—Dijiste que 2021 puede ser un año espectacular, ¿por qué?
—Si el diablo no mete la cola, 2021 puede ser espectacular por muchos motivos, internos y externos. Más bajo no podemos estar, ese es un motivo interno más obvio. A partir de ahora tenemos que subir. Al frente del Gobierno hay gente que sabe que la riqueza hay que generarla para poder distribuirla. Los que la generamos somos los argentinos. No viene la plata de afuera, no la generan los bancos. La genera la gente trabajando. Para poner a la gente a trabajar, las fábricas como las nuestras, las automotrices, las plásticas, las industriales en general, tienen que funcionar. En mi empresa dependemos de dos cosas: del consumo y de las condiciones globales. Ahí es donde entra el tercer factor, que es el precio de la soja. El dólar está bajando en relación con otras monedas, mientras que la soja está subiendo. Eso hace que aumenten los dólares que tienen y poseen los argentinos en la Argentina. Hay mucha cantidad de dinero, se dice que hay casi 180 mil millones de dólares. Ese dinero está disponible para comprar productos baratos que producimos en la Argentina. Nosotros estamos haciendo proyecciones de crecimiento. Desde hace un año estamos creciendo. La proyección que hacemos es de no menos de un 20% de aumento de demanda para nuestro producto.
—¿Qué comparación hacés entre ese escenario y el de 2002/2003?
—Es muy similar. Luego de un ciclo de desperdiciar dólares tiene que volver a generarlos. Desde el año 97 en adelante desperdiciamos muchos dólares. También desde 2016 hasta 2019. Nos empobrecimos. La Argentina tiene capacidad de reacción porque tiene un campo que genera riqueza y tiene una industria y una clase media, que pueden generar riqueza cuando se les permite. En los próximos años veremos lo mismo que sucedió entre 2003 y 2007/2008. Se puede malograr con malas decisiones como el impuesto a la riqueza. Me opuse también a la regulación del teletrabajo, que son barbaridades. También a la cantidad de regulaciones y cosas que salen del Congreso, que tienen un tono populista de corto plazo. Son terriblemente malas para el largo plazo.
—Comparaste el impuesto a la riqueza con el que se les cobró a los armenios en Turquía, a los judíos en Polonia
—Soy un estudioso del tema de los holocaustos. Lo digo con conocimiento. En el caso de los armenios, en Estambul en los años 1914 y 1915 eran los que más dinero tenían. Habían crecido por muchas razones, una de ellas el mucho trabajo. Los judíos en Polonia y Alemania habían crecido trabajando mucho. Lo mismo pasa con los ricos en la Argentina. No lo son porque roban, sino porque vienen trabajando desde hace generaciones. En los tres casos sucede porque somos minorías. Somos atacadas por las mayorías democráticas, que no conocen que la democracia no es el sometimiento de las minorías por las mayorías, sino la protección de las minorías por las mayorías. Eso es democracia. El discurso que hubo sobre el impuesto a la riqueza es que son solo 9 mil. Eso de “son solo” seguido de una cifra es algo que se repite en la historia. Es un discurso que empobrece a las naciones, porque los ricos tienen grados de libertad y los usan yéndose.
“Cristina es brillante. Y, contrariamente a lo que dicen muchos amigos empresarios, sabe de qué habla.”
—Dijiste que “los congresistas regalan pero no tienen ningún costo. Proveen un comportamiento que atenta contra el país”. Y luego: “La Secretaría de Industria está trabajando bien. El Ministerio de Desarrollo Productivo hace lo que puede y luego el Congreso dificulta las inversiones”. Por un lado apoyás al Gobierno, pero quien conduce el Senado es Cristina Kirchner, y la mayoría en Diputados es de su hijo, Máximo. ¿Son ellos los responsables? ¿Hay un Ejecutivo que funciona bien y un Legislativo que funciona mal?
