A la exposición mediática del romance de su ex con Juliana Awada, ella se manejó como siempre, con la discreción como mejor arma para asumir lejos del ojo público su regreso al mundo de las mujeres solteras. Sus amigos sellaron aún más ese círculo y ni siquiera en broma comentaron esa poco afortunada frase de Mauricio Macri: “Juliana me devolvió la sonrisa”.
Malala Groba sólo una vez se cruzó en un desfile con la novia del político PRO; después de eso, dijo ausente en esas reuniones sociales que tienen prensa asegurada.
Pero esta suerte de cómodo ostracismo parece haber terminado. Esta semana, se la vio acompañada en L’ Abeille, el espacio donde otrora funcionó Mau Mau. Una salida no hace una relación, pero encuentros continuos durante algo más de un mes y medio pueden, al menos, denotar el comienzo de una situación afectiva. Y ese es el tiempo que llevan viéndose Malala y Emilio Ocampo.
Dandy. A los 47 años, Ocampo –quien vivió 17 de ellos entre Nueva York y Londres– tiene cuatro hijos y está de separado de Brooke de Ocampo, considerada por las publicaciones de alta sociedad norteamericana como “la reina de las princesas de Park Avenue”. Después flirteó con Verónica Quintana –hija de Bruno, el presidente del Jockey Club– y con Marina Caminal.