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Entre el liderazgo y la hipocresía

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Protestas. Repudian a Donald Trump y a la violencia contra los afroamericanos. | afp

En su célebre discurso de Gettysburg de 1863, Lincoln aseguró que “Estados Unidos es una nación concebida en la libertad, y dedicada a la proposición de que todos los hombres son creados iguales”. Esta idea se ve discutida cada cierto tiempo. El asesinato de George Floyd desencadenó una serie de problemas que se fueron concatenando como si fueran fichas de dominó. En paralelo a la deteriorada situación económica y la debacle sanitaria, mientras se discute su excepcionalidad y “destino manifiesto”, la propia moral continúa debilitándose en los círculos al interior del país. El impacto se siente también a lo ancho del globo: el liderazgo norteamericano, en voluntaria retracción, genera nuevas frustraciones en sus aliados occidentales y es blanco de duras críticas de sus detractores.

Las presiones internas marcan la agenda inmediata. Tradicionalmente, en la política estadounidense, las protestas pacíficas fueron funcionales a los demócratas mientras que los disturbios contribuyeron a reforzar el papel “ordenador” de los republicanos. Si bien a Trump le gusta compararse con Ronald Reagan –o incluso, con Abraham Lincoln-, es posible encontrar su paralelo más claro en Richard Nixon. Las analogías con las revueltas de 1968 no son pocas, y en aquel momento, el mayor beneficiado de ellas fue el republicano. Los demócratas sucumbieron con un candidato de centro como Hubert Humphrey primero, y luego, de manera aún más aplastante, con un izquierdista como George McGovern. Mientras que Humphrey se parecía más a Joe Biden, podría decirse que Bernie Sanders tiene grandes similitudes con McGovern. En un contexto de polarización, caos social y brecha generacional como el de 1968 triunfaron los republicanos, estará por verse si también lo hacen en 2020. 

El país enfrenta el peor escenario económico desde la Gran Depresión de 1929, y su posición como líder del tambaleante orden internacional liberal está en su punto más delicado desde 1945. Sin embargo, los Estados Unidos parecen seguir marcando la agenda del mundo occidental como ningún otro estado. En más de 50 países, desde Reino Unido y Francia a Japón y Corea del Sur, se levantaron voces que se hicieron eco de los sucesos en Minneapolis.  Funcionó de catalizador para el descontento político, racial y económico de movimientos disímiles, pero con un telón de fondo similar.  Desde diferentes espacios se subraya la idea de que los Estados Unidos ya no son el principal modelo a seguir por las democracias occidentales. Sin embargo, que las primeras movilizaciones multitudinarias luego de meses de confinamiento se produjeran tras el asesinato de un ciudadano estadounidense, es un tácito signo del poder y relevancia global que el país aún mantiene. 

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Las repercusiones no se limitaron sólo a las democracias, los regímenes autoritarios también reaccionaron, pero con otro tinte. En las primeras, se observaron movilizaciones espontáneas de apoyo público a la población norteamericana y moderadas declaraciones de algunos representantes, como Josep Borrell, en apoyo a la protesta pacífica y contra el racismo y la violencia “en todas sus formas”.  Los gobiernos no democráticos fueron más al grano. Desde China e Irán altos funcionarios criticaron duramente el racismo endémico de la sociedad y condenaron la represión de Washington a las protestas. Las palabras del Ministro de Relaciones Exteriores de China, Zhao Lijian, fueron contundentes: “el racismo contra las etnias minoritarias es una enfermedad crónica de la sociedad norteamericana”. Claro que Beijing no puede arrojar la primera piedra. Las oprimidas minorías de Xinjiang y Tibet muestran la contradicción. Pero para el gobierno chino el timing no podría ser mejor. Después de las repetidas críticas norteamericanas por el accionar de las fuerzas de seguridad chinas para reprimir las protestas en Hong Kong, las medidas de fuerza alentadas por Trump para el restablecimiento del orden no pasarían desapercibidas para Beijing. Las acusaciones de hipocresía resonaron con fuerza en las redes sociales de los funcionarios chinos. 

El racismo y la opresión de las minorías son problemas endémicos de los Estados Unidos, pero también pandémicos. Todo lo que sucede en Estados Unidos tiene una visibilidad global mayor, por ello, el asesinato de George Floyd sirvió de disparador de revueltas contra el descontento creciente ante esta situación. El ex secretario de Defensa de Trump, James Mattis, declaró que por primera vez en su vida ve un presidente que ni siquiera intenta unir a los estadounidenses. A diferencia de otros presidentes, incluso republicanos, Trump no tiene un discurso de unión sino más bien divisorio. No disminuye tensiones, las potencia. Hacia adentro, Trump confía que mostrándose como el presidente de la ley y el orden podrá ganar la elección de noviembre, pero su suerte todavía no está echada. Hacia afuera, su liderazgo se encuentra cada vez más esmerilado. La doble vara, a la que apuntan desde Beijing, es moneda corriente. Las grietas se siguen ensanchando entre este liderazgo reticente y esta inocultable hipocresía.

 

*Investigadora del Conicet y directora del Doctorado en Relaciones Internacionales (UCC).

**Abogado y analista internacional.