—Tengo asesores en la empresa. Hay una diferencia entre quienes asesoran y quienes ejecutan. Los que ejecutamos tenemos obligación del día a día. Los que asesoran, los que proponen, como el Congreso, no tienen la obligación del día a día. Entonces dicen y hacen pavadas, cosas en contra de los intereses del país. No hay correspondencia entre lo que dicen y lo que sucede después. El Ejecutivo está más atado a causas y consecuencias. Si el Congreso saca malas leyes, el Estado tiene que levantar los muertos. El impuesto a la riqueza no era una decisión del Ejecutivo. Y una vez que eso se instala en la sociedad es muy difícil cambiarlo. Muchos amigos me dicen que es algo que lleva adelante Alberto Fernández, pero sostengo que no es así. Alberto Fernández se oponía. Muchos en el Ejecutivo siguen oponiéndose, pero no lo pueden decir porque es antipopular. No poner impuesto hubiera sido una solución de largo plazo de los problemas de la Argentina.
—¿Cuándo conociste a Alberto Fernández?
—Lo conocí hace pocos años. No lo voté y él lo sabe. Voté a Lavagna.
—¿Y en 2015 por quién votaste?
—Por Mauricio Macri. Ayudé en la campaña.
—Compraste la soga, como decía Lenin.
—Compré la soga. En el momento era una buena decisión que se malogró. Macri iba a ser presidente por un mandato. Cuando alguien lo convenció de que podía ser presidente por dos, empezaron a hacer actos populistas como ceder ante todos los fondos que le pedían las provincias, con las jubilaciones y en otros temas. Se cedía con dinero. Dinero que podía haberse retraído, porque todos éramos conscientes de que durante el gobierno anterior se había regalado dinero que había que retirar. Pero Macri congeló esos fenómenos. Para mediados de 2016, la tendencia estaba clara. Además había una tendencia que yo no había notado antes mientras estábamos en campaña: Macri no hablaba del empresario argentino. Siempre mencionaba a empresas extranjeras, y ninguna argentina. No nos mencionó ni de casualidad.
—¿En que circunstancias conociste a Alberto Fernández?
—Fue hace tres o cuatro años por un tema circunstancial que ni recuerdo. Lo visité en su departamento, charlamos como amigos que habían tenido trato. Era amigo de mi hermano Aldo, que lo había conocido con la Fundación Pro-Tejer. Yo no lo conocía personalmente. Me cayó muy bien. Es una persona muy tranquila, muy buena. La relación se profundizó cuando el día que ganó le mandé un mensaje de texto. Habíamos tomado la decisión de que si ganaba íbamos a reabrir una fábrica en La Rioja, y si perdía él, si ganaba Macri, cerraríamos una fábrica en La Rioja. Se escribí a las 19.30 y a las 20 me contestó: “Necesito pasarle un mensaje a la industria. Esperemos una semana para que hagas el anuncio”. Esperamos, fuimos a San Martín y ahí vino con Sergio Massa, a quien también le había mandado felicitaciones. En lo de un cliente nuestro se hizo una presentación donde el mensaje fue para toda la industria en general y la textil en particular. Nos dijeron que nos necesitaban y que harían lo necesario para que creciéramos.
“Al frente del Gobierno hay gente que sabe que la riqueza hay que generarla para poder distribuirla.”
—¿Hay un empresariado albertista y uno cristinista?
—Hay un empresariado pyme albertista. A los empresarios grandes me da la impresión de que les da un poco de vergüenza. Es raro, porque perdimos fortunas con Macri. Aun así, todavía siguen pensando en términos de Macri. Tenemos la posibilidad de tener cuatro años muy buenos y quizás más. Pero todavía seguimos pijoteando si apoyamos o no al Gobierno.
—Fuiste parte de AEA (Asociación Empresaria Argentina) desde su fundación hasta el año pasado y te fuiste, ¿por qué?
