Luego de una convulsa semana en Petrobras, la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, designó ayer al nuevo “piloto de tormentas” para conducir a la petrolera estatal, sacudida por el megaescándalo de corrupción del Petrolão. Tras la estrepitosa salida de la ahora ex directora Graça Foster, desgastada por un caso que la afectó pese a que los hechos investigados no ocurrieron durante su gestión, la jefa de Estado eligió para reemplazarla a Aldemir Bendine, hasta ahora presidente del estatal Banco do Brasil, la mayor entidad financiera de Latinoamérica.
Aunque tiene una extensa trayectoria en la gestión pública y es reconocido como un gestor eficaz y cercano al gobierno del Partido de los Trabajadores (PT), Bendine, de 51 años, puede considerarse un “tapado” ya que no figuraba en la danza de nombres para suceder a Foster. En la previa se esperaba que Rousseff, por iniciativa de su antecesor, Lula da Silva, designara a algún candidato de fuste y con consenso en los mercados. Sin embargo, el mundo financiero recibió de mala gana el nombramiento de Bendine: al cierre de esta edición, las acciones de Petrobras se hundían casi 7% en la Bolsa.
Bendine ocupaba la presidencia del Banco do Brasil –donde trabajó desde los 14 años– desde 2009, cuando fue recomendado para el cargo por Lula, quien erigió a la banca pública como el gran motor del crédito brasileño ante el comienzo de la crisis financiera mundial. Durante la gestión Rousseff, el Banco do Brasil fue la nave insignia del gobierno para la crucial reducción de las tasas de interés.
Sin embargo, más allá de su cintura para conectar a las finanzas públicas con el mundo de la política, Bendine no tiene ninguna experiencia en el sector petrolero. El hecho de que la presidenta lo haya designado a él al frente de un monstruo como Petrobras, en el momento de mayor debilidad de la empresa, fue interpretado por analistas de mercado como una señal de que ninguno de los candidatos preferidos para el puesto aceptó tomar el “hierro caliente”.
Foster salió eyectada de la dirección de la compañía luego de varios meses de desgaste por la llamada Operación Lava Jato, en la que la Policía Federal de Brasil indaga si existió una gigantesca red de sobornos y lavado de dinero en el seno de la empresa. Aunque los hechos investigados ocurrieron antes de que Forster –amiga personal de Rousseff– llegara a la cúpula de Petrobras, el caso acabó convirtiéndola en un fusible ante la opinión pública.
Según la prensa brasileña, lo que terminó de definir su salida fue su decisión de incluir en el último balance de la compañía las pérdidas por las denuncias de corrupción, pese a que encumbrados funcionarios del gobierno se oponían a esa opción. La cuenta de Foster dio perjuicios por casi un tercio de los activos de la empresa. Sin embargo, el balance no fue auditado y no discriminó qué pérdidas se debieron a las denuncias de corrupción y cuáles fueron por otros factores, como la caída de los precios del petróleo o malas inversiones, lo que hizo que el informe fuera recibido con escepticismo por los mercados.
Petrobras cerró una semana para el olvido con la indagatoria el jueves del tesorero del PT, João Vaccari Neto, hasta ahora el único político involucrado en el caso de las presuntas coimas que fue identificado con nombre y apellido. Brasil está pendiente de la próxima fase de Lava Jato, que avanzará precisamente sobre la pata política del resonante caso.