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Un mundo nuevo

Bolivia, Chile y el conflicto

Las elecciones bolivianas y el plebiscito chileno que se realiza hoy permiten reflexionar acerca de las protestas en las sociedades hipercontectadas. Y en la consolidación de sectores minoritarios, pero aguerridos, que solo tienen una cosa en común: están en contra de todo.

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Evo Morales. | Pablo Temes

Las elecciones de Bolivia dejaron enseñanzas importantes. Hace un año se produjo un golpe de estado que rechacé en esta columna. No comparto el punto de vista de quienes aplauden el atropello de los adversarios y defienden los derechos humanos solo de los propios. Un golpe es un golpe, todos son malos.

Evo y Añez. En 2018 estudié encuestas bolivianas. La mayoría de la gente estaba cansada de Evo. Todos los presidentes son humanos, aunque el síndrome de hubrys  les confunde, y llegan a aburrir, como se vio con Fujimori y Menem. Carlos Mesa era un buen adversario: historiador inteligente, con ideas de centro y una amplia trayectoria, tenía  experiencia, el Blink del que habla Gladwell en su libro, pero no incorporó técnicas de trabajo modernas.

La historia no es teleológica, los movimientos políticos no son eternos, ni se desvanecen súbitamente. En ese momento pudo ganar Mesa, ahora ganó el MAS, los electores actúan en cada momento a su aire.

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Después de unos escrutinios dudosos se cuestionó la autoridad de Morales. En casos así la democracia establece  mecanismos para enjuiciar al presidente que no se siguieron. Simplemente la policía quiso detener a Evo, él se fugó, una señora se puso la banda presidencial sin que nadie se lo pida y se asomó a los balcones de El Quemado blandiendo una Biblia con la que iba a terminar con las creencias religiosas indígenas en este país multicultural.

Su gobierno terminó entre los tres peor evaluados del continente. Se dedicó a perseguir a Morales mientras miles de bolivianos eran víctimas del Covid y su vida cotidiana volaba en pedazos. Es disparatado suponer que lo que quitaba el sueño a los bolivianos era la vuelta de Morales y no el hambre y la inseguridad. Tan vez pasó eso con las elites políticas, pero la gente normal tuvo motivaciones más graves para su insomnio.

A Añez le convencieron de que era popular. Se lanzó como candidata presidencial y comprobó su rechazo. Sus posturas extremistas y las de otro candidato de Santa Cruz enrarecieron el ambiente.

Las elites creyeron  que la unidad en contra de Evo les llevaría a la victoria. La propia Añez y Tuto Quiroga renunciaron a sus candidaturas para apoyar a Mesa y lo hundieron. Las encuestas de una semana antes de las elecciones decían que había una distancia de diez puntos con Arce, pero los indecisos rechazaron el amontonamientos de viejos políticos detrás de Mesa.

La distancia de 55% de Arce a 29% evitó conflictos. Mesa aceptó caballerosamente su derrota. Quedan divisiones profundas que solo se podrán superar con un diálogo serio. Arce obtuvo 62% en Oruro, 63% en Cochapamba, 65% en La Paz, pero solo 35% en Santa Cruz, 31% en Beni. La región oriental, rica en recursos naturales, cuyos habitantes tienen un viejo conflicto cultural con el altiplano, no se sienten representados por el nuevo gobierno. Organizaciones de esa región no reconocieron los resultados y convocaron a un paro para el 24 de octubre. Aun con una victoria tan contundente el diálogo es indispensable.

El plebiscito chileno. Hoy se celebra un plebiscito para consultar sobre el cambio en Chile. Hace un año el país entró en crisis, cuando un incidente menor inició una de las típicas sublevaciones de la sociedad hiperconectada.

Todo comenzó cuando subió el boleto del metro menos de cuatro centavos de dólar, sin afectar a estudiantes y ancianos, los estudiantes del  Instituto Nacional, la escuela pública más prestigiosa de Chile, rechazaron el aumento. Diecisiete presidentes han salido de este liceo, pero ahora la mayoría de los estudiantes viene de comunas de clase media o media baja. La incongruencia entre su orgullosa historia y su modesto presente puso el clima para que prenda la protesta.

Decenas de adolescentes uniformados, saltaron los torniquetes del metro, al mismo tiempo que algunas personas vandalizaban las estaciones. La noticia se difundió rápidamente entre los adolescentes hiperconectados de Santiago, a través de textos y publicaciones en Instagram y grupos de WhatsApp.

El gobierno quiso enfrentar a los estudiantes con la opinión acusándoles de los actos vandálicos pero fracasó: miles de personas se fueron uniendo y el 25 de octubre se reunieron 1,2 millones de chilenos para apoyarles.