—Porque no termino de comprender los intereses de los empresarios. A veces, parecen ir a trasmano de los mismos intereses propios y del país. No es una traición, sino que no terminan de comprender cómo funciona nuestro país, cuáles son los problemas verdaderos. Las soluciones son siempre las mismas. En mi libro Revolución impositiva hablo de un cambio en las relaciones entre las partes, entre empresarios y trabajadores, entre el Estado y las empresas. En cambio, todavía seguimos alimentando el Frankenstein que existe. Mi enojo con el empresariado es que tenemos la capacidad para hacerlo, pero las ambiciones personales impiden coordinarlas. La idea primigenia de una institución como AEA en veinte años es la seguridad jurídica. Para mucha gente no significa nada. Y eso nos aleja de la sociedad. Y al alejarnos de la sociedad, nos transforma en carne de cañón de aquellos que quieren ver sangre. Es algo que también nos pasó a los armenios. Los empresarios no somos los responsables de las cosas que suceden, pero sí tenemos actos de omisión. En democracia, el que calla otorga. El empresariado habla a través de economistas. Y el economista piensa que decidimos por números. No es así: si sigue o no una compañía es porque tiene detrás una historia familiar. Sigo mi empresa porque tiene historia familiar y hago una inversión porque creo que las cosas van a salir bien. No porque sé que voy a tener el 22,3% de rentabilidad. Es algo que la sociedad no comprende.
—¿Los empresarios siguen apoyando a Macri a pesar de que les fue mal con él?
—Votamos a un Macri ideal que no resultó ser. El padre de Macri era el empresario. Mauricio resultó ser una persona incapaz de tomar las decisiones adecuadas en el momento correcto. Emilio Monzó o Rogelio Frigerio o Nicolás Massot son espadas espectaculares. Fui testigo de que el centro de Cambiemos, el PRO, no quiso coordinar con el resto de los partidos políticos. Cuando mis amigos me dicen que no los dejaron les contesto que no es cierto. Massa quiso coordinar, el peronismo quiso hacerlo, quisieron trabajar en conjunto, ellos, como los chicos, quisieron hacerlo solos. Solos no se puede en un país democrático.
—Ese es el error de Macri. ¿Cuál es de los empresarios de AEA?
—No haberlo corregido a tiempo. Macri se envalentonó por mensajes que le da el empresariado. Ese “todo bien y seguridad jurídica”. No es solamente seguridad jurídica. Debemos tener ganancias, proyectos. Necesitamos un empresariado nacional.
—¿Qué pasa dentro de AEA para que se produzca eso?
—A mí me retaron por decirle a Nicolás Dujovne que lo que hacía no funcionaba. Por preguntarle a Alfonso Prat-Gay por qué iban a venir inversiones si nuestro país era el de más alta tasa de interés y de más altos impuestos. Él tenía experiencia en manejar dinero de otros. Le pregunté si él aconsejaría a alguien invertir en la Argentina. Me dijo que era una decisión de cada uno. Hubiera sido preferible que mintiera y dijera que bajaría los impuestos.
—¿Quién te retaba?
—Me lo guardo. Ya dije bastante. Pero hubo gente que me dijo que no debía decirle esas cosas a un ministro. Yo lo hacía en lugares cerrados, tenía todo el derecho
—¿Cómo funciona la AEA?
—Es una entidad colegiada de empresarios exitosos, que pueden hablar con el Gobierno directamente. Eso probablemente fue un problema, porque era la modalidad de tiempos de mi padre. Él les hablaba a los ministros en forma directa.
—¿Esa es la diferencia con la UIA?
—En la UIA es el conjunto el que le habla. Hay de todo y es el total el que habla.
—En AEA están los dueños de las empresas.
—En vez de una cosa colegiada, AEA habla del sexo de los ángeles. Luego cada una de las empresas explica en particular qué le pasa.
—¿El problema es la abstracción o la ideología?
—En veinte años no recuerdo casi ningún tema concreto. Por eso me fui, porque no entendí para qué existía.
—¿Cuál es tu conjetura?
—Que está pensada para un mundo de hace cuarenta o cincuenta años. Y si lo digo es porque deseo lo mejor para AEA. Yo no era para AEA. Hizo bien en relegarme y sacarme. También hice bien en irme. Pero la asociación tiene que encontrar una forma de hablarle a la sociedad, no a los funcionarios. Cuando se les habla directo a los funcionarios y no a la sociedad, tienen una actitud muy compleja.
—¿Quiénes conducen AEA?
