Las cuarentenas que con mayor o menor rigidez se han impuesto en los países afectados por el coronavirus demuestran que los bienes culturales son esenciales para la calidad de vida de las personas. ¿Podemos imaginarnos estos prolongados e involuntarios encierros sin música ni textos en diversos formatos, sin películas ni series, sin visitas virtuales a museos ni juegos electrónicos? ¿Qué impacto hubiera tenido esta epidemia en la educación sin clases virtuales ni contenidos de estudio compartidos por las múltiples plataformas digitales? Seguramente este tiempo hubiera sido más oscuro y violento si no hubiéramos podido acceder con mayor o menor sofisticación según el nivel económico de cada persona a estos disímiles bienes culturales, que además se multiplicaron por la solidaria actitud de artistas, productores e instituciones que liberaron contenidos para acompañar a la población en su hogareño ostracismo.
La esencialidad manifiesta que los bienes culturales en el más amplio significado de su término han tenido ante esta novedosa situación de excepción paradojalmente es acompañada por una paralización de las actividades de los diferentes sectores, puesto que, salvo la creación que pueda realizarse en solitario, los mecanismos de producción, distribución y exhibición, en síntesis la explotación económica de estos bienes, se hallan detenidos hasta que la salubridad imponga nuevas reglas. Esta circunstancia también ha acentuado la diferencia de protección de las actividades que integran los circuitos oficiales, cualquiera sea la unidad política que los sostenga (Estado nacional, provincial o departamental, según la organización territorial de cada Estado.
El cierre de fronteras entre países que la epidemia ha impuesto y que no hemos conocido ni aun en situaciones de guerra ha asestado un duro golpe a muchas actividades del sector puesto que imposibilita esa circulación internacional de artistas y bienes físicos que tiene un relevante papel en la financiación de la actividad. Para la mejor comprensión de este perjuicio, tomo ejemplos ocurridos en el teatro. Es el caso de la obra Cuando pases sobre mi tumba, del dramaturgo y director uruguayo Sergio Blanco. La pieza estrenada en el mes de agosto durante el Fidae (Festival Internacional de Artes Escénicas de Uruguay) se presentó en enero en el Festival Santiago a Mil (Chile) y FIBA (Buenos Aires). El viernes 10 de abril se anunció que integraba la programación del célebre Festival de Avignon, pero tres días más tarde el presidente Macron anunció la cancelación de los eventos culturales. Esta presentación de la obra y otras ya conversadas se ven indefinidamente suspendidas. Igual suerte tuvo la pieza de Marianella Morena Naturaleza Trans, que luego de estrenarse en Buenos Aires en el marco del FIBA y tener una breve temporada de verano en Montevideo debió suspender su proyectado periplo internacional y otros proyectos de la artista en el exterior. Estas situaciones se multiplican en otras áreas e impiden que artistas, productores y las numerosas personas de todas las artes y oficios que intervienen en la realización de un bien cultural tengan ingresos.
Aún no puede hacerse el recuento de los daños sufridos ni sabemos qué silueta tendrá la nueva normalidad para el sector. Solo resulta claro que se debe repensar el sistema de organización, fomento y protección de las actividades culturales, encontrar nuevos modos de retribución económica para la circulación digital de contenidos y mecanismos internacionales que garanticen su protección con una armonización de sus regulaciones, porque, como destacó el escritor mexicano Juan Villoro en un reciente artículo en el diario Reforma, las personas sobreviven al encierro gracias a la cultura, desde hace siglos el esfuerzo de lavar la ropa se supera cantando.
*Abogado y gestor cultural.