OPINIóN
Iconoclastas

El arte y las protestas a martillazos

Una obra de Velázquez fue vandalizada en Londres, para protestar contra la explotación petrolera en el Reino Unido. Tal vez se piense en el siglo XXI que para que la conciencia ambiental emerja -y perdure la vida- hay que sacrificar la belleza del arte.

La Venus del Espejo de Diego Velázquez fue vandalizada el 6 de noviembre 20231109
La Venus del Espejo de Diego Velázquez fue vandalizada el 6 de noviembre. | Captura de pantalla

El pasado 6 de noviembre dos activistas ambientales de la organización Just Stop Oil embistieron a martillazos el cuadro La Venus del Espejo de Diego Velázquez que descansa en la National Gallery de Londres. La vandalización (¿o performance?) busca frenar nuevos proyectos de gas y petróleo en el Reino Unido.

La obra del pintor español está acostumbrada a los asaltos: en 1914 sufrió un ataque con un hacha de carnicero por parte la sufragista Mary Richardson para pedir la excarcelación de la líder feminista Emmeline Pankhurst. Esta vez, ya precavida, la obra estaba custodiada por un vidrio protector que amortiguó los impactos.

“Las mujeres no consiguieron el voto votando” (en clara referencia al atentado de Richardson), sostiene una de las activistas, “Es el momento de los hechos, no de las palabras. Es el momento de Just Stop Oil”.

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Ahora bien, ¿por qué atacar obras de arte? ¿Por qué Just Stop Oil opta por agredir patrimonio artístico, que incluye no solo obras de Velásquez, sino también de van Gogh, Goya, Monet, Picasso, entre otros) y en lugar de elegir otras formas de protesta?

Los activistas explican que cortar el tránsito ya no alcanzaba para hacer llegar su mensaje. Necesitaban algo más disruptivo, que llame más la atención. “Sobre todo, impactó a la gente porque atacar el arte es un gran acto de transgresión cultural. Rompe un tabú. El arte es sagrado en nuestra cultura, atacarlo es casi una blasfemia”, afirman en Just Stop Oil.

Londres: activistas atacaron a martillazos La Venus del Espejo de Velázquez

Atacar lo sagrado para una sociedad busca incentivar la reflexión, busca cuestionar la escala de valores. ¿Es más valiosa una obra de van Gogh que el cuidado de nuestro ecosistema, sin el cual no habría algo así como arte?

Los griegos llamaban a este tipo de actores “iconoclastas”, literalmente “destructor de imágenes” y originalmente estaba ligado al rechazo de las imágenes religiosas. Desde el emperador bizantino León III, que ordenó la aniquilación de toda representación de Cristo, pasando por la reforma protestante y la “guerra de imágenes” desatada en América, Occidente ha estado marcado por la controversia y los ataques a las imágenes sagradas.

Se realizaron Concilios, se desataron guerras y se escribieron innumerables tratados por el poder de las imágenes. Just Stop Oil vuelve a vandalizar lo más sagrado en una cultura occidental ahora secular: el arte.

El acto iconoclasta nos muestra hasta qué punto tienen poder las imágenes: vandalizar un lienzo significa un acto de justicia. El vándalo es plenamente consciente de la atención que atrae su acto. El mero hecho de que la obra esté en un museo, ese templo profano que supimos concebir es una señal de su fetichización, sea por su valor financiero, político o cultural.

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Todo acto de violencia frente a la imagen, vandalizar un cuadro o una escultura nos habla de alguna manera del poder que la imagen que tiene dentro de determinada cultura, puesto que es aquello que se intenta destruir. Si las imágenes fueran neutras, nadie se preocuparía por vandalizarlas.

Pero al mismo tiempo la Venus agredida se vuelve una nueva imagen que denuncia, ante un público escandalizado, como testigo silencioso, la catástrofe climática que ha producido el hombre.

Quizás sea necesario sacrificar la belleza, demasiado humana, para que la consciencia emerja y, en última instancia, perdure la vida (¿no se concibió, después de todo el arte contemporáneo como un medio para despertar la consciencia?).

Pero, hijos de su tiempo, estamos ante un acto iconoclasta cuidado, soft, “líquido”: la organización ambiental se asegura que sus targets estén cuidadosamente protegidos y no producir daños irreparables.

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El martillazo ambiental no parece arriesgar la integridad física de la obra, pero demuele la estabilidad de ciertos ídolos de una sociedad indiferente hacia la preservación de su propio ecosistema. Quizás solo así, a martillazos, podamos imaginar nuevos mundos posibles.

Just Stop Oil se erige como el movimiento iconoclasta contemporáneo: el destructor de los símbolos sagrados (no de las obras) de Occidente, la cultura que, a la vez, exterminó el mundo.