—Técnicamente, Jaime Campos. Y muchos vicepresidentes. Es el único que no es empresario. Creo que su tiempo ya pasó. Intelectualmente, hay muchos artífices. Algunos con más peso que otros.
“Había que ser idiota para invertir en la Argentina durante el gobierno de Macri.”
—¿Quiénes tienen concretamente esa mirada a favor de Mauricio Macri y en contra del gobierno precedente?
—Yo lo atribuyo a no comprender al resto de los empresarios que participan de AEA. La institución tiene una función social que es explicarle a la sociedad y poner en la sociedad cuál es su rol. Son los empresarios los que participan y no las empresas.
—Personas físicas.
—Sí, y entre ellas, creo que el 97% somos argentinos y representamos a empresas argentinas. Nuestra obligación social es explicar a la sociedad por qué el impuesto a la riqueza es un error. La AEA se expresó cuando ya era tarde.
—¿A qué te referís cuando decís que la organización envalentonó a Macri?
—No les decía nada. Estaba todo bien. Los ministros nos hacían el verso de que había crecimiento, inversiones. Nosotros, que perdíamos dinero, aceptábamos los datos del Indec o de quienes nos traían esa información como si fuera verdadera.
—¿Se transformaban en cortesanos del poder?
—Es como se hacía antes. Las empresas antes eran cortesanas del poder. Hoy deben explicar qué sucede para que se tomen buenas decisiones. Nico Dujovne, justo antes de que el dólar pegara el salto a 23, el día que el JP Morgan compró 1.500, 1.700 millones, nos echaba la culpa de la inflación a los empresarios porque estábamos subiendo salarios. Lo mismo me sucedió con Federico Sturzenegger. En abril de 2016 nos echó la culpa a los empresarios por los aumentos de sueldo, cuando la provincia de Buenos Aires les dio un aumento a las maestras de esa provincia con un indicador que el resto tuvo que tomar. El gobierno de empresarios de Macri nos echaba la culpa de los problemas a los empresarios. En vez de decirnos cómo estaban haciendo para bajar los gastos, los impuestos y qué cambios estructurales hacían, venían a explicarnos que estaba todo bien y que vendría la plata de afuera y que llegarían las inversiones. En realidad, había que ser idiota para invertir en la Argentina. Ni los empresarios de AEA lo creían. De hecho, públicamente nunca salió nada, salvo un par de cosas.
—Luis Pagani sí lo hizo. Pero la AEA fue cortesana de Macri y no del gobierno de Cristina y de Alberto.
—Con el gobierno de Cristina Kirchner sucedió un fenómeno extraño, distinto al fenómeno de Macri. Uno se olvida. Con el gobierno de Cristina trabajábamos al 105% de las fábricas porque los costos no nos daban. Teníamos que trabajar mucho. Los productos habían bajado porque producíamos mucho. Había mucho empleo por las razones incorrectas, porque se promovía el consumo por encima de la inversión. Se había cebado a la población a un consumismo imposible de bancar, pero las empresas trabajábamos a full. Durante el gobierno de Macri, empresas como las mías bajaron a la mitad su producción. Son dos cosas distintas pelear cuando estás destruyendo valor, mano de obra y empleo y cuando te obligan a producir mucho y vender barato. Te controlaban, pero se trabajaba como bestia, como pasó en 2015, por ejemplo. El caso de Macri es un mal aún peor porque fue una esperanza para muchos. Lo peor de Macri no fue el tema económico. Es que durante los próximos veinte años, cada vez que un empresario tenga una buena idea, la gente le dirá “ustedes ya hicieron suficientes cagadas”. Me pasó con un amigo peronista, que me dijo eso, que los empresarios ya habíamos tenido nuestra oportunidad. Es un problema. Y es mayor cuando nos quedamos callados por ese antecedente. No es correcto que el empresario se sienta culpable porque el hijo de Franco Macri no supo manejar las cosas. Tenemos obligación hacia nuestras empresas, la sociedad, la población, nuestros hijos. Tenemos la obligación de pelearla desde acá, desde adentro. Entiendo a mis amigos que se van del país. Están hinchados y se sienten menospreciados. Pero el resto tenemos que hablar.
