A la hora de organizar un asado tenemos dos opciones: mirar nuestros números y ver a cuantas personas podemos invitar o invitar a todas las personas que queremos y dividir el costo del asado entre todos. Son claras las limitaciones del primer escenario y, a la vez, también es evidente que el segundo escenario requiere de mayor organización porque que exige un acuerdo previo.
En la Argentina de la producción, no estábamos eligiendo ninguna de las dos opciones. Estábamos yendo por una combinación inviable. Invitábamos a todos los que queríamos al asado y cubríamos el costo sin saber cómo lo íbamos a afrontar.
Históricamente, dentro del Estado hubo dos referentes a cargo de representar a los dos pilares del sistema productivo argentino. Por un lado el Ministerio de Producción en representación del sector empresarial y por el otro el Ministerio de Trabajo en representación de los trabajadores. Esta división histórica fue distanciando a los sectores y enfrentándolos.
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La división en sí misma fue generando desconfianza, pero el daño real y de fondo a la relación surge debido a que las voces nunca estuvieron balanceadas. Acorde a la cercanía con el poder de turno, y en un escenario de enfrentamiento constante,el sector con más llegada siempre se llevó puesto al otro. Los sectores fueron beneficiados alternadamente, pero nunca hubo un objetivo de balancearlos.
En este sentido, el presidente Macri introdujo un nuevo imperativo moral en el universo de la matriz productiva: la necesidad de contar con un sistema equilibrado y ordenado. Su decisión de unificar dentro del Ministerio de Producción y Trabajo la relación con todos los actores nos permite trabajar de forma conjunta en un esquema que, cuidando a los trabajadores, nos permita crecer como país.
El punto de partida para balancear la matriz es la reconstrucción de la relación entre el sector empresarial y los trabajadores. Los actores deben confiar en que, independientemente del poder de turno, las mesas de trabajo van a estar mediadas por un tercero que va a velar por el conjunto y que no va a inclinarse hacia uno u otro lado. El tiempo separó tanto las orillas que, hoy, animarse a cruzarlas parece una aventura similar a la de Julio Cesar cuando decidió atravesar el Rubicón. Un pequeño paso con implicancias enormes.
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Desde el comienzo estamos trabajando en mesas de diálogo tripartitas donde todas las voces pueden ser escuchadas. Es con el tiempo, mediante el diálogo y el trabajo conjunto que las partes van acercando sus posiciones. Es difícil recuperar la confianza perdida, pero al entender las necesidades y realidades de la contraparte podemos avanzar en dejar atrás el escenario de grieta y enemistad que tanto daño nos estaba haciendo. Es importante que las partes se reconozcan como engranajes de un mismo motor. Entender que existe una dependencia entre los sectores es la base para la construcción de confianza. Hemos incorporado así el imperativo moral de la visión de conjunto.
Además de los dilemas actuales, esa confianza nos permitirá trabajar juntos en la agenda del trabajo del futuro. Este es un desafío que tienen todos los países:una agenda que va a llegar más temprano que tarde y, si la encaramos con responsabilidad, también una gran oportunidad para estar a la vanguardia. Para lograrlo, el objetivo de las mesas de trabajo debe ser la protección de los trabajadores y de los puestos de trabajo, pero no de las posiciones de trabajo. Debemos contener el presente generando el marco del futuro, capacitando a los jóvenes, re educando a los trabajadores activos y, por sobre todo, instalándonos como referentes en el mundo.
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Ya nos encontramos tendiendo puentes entre jóvenes empresariales y sindicales que van a liderar el futuro. El espacio de diálogo entre las partes en la nueva generación, que no se encuentra condicionada por experiencias pasadas, se da de una manera más natural. El temor de los jóvenes nunca fue lo que podían encontrarse en la orilla de enfrente; el temor era navegar las aguas. Al sentarse a conocer y entender las necesidades que cada uno tenía pudieron constatar que tenían más intereses compartidos que contrapuestos. Desde este futuro en común, esperemos que las generaciones venideras puedan crecer juntas en confianza en lugar de seguir recorriendo orillas paralelas.
Las buenas relaciones internacionales y el amplio reconocimiento mundial que logró el Presidente es algo que no podemos desperdiciar. El mundo nos abrió las puertas; la cuarta revolución industrial pateó el tablero dándonos una segunda oportunidad de ser un país que genere valor agregado y sentamos en la misma mesa a todos los actores del sistema productivo. Estuvimos trabajando en la construcción de la confianza y en casos como Vaca Muerta logramos las primeras demostraciones de que esta lógica de trabajo funciona. Los beneficios salen a cuenta gotas, pero el flujo es cada vez más intenso. El escenario está dispuesto para que, de una vez por todas, podamos ir juntos para adelante llevando a la Argentina al lugar que le corresponde.Para eso, es necesario dar el paso que garantice cuatro años más en esta dirección, porque el futuro del trabajo argentino se encuentra del otro lado del Rubicón. Crucémoslo.
- ¿Qué es cruzar el Rubicón?
En los últimos cuatro años, empezó a generarse un cambio de paradigma en todas las dimensiones de la política y se incorporaron nuevos imperativos morales a cada área de gobierno. Cruzar el Rubicón es dar el paso que hace imposible la vuelta atrás y que da a ese cambio profundo un carácter irreversible.
Esta conceptualización deriva de una columna publicada el 9 de julio en el diario La Nación por Ian Sielecki, otro joven pensador del gobierno. https://www.lanacion.com.ar/opinion/entre-julio-cesar-y-peronel-dilema-de-la-argentina-cruzar-o-no-el-rubicon-hacia-el-siglo-xxi-nid2265858
(*) Asesor del Secretario de Gobierno de Trabajo.