Aunque es imposible establecer un vínculo directo entre los atentados de París y la toma de rehenes en Bamako, existe un punto de contacto: el combate que, más allá de sus divergencias ideológicas, llevan adelante los grupos yihadistas contra Francia, por su activa participación contra el terrorismo en Africa y Oriente Medio.
“Francia reemplazó a Estados Unidos como principal enemigo de los yihadistas”, dice el especialista en geopolítica Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS).
París espera ahora ataques contra sus intereses en todo el mundo, incluso con armas químicas y bacteriológicas, como advirtió el primer ministro Manuel Valls.
Los ataques de ayer no constituyeron una verdadera sorpresa porque Mali es el símbolo de las victorias obtenidas por el contingente militar francés en la lucha contra el yihadismo en Africa. En julio de 2014, la intervención francesa detuvo el avance de tres grupos (Ansar Dine, AQMI y Mujao) que habían llegado hasta las puertas de la capital. Desde ese momento, el norte de Mali dejó de ser un santuario yihadista. Los ataques nunca cesaron por completo. La región de Sahel y el desierto de Sahara contiguas a Mali –que suman más de un millón de kilómetros cuadrados– siguen infestadas de grupos rebeldes aliados a contrabandistas, traficantes, tribus tuaregs y otras poblaciones nómades.
Desde 2014, Francia mantiene 600 militares en Mali y 3 mil en los países limítrofes (Chad, Níger, Burkina Faso y Mauritania), a los cuales se agregan otros 7 mil en el resto del continente. Mali también es importante para Francia porque este país provee una parte importante del uranio que consume su industria nuclear.