—¿Cómo fue y cómo es la relación de los empresarios de la UIA con Cristina Kirchner, con Mauricio Macri y con Alberto Fernández?
—La UIA es mucho más democrática. Cambió presidentes muchas veces. Tiene una historia de 150 años. La industria es la amalgama del resto de la sociedad. La industria procesa productos del campo y utiliza a la gente del sector servicios, ya sea bancarios como de software. Representa a un sector muy específico que es la amalgama y es democrática. Tiene un sistema que a uno le puede gustar más o menos, pero las ideas fluyen y la relación con los gobiernos en general fue buena, incluso con el de Macri que no le daba ni cinco de pelota.
—¿Y el caso de AEA?
—Es más elitista.
—Con Macri, AEA lo escuchaba, asentía y no le reclamaba nada.
—Sí. Al sector de bancos extranjeros que estaba haciendo fortunas con los préstamos al Estado les vendió un buzón. Hasta el último día los bancos creían que iba a ganar Mauricio sin comprender lo que pasaba debajo de la superficie.
—¿No tuvo un termómetro de la realidad?
—Ese fue el fenómeno a nivel de la dirigencia. Probablemente en la segunda línea pensaban distinto.
—¿Tendría que ver con el deseo?
—El deseo obnubila nuestros pensamientos. Puede ser que haya pasado eso. Los bancos extranjeros hicieron dinero prestándole al Estado. Tomaban del consumidor al 30 y colocaban al 40. Hacían una fortuna en un mundo en el que las tasas eran negativas. Los amigos a los que mejor les va mandan a sus hijos a trabajar a los bancos. Eran empleados que ganaban dos o tres veces lo que ganaba alguien que trabajaba en manufactura. Y nos decían que el problema éramos los que hacíamos manufactura, que no nos sobra un peso. Respecto de Cristina, tengo una tesis: ella era amiga del empresariado, pero el empresariado no supo conversar con una mujer con poder. Hoy que está tan de moda el tema de género, tampoco sé conversar con una mujer de poder. Es importante comprender que la conversación entre hombres es distinta a la que se da entre hombres y mujeres con poder. Totalmente distinta. No soy psicólogo, pero creo que eso desvirtuó el vínculo.
—¿Cristina Kirchner aspiraba a llevarse bien con los grandes empresarios y se sintió rechazada y hubo un rechazo de clase, como le pasó en otra proporción a Evita?
—Podría ser. Cristina es brillante. Cuando estaba en el gobierno, yo pensaba como algunos amigos que no sabía de ciertas cosas. La gente del gobierno de Cristina puede haber sido muchas cosas, pero sabía. Hoy también saben. Tienen en algunos casos hipótesis cerradas, pero deben ser confrontadas con gente que dialoga, no con gente que escupe a través del diario una información y luego espera reacciones.
—¿El problema que tuvo AEA durante el gobierno de Cristina fue una cuestión de género?
—Fue el gran problema. Otro fue la no coordinación entre las diferentes partes.
—¿Con Néstor Kirchner era distinto?
—Sí. Porque Néstor Kirchner en privado era una persona totalmente distinta a la que aparecía en público. Entendía de números igual que nosotros, si querés más. Era del estilo camisero en el sentido de “me entra la plata, me sale la plata...”. Comprendía ese fenómeno. Ante el cambio de presidencia se produjo un quiebre en esa dirección y nosotros no supimos manejar la transición. El último período de Néstor se centró en una pelea muy específica con un diario que tiñó todas las conversaciones del resto de los mortales. Y este teñido probablemente haya influido en AEA. El Kirchner que yo conocí era un tipo muy sagaz. Como Cristina, pero en términos económicos era más preciso Néstor.
—¿En AEA hubo cuestiones de género y se entendían diferente con un hombre, con Néstor?
