Hace cuatro días que muchas mujeres rememoran, lloran a mares, hablan con sus amigas, sus parejas, sus hermanas o llaman a la línea 137. Hace cuatro días que decenas de especialistas asesoran, escuchan, acompañan, responden. Hace algunas horas comenzaron los coletazos del descrédito y la revictimización de quienes se atrevieron a poner palabras a lo que estaba acallado. La denuncia de Thelma Fardin contra Juan Darthés y la conferencia de prensa de la Colectiva Actrices Argentinas destaparon un tramado de silencios, complicidades y vacíos institucionales.
El silencio es la piedra angular de la violencia sexual, anida en los cuerpos y en las subjetividades de decenas de miles de mujeres –niñas, adolescentes y adultas. Cala en las subjetividades de las víctimas, apaga el grito de horror y del dolor para hundirlo en los pliegues de las heridas que se arrastran mientras se intenta ocultar. El silencio es la regla impuesta por el agresor: "Es un secreto entre nosotros".
El abuso sexual es una situación demasiado corriente, mucho más de lo que la sociedad estaba dispuesta a reconocer. Como en la metáfora del traje invisible del emperador, el poder estaba desnudo, pero pocos se atrevían a (o querían) manifestarlo. En esa trama sin volumen, se erigió un tabú que no solo fue personal, también colectivo: “De eso no se habla”. Mandato que disciplinó de manera sistemática a quienes padecieron violencias mientras inmunizaba a sus victimarios, tabú que cristalizó las atávicas jerarquías entre los géneros.
Cuando la Colectiva Actrices Argentinas –con enorme valentía y el acompañamiento de abogadas y periodistas feministas– rompió la barrera del silencio, se produjo un fenómeno social cuyas derivas apenas comenzamos a percibir. Ya no hay modo de ocultar la desnudez del emperador.
Se reeditaron las declaraciones de quienes frente a las renuncias de Calu Rivero prefirieron proteger a su compañero, dando por sentado, que era imposible que un conocido hiciera eso
¿Hablar es escrachar? La acción de las actrices argentinas se aleja del escrache para constituir una estrategia política. Se trató de una acción contundente, que lejos de la catarsis individual, adoptó la forma de una acción colectiva que sacó a la luz los múltiples vacíos institucionales y las hipocresías culturales que impidieron enfrentar este flagelo. A través de un documento sólido, las actrices denunciaron la falta de protocolos para actuar sobre la violencia en el mundo del espectáculo y la carencia de mecanismos estatales efectivos. Analizaron los clivajes culturales que sostienen los silencios y la cosificación de las mujeres, así como el descrédito de sus voces cuando se animan a romper el velo del silencio. Hicieron visibles las condiciones laborales de precariedad que atraviesa la escena del teatro y la televisión, apuntando el modo en el cual la escasez de trabajo contribuye a que sea más difícil aún radicar una denuncia y exponerse a posibles represalias.
Realizaron la conferencia de prensa como modo de acompañar una denuncia penal previamente radicada en Nicaragua. No fue una persona que solita salió a las redes a dar cuenta de un episodio. Fue una estrategia colectiva, acompañada por una abogada especializada, asesorada para evitar las derivaciones mediáticas de tono morbo y sostenida por un conjunto de mujeres que mostraron que no están solas.
Se presentó una denuncia y, al mismo tiempo, se mostró un modus operandi que aplica más allá del caso en cuestión. El documento demandó instituciones y exigió a los medios un manejo responsable (frente a la frecuente chabacanería revictimizadora que atraviesa el manejo periodístico de casos semejantes). Todo ello nos coloca frente a la necesidad de una reflexión mucho mayor.
El 63% de las jóvenes que trabajan en medios sufrieron algún tipo de acoso
Efectos. La denuncia de Thelma Fardin y la acción colectiva logró destapar una olla a presión, y salieron a la luz dolores muy profundos. Estallaron las redes y en la televisión –incluso en ShowMatch– confesiones de mujeres que por primera vez contaban un abuso o violación vivido décadas atrás. Mujeres que hoy son adultas y que solo ahora pusieron palabras para expresar una vejación sufrida en la infancia o la adolescencia. Mujeres que en su momento no pudieron hablar siquiera con sus padres, madres o docentes, y que a duras penas confesaron a sus amigas los abusos padecidos. Fue una reacción espontánea, que operó a modo de liberación de emociones profundamente contenidas.
