Tanto hablan de la memoria que se le quita valor a la historia. La memoria es acotada. De generación en generación se va degradando el registro y sólo llega algo, quizás poco.
Estamos a las puertas de 1816. Fue el Año sin Verano, el Año de la Pobreza. Para los argentinos sigue siendo un año importante por otro motivo: nos declaramos independientes de España. Nosotros no lo registramos como un año dramático en el plano global.
El mundo salía de la Pequeña Edad de Hielo, ese período de temperaturas por debajo de lo normal que abarcó desde principios del siglo XIV hasta la mitad del XIX. Las guerras napoleónicas llegaban a su fin en 1815 luego de Waterloo. Parecía que comenzaba un período de paz y restablecimiento de algún tipo de orden.
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Algo había sucedido que en gran parte de Asia, en Europa, África y América nadie percató. Nassim Nicholas Talebbien podría haber escrito su libro “El cisne negro” en ese momento.
A comienzos de abril de 1815 en Indonesia entró en erupción el Monte Tambora. Fue la erupción volcánica más importante en el planeta en más de mil años. Los datos son imprecisos, pero hoy se supone que en pocos días murieron cerca de 100.000 personas. El enorme volumen de cenizas se elevó hasta la atmósfera superior y comenzó a esparcirse por todo el planeta. China, la India y luego Europa fueron quienes más sufrieron en etapas sucesivas.
El cielo fue cubierto por una fina capa de cenizas que no dejó pasar la luz del sol normalmente y por lo tanto la temperatura descendió como hace siglos no ocurría. La catástrofe natural se expandió por el mundo y pegó de lleno en la producción agropecuaria global ya que se alteraron las temporadas de lluvia y sequía.
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En China se perdió la cosecha de arroz en gran parte de su territorio. Aquello que no fue afectado por la falta de sol y las bajas temperaturas se lo llevó las inundaciones provocadas por el Yangtsé. Los campesinos le dedicaron más hectáreas a sembrar amapolas y de allí comenzaron a producir opio.
En la India ocurrieron monzones fuera de época y más violentos que lo usual. Además del destrozo de cultivos hubo en 1817 una epidemia de cólera que diezmó la población. La enfermedad se expandió desde China hasta Rusia, por lo cual se la considera hoy como la primera pandemia global dela historia.
En Europa el impacto fue igualmente demoledor. Irlanda perdió gran parte de su producción de papas y esto generó una hambruna y una reducción del comercio que impactó en Inglaterra, Escocia y Gales. Hubo levantamientos de la población que se prolongaron hasta 1817 al menos. La alteración de precios relativos llevó a la imposición de tarifas y restricciones comerciales entre los países europeos para intentar equilibrar el precio de los granos. Prusia unificó sus aranceles en todo su territorio, piedra basal para construir luego el Imperio Alemán.
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Aquí andábamos en plena guerra civil del Imperio Español que derivó en la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. El momento no pudo ser más propicio. Con la caída de la economía y una crisis social y potencialmente política en Europa, la capacidad de reacción de España estaba baja. Avivada criolla, sentido de la oportunidad -como quiera llamarse-, el volcán Tambora brindó una ayuda no prevista a los sectores patriotas que promovían la independencia. España destinó a Venezuela la expedición de 1815 comandada por Pablo Morillo y no pudo enviar otra al Plata. Hubo un respiro circunstancial que no aprovechamos del todo: el Reino Unido de Portugal y Brasil invadió la Banda Oriental y Buenos Aires se enfrentó con Güemes.
Pandemias, erupciones, tsunamis tienen más impacto de lo que pensamos en nuestra vida cotidiana. Veremos qué nos trae esta vez. Hay que leer seguido a Taleb y evitar las proyecciones optimistas de largo plazo.
Dr. En Sociología (UCA), docente UCA, UCES, UNTREF