—Creo que sí. Esta presión que tenemos con el tema de género me parece muy bien. Las mujeres que conozco son altamente capaces. Este tema de reemplazar por “todes” me parece una idiotez a mí. No refleja nada. Hombres y mujeres dicen diferentes las cosas. Mientras los hombres dicen algunas cosas directamente, la mujer que lo hace de chiquita, es criticada. Eso hace que sea manipuladora al decir las cosas. Esa diferencia en la conversación entre el hombre y la mujer implica que cuando suben las mujeres de poder tienen un manejo distinto del lenguaje y eso quizás nos cuesta un poco para tratar. Muy poca gente que conozco sabe tratarlo. Es una falla importante.
—Alberto Fernández es hombre. ¿AEA también tiene problemas de relación con Alberto Fernández?
—Alberto Fernández es hombre y muchos lo conocen, pero no se dan cuenta de que ya es presidente. Ahí también tenés un tema del lenguaje. Porque Alberto Fernández no es más jefe de Gabinete, es presidente y debe ser respetado con todos los honores.
—¿Siguen pensando que la presidenta es Cristina Kirchner?
—No somos conscientes de la importancia que tiene tratar al presidente como lo que es.
“Voté por Macri en 2015 y en 2019 voté a Lavagna; Alberto Fernández lo sabe.”
—¿AEA lo maltrata o no lo trata?
—No logró establecer una conversación.
—En un reportaje como este Javier Madanes Quintanilla dijo que “no participo de las asociaciones empresarias, con lo cual mi relación con los colegas es de tipo personal. A veces eso me dificulta emitir opiniones. Respeto mucho las opiniones que transmiten las instituciones y no las personas”.
—Es mi amigo. Cuando le dije que estaba pensando irme, me dijo que hacía muy bien.
—¿Cuántos otros empresarios hay como vos o como Madanes?
—Miles. Pero son silenciosos. Hace poco hablé con un periodista, no voy a mencionar el nombre. Cree que sabe, porque habla con empresarios. Me dijo que Argentina podría funcionar haciendo solo software, sin empresas. La gente que hace software concurre a una escuela o una universidad pública pagada por impuestos y trabaja en empresas que no pagan impuestos porque pagan 70% menos de impuesto a las ganancias y 60% menos de impuestos al trabajo. Una financiación que hacemos el resto de los empresarios. Me dijo que estaba exagerando y mi respuesta fue que esas exageraciones también estaban en la sociedad. Por eso hay gente que no quiere hablar con un periodista, porque no pueden entender de lo que hablan. Hay preconceptos.
—Pero no se podría decir eso de todos los periodistas.
—Por supuesto que no. Soy amigo de muchos periodistas, pero algunos vienen con preconceptos muy fuertes. El tema del impuesto a la riqueza es un ejemplo. Se veía a gente muy racional diciendo que eran solo 9 mil personas y 1% del PBI. Les contesté que por el 1% del PBI de un año se podría malograr el crecimiento de los próximos cincuenta años. No es así como se toman las decisiones. Pero el periodista insistía.
—¿El problema es el periodismo?
—El problema somos los empresarios que deberíamos intervenir en una sociedad democrática. Que no siempre sea yo, José Urtubey, Javier Madanes, Martín Cabrales. Tienen que ser cincuenta, cien, quinientos empresarios que hablen. Cada uno con su estilo. La caricatura del empresario es que cagamos a nuestros clientes cobrando caro y nos llenamos de fortuna.
—¿Qué sucede con las organizaciones empresariales que no los representan?
—Son prisioneras de un sistema que promueve el “sálvese quien pueda”. Es un tema que conecta con mi libro. Como estamos apenas por encima del nivel de sobrevivencia, los empresarios casi no tenemos capacidad de pensamiento por el sistema impositivo que tenemos.
—¿Es cortoplacista?
—Sí. La coordinación entre empresarios requiere de un pensamiento de largo plazo.
—Julián Cárdenas, un especialista en elites empresariales chilenas, argentinas y brasileñas, decía que la de nuestro país no está especialmente unida.
—Cien por ciento. Pero unida como ahora también es malo. Debe estar unida en pos del resto del empresariado, no de los que nos unimos. La Fundación Pro-Tejer le hizo bien a la industria textil. Si hubiera pensado solo en mí mismo, hubiera fracasado.