Romper la barrera del silencio alivia la opresión de las víctimas, pero también resquebraja el blindaje de protección de los abusadores. En esta operación, surgieron comentarios que optaron por refundar las complicidades masculinas y denigrar a quienes denuncian, en lugar de escuchar, reflexionar, dar lugar a la pregunta y a la empatía. Se reeditaron declaraciones de quienes, frente a la acusación de Calu Rivero, prefirieron proteger a su compañero, dando por sentado que alguien a quien “conozco”, “vive en Nordelta” y “tiene familia” jamás cometería acto semejante. Es imposible no preguntarse a qué se deben tantas certezas sobre el modo en el cual personas cercanas a nosotros viven su sexualidad, y ejercen su poder en las relaciones íntimas.
En estos días se habló mucho de las complicidades que el machismo activa. Una veta que quizás sea de las que, culturalmente, valga más la pena profundizar en el futuro. También, hubo quienes desandaron sus manifestaciones y se disculparon públicamente. Y comenzaron a vislumbrarse puntos de fuga frente a las complicidades machistas. Todo junto y revuelto. En estos días, se echó luz sobre una arquitectura de jerarquías de género que parecía de hierro, pero que va mostrando, hito tras hito, que no lo es.
Las denuncias aumentaron, los llamados a las líneas que atienden violencia de género se multiplicaron de manera exponencial. Al silencio no se vuelve.
Denuncias. ¿Denunciar es negar garantías? Los medios argentinos nos tienen acostumbrados al seguimiento diario de las noticias de los tribunales. Sabemos qué ocurrió en Comodoro Py, qué jueza y qué fiscal llevan la causa de los cuadernos, qué empresario fue citado a declarar. ¿Por qué cuando se trata de una denuncia por violación se activan tantos mecanismos contra quien denuncia?
La falsedad de las denuncias es uno de los tantos mitos sobre la violencia de género. No solo son mínimas las denuncias falsas sino que, además, se denuncia apenas una pequeña parte de las violaciones y abusos sexuales que realmente suceden. Escuchar a quien decide hablar no significa negar las garantías de justo proceso que tienen las personas denunciadas. Pero los prejuicios funcionan, niegan las evidencias, hostigan a los más débiles y formulan renovados estereotipos.
Las herramientas del derecho penal son indispensables, aunque sus procesos, suelen llegar tarde y mal. Las “trampas del poder punitivo”, como las llamaba Haydée Birgin, hacen que también los pocos casos que se resuelven en los fueros abunden en prejuicios de género (“¿qué hiciste para que te violara?”). La Corte Suprema de Justicia, en 2008 y con Carmen Argibay a la cabeza, inició un profundo trabajo de capacitación en género de los operadores judiciales de todo el país. Diez años pasaron. La necesidad sigue intacta, pero las acciones de capacitación y seguimiento ya casi no se ven.
Es evidente que se requiere profundizar el acceso de las mujeres a una justicia con perspectiva de género, pero también que no basta con ello. Hace falta apuntalar otros mecanismos y respuestas integrales.
Actuar también es prevenir. En pleno 2018, doce años después de la sanción de la Ley de Educación Sexual Integral, vemos un día tras otro el cuestionamiento de sus principios y estrategias. Resulta llamativo: una política educativa que busca prevenir el abuso sexual infantil se encuentra hoy en el banquillo de los acusados. Necesitamos más educación sexual para que cada vez haya menos silencios, que los contenidos que empiezan en el nivel inicial y que establecen que “hay secretos que no deben guardarse” se vuelvan un sentido común en la crianza de las nuevas generaciones.
Pero también hacen falta más y mejores políticas culturales y mediáticas, para romper las lógicas del micro y macromachismo y el cerco de impunidad de quienes sin pelos en la lengua despotrican de manera pública contra quienes se animan a denunciar. ¿Qué pasó con la Defensoría del Público? El monitoreo estatal y de la sociedad civil frente a las manifestaciones misóginas y discriminatorias que proliferan en los medios es una estrategia que requiere rearmarse.
Es hora de que tomemos en serio la desnudez del rey. No se trata de “dijiste-no dijiste” / “te creo-no te creo”. Se trata de tomar en serio las profundas raíces de las múltiples violencias que permanecían invisibles. Violencias que expresan desigualdades de género, un grito que nos unió cuando reclamamos Ni Una Menos pero que todavía incomoda a varios cuando se echa luz al inmenso iceberg que permaneció bajo el nivel del mar: la violencia sexual contra niños, niñas y adolescentes.
La desnudez del emperador viene a decir que detrás del vestuario invisible no había un justo gobernante ni un actor guapo y famoso, sino un sistema de opresión con múltiples manifestaciones, que lenta pero sostenidamente empezamos a desandar.
* Socióloga, autora de Mitomanías de los sexos y El cuidado infantil en el siglo XXI.