OPINIóN
Ciencia, tecnología y pandemia

Mundo matrix

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Nuevas realidades. Hay un predominio de lo virtual, un universo hecho por y para jóvenes, donde los viejos no cuajan. | shutterstock

En los años 70, cuando volví a mi Bucarest natal, de visita, después de veinte años de ausencia, estaba gobernando el matrimonio Ceausescu. Fueron muy pocos los días que aguanté la atmósfera que se vivía allí. Entre las mil desgracias que me contaban, una me quedó grabada: decían que cuando un viejo llamaba una urgencia médica, la ambulancia no llegaba nunca…

Vinculo hoy esa despiadada realidad con los difundidos dichos de Christine Lagarde, ex directora del Fondo Monetario Internacional: “Los ancianos viven demasiado y es un riesgo para la economía global”. Esas palabras fueron desmentidas después, pero esto sí lo expresó el FMI en su informe del 2012: “Las implicancias financieras de que la gente viva más de lo esperado son muy grandes”.

Con lo cual Ceausescu fue un precursor. Y también lo fue en 1969 Bioy Casares con su novela “fantástica” Diario de la guerra del cerdo. La idea del libro giraba alrededor de la matanza de viejos por parte de pandillas de jóvenes.

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Estas reflexiones me surgieron al comenzar esta extraña peste del covid-19, y sobre todo al saber que las grandes potencias, la tecnología de la información, las industrias farmacéuticas y sus laboratorios no son ajenos a la preocupación por la superpoblación actual.

En el siglo XX la humanidad se cuadriplicó con respecto al siglo anterior. O sea: hay demasiada gente en el mundo (7.700 millones). Y, por supuesto, demasiados ancianos.

La ciencia y la tecnología son algo prodigioso. Solo depende de cómo se usen. Hoy existen la manipulación genética, nuevas y diversas propuestas de organización social y familiar, y pareciera que “los adultos mayores” ya no tienen lugar en este mundo. Los avances de la robótica también facilitan prescindir del ser humano. Lo estamos viendo: desde una aspiradora de hogar hasta robots para usos militares, médicos, hasta esos autómatas “humanoides” que pueden realizar un delivery, ser bailarines perfectos o presentadores de noticias en TV.

Lo que llamábamos “ciencia ficción” es hoy una realidad cotidiana. Todo se va deshumanizando. Agregando los minichips que se implantan en el cuerpo humano con fines sexuales, terapéuticos contra el dolor u otras enfermedades y, sobre todo, para identificar a las personas. Esos chips almacenan información y servirán para que cada persona pueda ser controlada, una por una.

Dicen que esos minichips responden a una iniciativa del Banco Mundial y de la ONU que prevé su obligatoriedad antes del año 2030.

Advertimos, pues, notables metamorfosis en la identidad, en la sensibilidad, en la estética. Hasta en la moda hay una tendencia “gender less”, y está también la aparición del lenguaje inclusivo. Si bien todo eso tiene un lado positivo en cuanto a una mayor apertura mental y a la disminución de prejuicios, a la vez, y paradójicamente, se termina en la restricción de otras libertades. ¿Acaso no somos ya esclavos adictos a los celulares y a internet? La humanidad ya está atrapada en la dependencia de las máquinas.

“Civilización es esterilización”, escribió Aldous Huxley en su inmenso libro Un mundo feliz (1932). Y también dijo: “En una era de población acelerada y con métodos eficientes de comunicación masiva, ¿podemos preservar la integridad y reafirmar el valor del individuo humano?”.

Las nuevas realidades que estamos viviendo, el nuevo orden mundial, los virus que irrumpieron de golpe y cuyos resortes no entendemos del todo, la guerra de las vacunas y el predominio de lo virtual nos hablan de un mundo sin piedad, sin sentimientos, un universo hecho por y para jóvenes, donde los viejos no cuajan.

El planeta está que arde… no da más. Huracanes, temblores, nieve en el desierto, volcanes en erupción, temperaturas extremas. Ya hay gente que está trabajando para enfriar la Tierra. Quieren tapar el Sol echando carbonato de calcio en la estratosfera.

 ¿Será todo esto algo así como el advenimiento de un reino del mal? Pero ¿qué es el mal? ¿Viene de afuera? ¿Es ajeno a nosotros? Dios no creó el mal, sostenía Einstein. “El mal es el resultado de la ausencia de Dios en el corazón de los seres humanos”.

Quizás sea demasiado tarde para plantearse estas cosas. ¿O aún estamos a tiempo?

*Escritora.