—Brasil y Chile tienen organizaciones empresariales representan. Estos dos países, a diferencia de Argentina, tienen grandes empresarios, pero tienen muy pocas pymes proporcionalmente. ¿En Argentina el fenómeno es que tenemos un empresariado con un porcentaje muy alto de pymes?
—Es un error conceptual que la política y la sociedad premian. Hay un endiosamiento de la pymes. En el mundo, son empresas chicas que trabajan para empresas grandes. Es el que hace el software, el que hace mantenimiento. Fui a una fábrica en Italia. El mantenimiento, la limpieza y la vigilancia se los hacía una pyme. El dueño tenía los activos. En la Argentina sería imposible, porque el dueño se comería todos los juicios. Así las empresas grandes somos dueñas de todo, la empresa, el activo y los empleados. Las pymes hacen trabajos de menor escala. En Estados Unidos una pyme inventa algo y es comprada por una grande, porque si no no podría crecer.
—¿Los empresarios están colonizados por ideas que no les son útiles?
—Como nuestros economistas, que leen los libros de afuera. No funcionan en nuestro país, porque es bimonetario. Cuando en el resto del mundo suben las tasas de interés, baja la actividad económica. En la Argentina, cuando sube la tasa de interés, lo que sucede es que aumenta la inflación porque crece el dinero que fluye. Muchos de los empresarios argentinos estudiaron en el exterior. Es bárbaro, pero la Argentina requiere adaptarse a la realidad. Y necesita hacerse por diálogo. Esta es una sociedad democrática. El empresario más grande es más responsable que el más chico. Pero la sociedad debe comprender. La primera cosa que tiene que entender es que cuando las empresas pagan más impuestos, los productos salen más caros y empleamos a menos gente. Hasta que no se comprenda que la plata sale siempre de la sociedad, tendremos populistas que regalan muchas cosas. Funciona en el corto plazo; pero en el largo, no.
—¿Sos un empresario albertista?
—No. Soy empresario industrial. Por definición, los industriales tenemos pensamientos de entre cinco y diez años. Inicialmente, soy siempre del gobierno que ganó. Luego, si las cosas están mal, mi obligación es mostrar que difiero. Ahora mismo en el Congreso aparecen solo dos nombres de empresarios que se opusieron al impuesto a la riqueza taxativamente. Uno fui yo. Digo que las cosas están yendo bien pero hay temas que se hacen mal. Y lo manifiesto. Definitivamente, no soy albertista.
—¿El crecimiento de 2021 podría ser mayor que el que figura en el Presupuesto y darnos una sorpresa?
—Para los industriales de la Argentina va a ser espectacular. En mi negocio estoy proponiendo poner toda la carne en el asador: todo el dinero disponible de los empresarios, el crédito que consigan, todo lo que puedan hacer. Habrá un aumento de demanda porque más bajo no se podía caer. Ya estamos subiendo en la demanda. No habrá dólares, por tanto, no será posible importar productos superfluos, no habrá viajes al exterior. La gente rica y de clase media tendrá fondos para consumir localmente. Será un fenómeno que se autoalimentará. Al que debe sumársele el ingreso del dinero del campo por el aumento del precio de la soja. Leo PERFIL y El Cronista. No leo más La Nación ni Clarín. Si lo hiciera, no invertiría un peso. Mis amigos me siguen en la inversión. Hay otros que pensaban que esto reventaría, no invirtieron nada y ahora tienen una demanda que no pueden. Mi apuesta es poner todo y volcarlo en más producción.
“Los pymes son más albertistas; a los más grandes les da un poco de vergüenza reconocerlo.”
—¿Es diferente de otras la industria textil?
—No. Se anticipa a las demás. Lo que sucede en la industria textil pasa seis meses antes que en la metalúrgica. Si querés, entre tres y seis meses. Se debe a que la gente puede darse un premio con poco dinero y que emplea mucha mano de obra. Cuando vienen crisis porque el tipo de cambio está muy bajo y la mano de obra está muy cara afecta primero a la industria textil más que a otros sectores. Pero cuando sube el consumo es la primera que reacciona.
—¿El producto bruto subirá más del 5,5% previsto?
