"De repente, me acerqué al espejo. Contemplé mi rostro. Hice zoom hacia el centro, hacia mi nariz. Era pequeña. Miré a mis padres que andaban por la cocina; me volví a mirar. Noté que no me parecía a ninguno de ellos".
Desde que tiene memoria, Hugo Macchiavelli duda de su identidad. A los siete años le hizo este planteo a sus padres, quienes lo miraron sorprendidos y no le respondieron.
"Con sólo su mirada, entendí que había algo que no cerraba. Pero no me animé a preguntarles más", le cuenta a PERFIL el periodista, a quien recién a los 33 años sus padres del corazón le revelaron que era adoptado.
En su partida de nacimiento dice que nació en el Hospital Ramón Carrillo de Ciudadela. Según el relato de una vecina, "fui entregado en una parada de colectivo".
Esa necesidad de "escapar inconscientemente del abandono" lo llevó a formar su propia familia a muy temprana edad: a los 21 años fue padre de su primera hija, Estefanía (28) y luego fue papá de Priscila (23) y Brandon (20).
Hace pocos meses, publicó su último libro Quién soy, un recorrido en busca de la respuesta a esa pregunta, en el cual narra su historia y la de otros diez casos de personas en conflicto con su identidad. "Buscaba algo y no sabía qué y viví muchos años ocultando el tema. Hasta que me animé a escribir. Fue un antes y un después muy lindo".
—En el libro, vos no hablás de tus padres biológicos, ¿Llegaste a saber quiénes son?
—Yo estimo que es una duda que me va a llevar toda la vida. Ni siquiera hablé de estos temas con mis propios primos.
Tampoco les hice preguntas a mis padres cuando me contaron la verdad. Pero sé que ahora esas respuestas se las debo a mis hijos. Hasta a ellos les falta un eslabón. Pero calculo que es miedo a encontrar alguien parecido a mí.
—¿Cómo el momento en el cual tus papás te revelaron tu verdadera identidad?
—Fue algo muy natural. Ellos venían hablando con una persona de confianza sobre qué hacer y cómo hacerlo. Para esa época, yo tenía 33 años. Ya estaba casado y tenía a mis tres hijos. Un domingo, me llaman y me citan a un bar en Santos Lugares. "Queremos que vengas solo", me aclaran. Cuando llego, me dicen: "Vos sos un hijo del corazón" y no hubo más nada que decir. Eso fue como un bálsamo. Una sanidad interior. Mi papá en ese entonces ya tenía 75 años y a los pocos meses murió.
—¿Por qué pensás que decidiste ser un padre tan joven? ¿Creés que quemaste etapas?
—Es que yo en el fondo sentía que no tenía nada y quería tener mi propia familia.Ser padre joven tiene sus ventajas. Uno es un poco compañero de sus hijos. Vas madurando con ellos. Yo siento que son mi mayor logro. Compartí mucho con ellos. A esa edad tenés mucha energía para jugar. Físicamente, rendís más. Podés hacer otras cosas con ellos. Con mi hija, por ejemplo, hicimos stand-up. Para mí, la vida es como una aventura. Es la fuerza del deseo. Cuando la vida pierde esa fuerza del deseo es cuando hay que recapitular. Hay veces que los deseos que se persiguen son los de otros y por eso hay tanta frustración.
—Vos cuando empezás tu libro hablás de deseos de quitarte la vida.
—Sí. Empieza con una mirada oscura y contradictoria de no tener una respuesta a quién soy. Por eso escribo sobre mi infancia, mi adolescencia y sigo con mi paternidad temprana. El libro termina con una salida esperanzadora. Pero creo que aún sigo caminando y no hay que concluir antes de tiempo.
—¿Qué le dirías a alguien que está en tu misma búsqueda?
—Que cada uno necesita sus tiempos. Pero que procure entender. Todos merecemos conocer nuestra propia verdad.