Más allá de que el foco de la atención mediática está concentrado en los aspectos bélicos del conflicto en Ucrania, el carácter híbrido del enfrentamiento entre Rusia y Occidente ha dado lugar a más de diez series de sanciones económicas por parte de los aliados atlánticos contra Moscú. Si bien la intención de estas sanciones apuntaba a debilitar la capacidad económica e industrial de sostener la “operación especial” rusa iniciada en Ucrania en febrero de 2022 y de generar el aislamiento internacional de Rusia y, en especial, su desvinculación de la arquitectura financiera global, en la práctica, a más de un año de iniciado el conflicto las sanciones no han logrado el efecto esperado sobre la economía rusa, han generado un efecto boomerang afectando a las economías desarrolladas y han dado lugar a una reorientación de los flujos comerciales –especialmente en lo que a gas y petróleo se refiere– de Rusia hacia otros destinos, primordialmente euroasiáticos. A esta reorientación de la dinámica comercial –especialmente hacia China e India como principales receptores y socios comerciales rusos–, se ha asociado asimismo un realineamiento internacional de los países en sus posiciones en torno al conflicto en Ucrania. Como lo ha evidenciado la más reciente votación en la Asamblea de la ONU, 141 países condenaron la acción rusa y exigieron el retiro de las tropas de Moscú, siete rechazaron la condena y 33 estados se abstuvieron. El progresivo distanciamiento de las posiciones occidentales se ha expresado en que dos tercios de los estados no se adhirieran a las sanciones económicas a Rusia y que se ampliaran las posiciones de neutralidad frente al conflicto mientras que continuaban manteniendo sus vínculos económicos con Moscú. A lo que se suma el creciente interés por buscar una salida diplomática al conflicto con las propuestas de paz de China y de Brasil, que han chocado con el escepticismo de los países occidentales.
Esta tendencia no solo ha sido puesta en evidencia, desde distintas perspectivas, por economías emergentes de gran potencial demográfico y económico como China e India que, con matices diferentes, han incrementado sus compras de energía a Rusia a precios de descuento, sino también por parte de otros países de menor impacto en la economía mundial, pero de significativa relevancia regional.
En este contexto no es casual que después de la visita del presidente Xi a Moscú en febrero de este año que la Federación de Rusia, en un decreto firmado por el presidente Putin el 31 de marzo de 2023, se reafirmara oficialmente el inicio de una nueva era en las relaciones internacionales dentro de un contexto de multipolaridad, como desde hace ya varios años lo vienen planteando junto con la República Popular China. Bajo el nombre “Concepto de la política exterior de la Federación de Rusia” y, entre otras consideraciones, el documento resalta la importancia de las relaciones con India y con China, y el desarrollo de vínculos crecientes con las naciones del Sur Global.
De hecho, en este marco, en los últimos meses hemos asistido al despliegue de numerosas visitas e intentos diplomáticos, tanto por parte de Occidente como de actores euroasiáticos, para establecer y consolidar vínculos con las naciones de Asia, África y América Latina, definida por algunos analistas como la “batalla por el Sur Global”.
Pero simultáneamente, el impacto de las sanciones económicas impuestas por Occidente se ha reflejado en la progresiva conformación de un conjunto de naciones que buscan despegarse de su dependencia del dólar como moneda de reserva y de intercambio, suplantándolo por el intercambio de monedas nacionales respaldadas por oro o commodities. Desde principios de la década pasada, Rusia y China han avanzado en la utilización de sus propias monedas y, en particular del yuan, para sus intercambios. El encuentro de Xi con Putin en Moscú justamente tuvo como punto relevante de la agenda los temas de cooperación económica y el uso del yuan en sus intercambios, en el marco de una relación de socios estratégicos cada vez más consolidada. Por otra parte, después de la visita de Xi Jinping a Riad, Arabia Saudita reemplazó parcialmente el dólar por el yuan en la venta de hidrocarburos. India y Rusia han incrementado su intercambio comercial con pagos en rupias y rublos, e Irán y Rusia han firmado acuerdos en el mismo sentido de privilegiar el uso de sus monedas nacionales en los intercambios comerciales. Y en días recientes los miembros del Asean han optado por incentivar el uso de sus monedas nacionales en desmedro del dólar, mientras que un pago reciente a una compañía petrolera francesa por parte de China se ha hecho en yuanes e Indonesia –uno de los actores protagónicos de Asean– ha expresado su apoyo a la creación de una moneda común de los Brics.
