Marzo 2020 y el mundo se enfrentaba a una pandemia. Una crisis de salud y una crisis económica que nunca antes en memoria de la mayoría se había vivido.
Tres meses después, ante las medidas de tantos países y los mensajes de incertidumbre y desconocimiento de la OMS alcé mi voz con un primer mensaje en redes sociales de lo que sería la tercera pandemia a la que innegablemente íbamos a tener que hacerle frente: la salud mental.
La salud mental que subestimamos
Para entonces los argumentos iban en la línea de una toma de consciencia a nivel gubernamental para que las medidas que estaban tomando se considerarán desde un enfoque global y se tomarán en cuenta las necesidades básicas y fundamentales de los cerebros de cada habitante. Pero además era un llamado a la toma de consciencia de cada familia para tomar medidas a tiempo y prevenir esta inminente pandemia que nos esperaba.
Algunos escucharon, otros consideraron que era una exageración, muchos hicieron caso omiso y alguno otros más incrédulos aseguraron que en pocas semanas esto terminaría.
En noviembre 2021 esta premonición se fundamenta, la revista Lancet realizó una revisión sistémica y se analizaron datos de docenas de estudios que informaron la prevalencia del Trastorno Depresivo Mayor y los Trastornos de Ansiedad con un aumento del 28% y 26% respectivamente a nivel mundial. Y lamentablemente aunque se trate de una problema global hoy sabemos que las mujeres y los jóvenes son los más afectados.
La nueva pandemia: los efectos de los agrotóxicos mentales
En total se estima que hubo alrededor de 3.153 casos de Trastornos Depresivo mayor por cada 100.000 personas y 4.802 casos totales de Trastornos de Ansiedad por cada 100.000 personas en todo el mundo después de ajustar el aumento asociado con la pandemia.
Mientras tanto se visualiza una cuarenta infinita en América Latina y con ella las enfermedades mentales aumentan. Estos números ponen en evidencia que el mundo esta agotando sus recursos emocionales y cognitivos para sobrellevar sanamente esta gran prueba.
Y es que cuando hablamos de enfermedades, contagios y este temor que nos acompaña día y noche con el COVID-19 y sus eternas variantes, no podemos dejar de lado que así como las enfermedades físicas nos ponen ansiosos o deprimidos, el estar con sentimientos ansiosos o depresivos también altera el funcionamiento de nuestros sistema nervioso y nos predispone a desarrollar enfermedades o incluso deteriora nuestro sistema inmunológicos repercutiendo en la capacidad de combatir cualquier enfermedad.
Política de Salud Mental en Argentina: un cambio de paradigma
Y el problema principal radica en que las enfermedades mentales y las personas que las viven son un tabú en nuestra sociedad. Padecerla a cualquier edad es algo vergonzoso que nos limita a contarlo para buscar una guía o buscar ayuda profesional para salir de ahí por temor a ser juzgado o estereotipado.
Hoy las personas en lugar de pedir ayuda están buscando fuentes de escape que son socialmente mas “aceptadas” como el alcohol, las drogas, el bullying y tantas otras que van deformando la salud mental de la sociedad. La muerte de Lucio Dupuy, el acoso que vivió Joaquín Nahuel y el suicidio de Kristina “Kika” Dukic son una muestra de cómo pueden finalizar historias de enfermedades mentales no tratadas a tiempo. Ser el agresor o el agredido y ser el que hostiga en redes sociales o el hostigado son ambas caras de cómo se pueden ver las enfermedades mentales.
Debemos de normalizar las enfermedades mentales y comenzar a hablar abierta y empáticamente sobre ellas. Debemos interiorizar que las enfermedades mentales son altamente tratables. Que el tratamiento farmacológico, la terapia y los cambios en ciertos hábitos relacionados al sueño, el sedentarismo, la gestión de pantallas y la alimentación tiene un muy bien pronóstico.
Porque sin duda alguna, esta tercera pandemia nos viene a recordar que el recurso más valioso que tiene una sociedad es su capital humano y que el óptimo desarrollo y funcionamiento de este capital humano impacta de manera positiva en la economía del país y por ende en todas las dimensiones sociales, sanitarias, educativas e institucionales. Como sociedad debemos hablar educar, acompañar y empatizar con todo lo relacionado a conocer el cerebro, cuidarlo y atenderlo a tiempo, porque sin salud mental no tenemos salud.
* Carina Castro Fumero. Neuropsicóloga Pediátrica. www.carinacastrofumero.com / @carinacastrofumeronp