Aníbal Fernández, el hombre más verborrágico de los Kirchner, acaba de vivir una semana de silencio abrumador. Lo suyo son los medios, las palabras, las desmentidas, los exabruptos, los actos, pero nada de ese hiperquinético repertorio pudo verse ni oírse en los últimos días.
La razón es una sola: en su último número, NOTICIAS reveló que tenía una hija no reconocida de 14 años con una colaboradora jerárquica de la Jefatura de Gabinete que él comanda. Y tras esa novedad, Fernández desapareció de escena, al menos hasta el cierre de esta edición. “Está guardado, no quiere que nadie le pregunte sobre eso”, lo disculpa un viejo amigo.
¿Qué decía la investigación de esta revista? Que Fernández, el hombre más importante de un gobierno que hizo de los derechos humanos su bandera, y que además ocupó el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos y desde allí lanzó iniciativas para defender el derecho a la identidad, hace lo contrario con su hija adolescente: le niega su apellido, es decir, su identidad verdadera.
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