Cuando creció la agitación se concentró un conjunto caótico de personas con  reivindicaciones políticas, económicas y sociales, incluyendo la renuncia del presidente y el cambio de constitución.

El epicentro del motín fue la Plaza Italia, corazón de un barrio de clase media, lleno de bares, restaurantes, hoteles y teatros, que terminaron cerrados, quemados o abandonados. Se llama ahora Zona Cero. Un estudioso de estos temas dice que caminar por las calles de Santiago en esos días era leer un pergamino de rabia desatada: “Aborta los pacos”, “Muere Piñera”, “Bankeros a la horca”. El grafiti parecía estar en todo lado, y era “Anti-todo”.

El gobierno declaró el estado de sitio, sacó a las fueras armadas, supuso que enfrentaba una agitación subversiva alentada por extranjeros. Se repitió de manera calcada lo ocurrido con la Primavera árabe, los Forajidos de Ecuador, la “soy 132” de los estudiantes mexicanos y otras movilizaciones similares. Lo que comenzó como una protesta sin importancia se convirtió en una crisis institucional.

Cundieron las evasiones de pago y los enfrentamientos con la policía, el gobierno cerró el metro, organizando involuntariamente una enorme manifestación. La gente se vio obligada a caminar para ir a casa, participando de algo que parecía una marcha, pero no era una marcha. No había carteles, ni consignas, simplemente gente caminando por el medio de la calle porque no cabía en la vereda. De paso, protestaba.

Los barrios de Santiago se inundaron con el sonido de las cucharas de madera que golpeaban ollas y sartenes, un cacerolazo que conmovió a la ciudad. Surgieron protestas similares por todo el país. Parecía que llegó la revolución.

Para la izquierda, fue una oportunidad para luchar por una de sus viejas tesis: la redacción de una nueva Constitución. Pinochet hizo aprobar en en 1980 la constitución vigente celebrando un referéndum. El tema unió a los alcaldes de todo el país y de todo el espectro político que comenzaron a apoyar públicamente que se celebre una consulta para decidir la cuestión. En medio de una movilización que parecía incontrolable el gobierno actuó con inteligencia, llevó la discusión a este tema  y supo negociar con todas las fuerzas políticas.

Sebastián Piñera es preparado, recibido en Harvard, empresario exitoso, presidente de Chile por segunda vez, y organizó una negociación que le ayudó a enfrentar un problema que parecía insoluble.

Pandemia. En eso, asomó la pandemia. Se decretaron medidas de seguridad para precautelar la salud de la población.La Zona Cero estuvo fue una de las primeras áreas que entró en cuarentena. La emergencia sanitaria logró lo que el gobierno, los partidos y la policía no habían logrado: vaciar la plaza de manifestantes, que se habían instalado en ella desde octubre.

Cuando acabó la cuarentena, en agosto, los vecinos de la Zona Cero descubrieron que el barrio había sido renovado: desaparecieron los grafitis, las luminarias estaban reparadas, las aceras restauradas. Parecía que el problema se había superado, pero no fue así: los manifestantes aparecieron de nuevo en la Plaza aunque en menor número.

Las encuestas sobre la consulta dicen que cerca del 70% apoyará una de las dos propuesta de las fuerzas políticas. La pregunta es ¿qué pasa con el 30% restante? Si están enfrentados a todos los partidos¿quién los moviliza?

Decenas de miles de personas se reunieron para conmemorar el aniversario de las protestas en un clima festivo opacado por el incendio de dos iglesias, saqueos, y otros incidentes violentos. La pequeña iglesia de la Asunción -construida en 1876- resultó completamente destruida. Cuando cayó la cúpula, tras el colapso de la estructura, muchos manifestantes lo celebraron al grito de “Que caiga, que caiga”.

Esos manifestantes, expresan al 30% que no apoyará la consulta. No tienen una ideología, una organización, no son enemigos del catolicismo, simplemente protestan en contra de todo.

Su composición no es uniforme. Como dice Clay Shirky en Here Comes Everybody, en este “poder de organizar sin organizaciones” cabe cualquiera. En este caso, un miembro de la armada fue detenido por personal de carabineros tras participar en los desórdenes. Los manifestantes no son obreros, pobres, marginales, sino una mezcla de todo tipo de personas que defienden cualquier punto de vista, pero están de acuerdo en algo: están en contra del sistema. ¿Cual sistema? Tampoco importa, pero están en contra de todo. A esta movilización quiso unirse Daniel Jadue, militante del Partido Comunista y actual alcalde de Recoleta, pero no se lo permitieron. Los manifestantes dijeron que no estaban con ningún partido, los combatían a todos.

Vale la pena estudiar el caso chileno para tratar de entender a este actor que apareció en la escena política de estos años: la gente conectada directamente que se moviliza a su aire. Tal vez aquí esté la clave para trabajar en política la próxima década.

*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.