la frontera con Arabia Saudita, donde los yemeníes deben presentarse con su documento para poder ingresar legalmente a territorio saudí. Sin embargo, desde que estalló el conflicto muchas de las embajadas y consulados en Sana’a cerraron y por eso la mayoría de los pasajeros no tendrá visas válidas para entrar a Arabia Saudita.
Los oficiales de inmigración en Tewal, que trabajan bajo la supervisión de los Houtis, saben las circunstancias y condiciones que deben enfrentar quienes se escapan de Sana’a rumbo a su país vecino y por eso los extorsionan. Estafan a la gente y les cobran todo el dinero que tienen para poner los sellos que les permitan dejar el país. Quienes se niegan a pagar, no salen. Un hombre grande con su hija tuvo que pagar 1.600 dólares porque la joven no tenía la visa para Arabia Saudita. De todos modos, quienes sí tenían la visa deberán enfrentar otras exigencias y finalmente terminaban pagando para evitar ser enviados de vuelta al horror de la guerra.
La peor espera. El bus deja Tewal rumbo a Arabia Saudita a las seis de la mañana, momento en el que empieza una nueva tragedia. Los yemeníes, y ciudadanos de muchos otros países, tienen que esperar durante horas, y aun días, ante las oficinas de la autoridad inmigratoria saudita en la frontera antes de que se les permitiera entrar al país. Los sauditas le dan a los pasajeros una visa de tránsito de diez días de validez antes de seguir viaje a otros países, siempre que un ciudadano saudita llegue hasta la frontera para garantizar que esa persona no se quedará en el país más tiempo del permitido y que no cometa otros delitos. La mayoría de los pasajeros no conocen a ningún saudita, y por eso permanecen en la frontera durante días.
Los pasajeros sirios serán llevados a un campo de refugiados, porque no tenían ningún ciudadano saudita que les saliera de garante, mientras los yemeníes permanecerán en la frontera a la espera de que sus familiares, en Yemen o en Arabia Saudita pudieran ayudarlos.
Mientras retiran sus valijas del bus, los sirios se despiden de los yemeníes. Abu Mohammed dice entre sollozos: “el conflicto en Siria nos convierte en refugiados. Ahora ustedes también son refugiados, pero de otro país”. Mientras, su mujer y sus nietos saludan a los yemeníes, a los que podrían ingresar a Arabia Saudita, y a los que deberían quedarse en la frontera.
*Desde Arabia Saudita.