Más allá de la erosión de la primacía de la moneda estadounidense, es evidente que estos procesos –particularmente en el ámbito euroasiático– son respaldados por una arquitectura financiera e institucional en pleno desarrollo vinculada a la ampliación de la Organización de Cooperación Shanghái (OCS) con la reciente incorporación de Irán y la solicitud de Arabia Saudí de asociarse como socio de diálogo; al despliegue –no sin problemas– tanto de la Unión Económica Euroasiática (UEEA) bajo la égida rusa (y a la cual aspira incorporarse Irán) como de la Iniciativa de la Franja y de la Ruta impulsada por China y de la “armonización” de ambas a partir de un acuerdo de 2018; a la creación y crecimiento del Banco Asiático de Inversión e Infraestructura (AIIB) lanzado por China y al Nuevo Banco de Desarrollo (NDB) de los Brics junto a toda una serie de mecanismos de interconectividad e infraestructura en Eurasia que, en conjunto, han logrado desplazar progresivamente la influencia occidental y, en particular, la estadounidense de este espacio regional.
El tándem Rusia-China ha sido un factor fundamental de este proceso euroasiático en donde la OCS juega un papel fundamental en el marco de la creciente relevancia que adquieren los temas económicos y de desarrollo y cooperación en su agenda en relación con la prioridad originalmente asignada a los temas de seguridad regional y a la lucha contra el terrorismo.
Pero el documento reciente de Moscú muestra también una reactivación, en primer lugar, de los que en su momento el canciller Primakov llamó el “triángulo estratégico de Eurasia” representado por Rusia, India y China y que ha funcionado en el marco de la coordinación del grupo RIC, sin óbice a que se incorpore otro actor importante en la región, Irán. Y en segundo lugar y, en la misma línea, hace un guiño a la reactivación y ampliación de los Brics como contraparte del G7 y con alcances que van más allá de Eurasia y reverberan en el Sur Global en general, pese a su heterogeneidad y a sus asimetrías, en función de la coordinación y el desarrollo entre las economías emergentes. La decisión de los Brics de crear una moneda común –el 5R– va en el mismo sentido de este proceso y apunta a la progresiva desdolarización de sus economías junto a la de los nuevos miembros del grupo. En todo caso, también se hace evidente que se encuentra en desarrollo una creciente vinculación entre las dinámicas de la OCS en Eurasia y las de los Brics a nivel global en una serie de iniciativas que apuntan a la erosión del dólar estadounidense,
Es evidente que estos complejos procesos geopolíticos y económicos que se arremolinan en el lapso de los últimos meses a nivel global tiene mucho que ver con el punto de inflexión que han implicado las sanciones occidentales más que la guerra en Ucrania en sí y que ha puesto en cuestión tanto la primacía del dólar y, eventualmente, del euro ante la posibilidad de que sean utilizadas como un arma contra las economías emergentes. El temor a que las sanciones económicas aplicadas a Rusia puedan también ser utilizadas contra otros países fogonea estas reacciones. Sin embargo, en tanto son procesos incipientes en un mundo donde el 60% de las reservas de los bancos nacionales a nivel global siguen atadas al dólar estadounidense, se abre la interrogante de si estamos efectivamente frente a la emergencia y al desarrollo de un orden multipolar, de una desglobalización que puede llevar a globalizaciones paralelas y a una crisis de la gobernanza financiera global. Sin mencionar el impacto que pueda tener sobre la propia economía estadounidense.
Más allá de la desdolarización, el surgimiento de un bloque económico y geopolítico alternativo al occidental marca una transición compleja del sistema internacional pero también abre la interrogante acerca de si implica una creciente tensión y una eventual ruptura entre dos bloques o una complementación desde el Sur y en función de intereses diferentes en el marco de un sistema donde ya no todas las reglas e instituciones responden a la primacía occidental.
Como señalan en un reciente texto Liu y Papa, las estrategias respectivas pueden seguir el camino del go-it-alone de una desdolarización basada en nuevas instituciones y nuevos mecanismos de mercado, o el de la reforma del statu quo que impliquen una constante renegociación de las reglas de juego para diluir el peso del dólar en el marco de la economía mundial.
*Presidente de Cries y receptor del Premio 2023 al Académico Distinguido del Sur Global otorgado por ISA.