—Como sucede con los promedios, algunos crecerán el 10% y otros 0%. No sé cómo le va a ir a bares y restaurantes si la pandemia sigue. Pero hay otros sectores de la economía que irán bien.
—¿En promedio será más?
—Si fabricara automóviles no te diría esto, porque consumen dólares por encima de lo que generan. Es algo que complica a la industria automotriz. En servicios es raro. En lo mío se mide cuántos kilos producimos, en servicios se mide cuántos dólares generamos. Si sos médico, una cosa es cuántos pacientes atendiste y otra cuánto facturaste. Los servicios en dólares van a facturar mucho menos, pero con esos dólares se podrán comprar muchas más cosas que antes. La economía crecerá, movida por la parte industrial y la agropecuaria. La energía subirá el consumo a tarifas más bajas. No se produjeron cortes durante el gobierno de Mauricio Macri porque bajamos a la mitad nuestro consumo de energía. Los servicios crecerán.
—¿Tendremos una inflación del 29%?
—No tengo la menor idea. Como empresario, no es un dato relevante.
—¿Por qué?
—Porque nos manejamos con lo que hay. Yo no invierto en pesos, invierto en dólares en máquinas. Mi producto sube con esto y con aquello. Si fuese un asalariado, la inflación sería un tema importante. Para el empresariado no es tema importante porque en la Argentina las empresas norteamericanas o las europeas hacen informes que explican que facturarán 500% más, pero que en realidad es menos porque el dólar subió. Los que estamos localmente nos manejamos con lo que hay. La actividad económica no es dependiente de la inflación. Es un dato sintomático, pero no es un problema. El problema es el déficit, que en un mundo desarticulado como el de hoy no debe ser el mayor inconveniente. El mayor de los problemas es si la gente tendrá empleo o no. Todo lo demás es secundario. Cuando hay desempleo, diez años después tenés gente pobre que no se alimentó bien, sube el costo en salud. El primer fenómeno que una sociedad debe ver es cuánto empleo se genera en la clase media o media baja. Esa gente debe tener empleo genuino. Con empleo, todo lo demás mejora.
—Pero en tu business plan 2021 debés tener previsto un nivel de inflación.
—Sería posible un 50%. Pero puede ser 30%. También puede venir un Plan Austral y mañana ser 10%. También puede ser 200%.
—¿Qué pusiste en el business plan de tu grupo?
—Nada.
—¿Nada?
—Nada.
—¿Vos hacés business plan en tu empresa?
—Sí, por supuesto. Pero en dólares. No los hago en pesos.
—¿Qué tasa de dólar proyectás para el año?
—Vendo a treinta días. No necesito poner un precio de acuerdo a cuánto será la inflación dentro de un año.
—Pero comprás una máquina y tenés que hacer una amortización y planificar. Te pido que seas sincero…
—Es interesante lo que me preguntás.
—Si no, es contradictorio con lo que decís sobre los empresarios que no dicen la verdad.
—Los precios de los productos serán rentables. No creo que el dólar se tire hacia abajo. La pregunta que podrías hacerme es si creo que el dólar va a subir por encima o por debajo de la inflación. Yo creo que subirá con la inflación.
—¿Las paritarias seguirán a la inflación?
—Va a ser igual.
—Creés lo de Cristina.
—Trabajo con los ciclos donde las cosas suben y bajan.
—Pero para concluir tu pronóstico, ¿la inflación, la tasa de cambio, o sea la devaluación del peso sobre el dólar, y las paritarias seguirán en línea?
—Las paritarias puede ser que estén por encima de la línea.
—¿Creés, como Cristina Kirchner, que habrá una alineación de estos elementos?
—Por supuesto, sí. Los salarios no pueden seguir bajando. Es una barbaridad lo bajo que ya están. El dólar no puede seguir bajando porque no tenemos más.
—Podría subir mucho más porque no los tenemos.
—Sí. Pero en un año eleccionario no sería correcto.
—¿Dónde estudiaste Economía?
—En la UBA. Muy contento de haber estudiado ahí. Hoy me alegro de no haber ido a la Di Tella.
Producción: Pablo Helman, Débora Waizbrot y Adriana Lobalzo.