OPINIóN
Educación a distancia

La otra escuela

Este es, tal vez, el segundo más grande experimento social en materia de educación que hemos realizado. Si nos lo hubiéramos propuesto, lo hubiéramos planeado durante meses y posiblemente jamás lo habríamos ejecutado.

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Educación | StartupStockPhotos / Pixabay

Este es, tal vez, el segundo más grande experimento social en materia de educación que hemos realizado. El más grande, claro, es la propia idea de la educación universal; la idea de “la escuela”, defendida por la Constitución Nacional de 1853, que establece el derecho a educar (y enseñar) y le atribuye la responsabilidad de hacerlo a los gobiernos provinciales.

Si nos lo hubiéramos propuesto, lo hubiéramos planeado durante meses y posiblemente jamás lo habríamos ejecutado. Pero como jamás se nos ocurrió, nunca nos lo propusimos: cerrar con llave más de 50 mil establecimientos educativos. Mandar a todos los chicos a casa, y darle marcha a un ensayo general de educación a distancia.

Nueve semanas después, acá estamos: con los chicos aprendiendo lo mejor que pueden desde casa. Por estos tiempos, muchos educadores nos preguntamos cómo va a transformar, el COVID-19, a la educación formal. ¿Cuál va ser el rol de la tecnología de ahora en más? ¿Van a poder los chicos seguir estudiando a distancia? ¿Cuál deberá ser el diseño curricular que esté a la altura de este tipo de circunstancias? ¿Tenemos que capacitar a todos los docentes para que puedan perfeccionar sus habilidades tecnológicas y sean mejores capacitadores virtuales? Un sin fin de preguntas para las cuales aún no tenemos respuestas contundentes.

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Sin embargo, en estos momentos de confusión y crisis, podríamos profundizar en algunos temas fundamentales, ya que posiblemente cuando las cosas vuelvan a su nueva “normalidad”, el momento habrá pasado y nos habremos perdido la posibilidad de considerar algunas cuestiones.

No cabe duda que muchos alumnos necesitan y esperan con entusiasmo el regreso a la escuela. Sin embargo, para algunos y para algunas estudiantes, esta experiencia ha sido reveladora y ha despertado sensaciones agradables: la autonomía, la auto-regulación, el libre manejo de los tiempos, la libertad de poder elegir qué estudiar y durante cuánto tiempo, contar con la capacidad de decidir cuándo y cuánto leer, y en qué momento tomar una pausa para descansar un poco los ojos (en casa el recreo no existe, lo que existen son las pausa y los descansos) ha resultado sorprendentemente agradable. 

Para ellos, la flexibilidad y la autonomía son el descubrimiento de la cuarentena. Resulta que después de todo y a pesar de la responsabilidad que implica hacerse cargo de organizar el día de trabajo, el aprendizaje pareciera ser más profundo. La cuarentena ha cambiado también el vínculo con los maestros y maestras, quienes se muestran más flexibles, más dispuestos a tener conversaciones genuinas, a preguntarles cómo se sienten y a conversar sobre la vida cotidiana. En estos tiempos, todos los aprendizajes son válidos y el conocimiento se descubre colectivamente. También se flexibilizaron las normas, las faltas, y hasta los métodos de enseñanza: quienes prefieren participar de programas virtuales diseñados por museos, teatros líricos, organizaciones de la sociedad civil o universidades, pueden hacerlo de modo virtual.

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Estos alumnos, los que florecen con la autonomía y la libertad propia de la educación a distancia, se van a encontrar con una dificultad en algunas semanas o en un par de meses, cuando la cuarentena se haya acabado, alguien les va a decir que tiene que volver a la escuela en modo analógico. Para éste grupo de jóvenes, ese desafío será traumático. Porque para quienes la cuarentena encendió el deseo de aprender de manera independiente y tal vez caótica, el regreso al aula y a las estructuras rígidas e inflexibles podría fácilmente tornarse limitante, monótono e incluso algo opresivo. 

En Argentina, al igual que en muchas partes del mundo, la educación es un derecho; y el derecho a la educación es un derecho maravilloso que penosamente no alcanza a todas las personas del mundo ya que no es reconocido por todos los países. Vivir en un país que ha sido pionero de la educación pública es un honor. Sin embargo, en nuestro país el derecho a aprender se ve afectado por la obligación de aprender de una única forma: en el colegio. Y si bien en distintos lugares del mundo existen distintas formas de ser y hacer colegios, en materia de diversidad de modos de aprendizaje, aún tenemos mucho camino por recorrer. 

Debemos aprovechar esta oportunidad para ampliar la cartera de posibilidades y dotarla de matices para que quienes necesiten o deseen volver al aula tradicional puedan hacerlo, quienes practican modalidades de aprendizaje virtuales puedan ser legitimados, y quienes pretenden explorar las innumerables posibilidades que se presentan en el medio de estos extremos, puedan diseñar sus rutas personalizadas de aprendizaje. La personalización de la educación es el gran salto que debe dar ahora la educación en nuestro país. Personalizar los trayectos implica hacer real el sueño de ubicar al alumno en el centro del proceso de aprendizaje. Significa, también, honrar el derecho a aprender a la velocidad y el ritmo adecuado y, sobre todo, otorga a cada una y cada uno de nuestros estudiantes el derecho a aprender aquellas cosas que más les inspira curiosidad y pasión.

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La experiencia del COVID19 nos ha invitado a pensar que existen muchas formas de ser escuela, y a reconocer que existen tantas maneras de aprender como personas hay en el mundo. Obligar a todos y a todas a aprender sentados en un banco es también privar el  derecho a aprender.

El contexto nos obligó a aislarnos para tomar una pausa y darnos tiempo a pensar en la etapa que viene. Cuando la cuarentena termine, la escuela, al igual que muchas otras industrias e instituciones se verán transformadas para siempre. Quienes pensamos la educación, tenemos la obligación de pensar en cómo será la escuela del día después. 

Cada persona aprende a su modo, y para algunos, el mejor aprendizaje es el que nace de la autonomía. Necesitamos abrir un diálogo respecto a cuánta autonomía estamos preparados, como sociedad, para otorgarle a nuestro alumnos; cuán libres estamos dispuestos a que sean los miles y millones de estudiantes que sueñan con otras formas de aprender. Es momento de aprovechar que estuvimos dispuestos a dar este salto al vacío, este disparate de creer que a lo mejor, incluso lejos del aula, otra escuela es posible.