Audrey Hepburn, una de las mujeres más bellas de la historia cinematográfica de Hollywood murió hace 30 años, el 20 de enero de 1993, en su residencia suiza "La Apacible", en Tolochenaz.
Tenía cáncer de colon y para entonces ya nadie le reprochaba sus tres atados diarios de cigarrillos. Para llegar al final, necesitaba la soledad de su pueblito montañoso, las caminatas por el bosque, y hasta que pudo hacerlo, bailar. "La vida es dura. Después de todo, te mata", había dicho tiempo antes de morir en la casa de montaña donde vivía desde 1980, aislada del mundo que la idolatraba.
La noticia conmovió al mundo porque se había retirado del cine, en 1989, para dedicarle más tiempo a sus propios hijos y también a otros que parecían olvidados de la mano de Dios. Su trabajo como Embajadora de Buena Voluntad de UNICEF (1988-1993) mostró otro costado menos frívolo de su personalidad, siempre asociada al lujo y los diamantes.
Aunque hubiera vivido en carne propia el hambre y los despojos de la Segunda Guerra Mundial, la elegancia era uno de sus dones innatos. Con todo, rechazaba representar marcas y etiquetas suntuosas. Excepto Givenchy, que premió su fidelidad con un perfume a su medida, L'Interdit, “lo prohibido”.
Un nombre sugerente para la fragancia de una señora bien.
Audrey Hepburn, una princesa
Audrey Hepburn fue la primera actriz femenina que en un mismo año ganó un Oscar, un Globo de Oro y un BAFTA (British Academy Film Awards) por la película La princesa que quería vivir (William Wyler, 1953) y para muchos, el título en español de Roman Holiday sintetizaba en parte –sólo en parte- su pasado.
Lo cierto es que al irse, Audrey Hepburn dejó detrás de sí dos matrimonios, dos hijos, una genealogía regada por sangre azul, un padre nazi, varios amantes e infidelidades compartidas por doquier. Un auténtico rompecabezas que sus biógrafos siguen descifrando.
Audrey, princesa en desgracia
Bailarina clásica en sus comienzos, a pesar de las veintiocho nominaciones a lauros que no quedaron entre sus manos, su talento para la comedia y la tragedia se cimentaron en 28 películas tan dispares como memorables: Sabrina (1954), Guerra y Paz (1954), Amor en la tarde (1957), Funny face (1957), Historia de una monja (1959), Los que no perdonan (1961), Desayuno en Tiffany’s (1961), Charada (1963), My Fair Lady (1964), por sólo mencionar algunas.
Trémula, fuerte y a la vez versátil , Audrey Hepburn buscaba afanosamente su lugar en algún corazón.
Seducida -y conquistada- por John F. Kennedy cuando ya estaba unido a Jacqueline Bouvier, algunas veces cayó también en los brazos de sus compañeros del set: Peter O'Toole (Cómo robar un millón de dólares, 1966), Albert Finney (Dos en la carretera, 1967), William Holden (Sabrina), Ben Gazzara (Todos rieron, 1981), por sólo enlistar algunos varones y brindar el beneficio de la duda al resto, ya casados y comprometidos.
En Historia de una monja (1959), en cambio, la actriz enamoradiza no se asomó al camarín de su compañero de cartel, Peter Finch, sino sucumbió a las promesas efímeras del guionista de la película, Robert Anderson, quien a la par planificaba su boda con la actriz Teresa Wright (Los mejores años de nuestra vida).
Nacieron fuera de los estudios de cine y de la pluma de sus biógrafos las versiones que la vincularon al torero español Antonio Ordóñez y luego al duque de Cádiz Alfonso de Borbón y Dampierre, que reclamaba sin suerte su derecho a la corona de Francia, cuando la muerte lo sorprendió esquiando en Beaver Creek.
Tal vez no sean tan disparatadas si se recuerda que Audrey visitó España cuando era una estrella y su esposo, Mel Ferrer (1954-1968) le compró una mansión en Marbella para pasar el verano en la Costa del Sol. Allí ofrecían fiestas que frecuentaban varios toreros, Lola Flores, la condesa Aline Griffith, Yul Brynner y sus vecinos Deborah Kerr y Peter Viertel entre otras celebrities y aristócratas.
Audrey Hepburn aprendió a vivir
Chicago, San Francisco y Forth Worth le entregaron las llaves de sus ciudades; recibió múltiples reconocimientos de UNICEF por hacer visibles las necesidades de chicos famélicos en aldeas olvidadas de Africa, Asia y América; la Presidencia de los Estados Unidos le otorgó el galardón máximo de la nación; una calle de la ciudad de Doorn, en Países Bajos, lleva su nombre; Francia la honró como Comendador de las Artes y las Letras… y sería agotador enumerar todos los reconocimientos a una “mujer especial” que, sin embargo y como sucede en las grandes historias, lloró y sufrió hasta reencontrarse.
Si es cierto que detrás de toda persona exitosa hay un mar de tempestades, tal sería el caso de Audrey Hepburn.
Audrey Kathleen Ruston era belga. El 4 de mayo de 1929 nació en Ixelles, un municipio de Bruselas, cuando su madre, la baronesa neerlandesa Ella van Heemstra, se casó en segundas nupcias con el inglés Joseph Hepburn-Ruston. Su madre, hija del ex gobernador de la Guayana Neerlandesa (actual Surinam), descendía del rey Eduardo III del Reino Unido.
El padre trabajaba en una compañía de seguros y eso hizo que la familia viajara con frecuencia. Audrey recibió la educación primaria en Kent hasta que, en 1935, sus padres se divorciaron: su padre era nazi, un pasado que para Audrey se volvió traumático cuando tuvo edad de entender. Sobre todo, porque ella misma donaría sus primeras ganancias como actriz para los combatientes de la secreta resistencia holandesa.
Audrey Hepburn y Ana Frank
En 1939, su madre se mudó con sus tres hijos (los dos hermanos mayores de Audrey eran del primer matrimonio) a Arnhem, en su país de origen, pensando que en Holanda el vendaval nazi sería menos cruento con ellos. Obligó a sus hijos a hablar neerlandés y fue así como Audrey manejó a la perfección varias lenguas (francés, inglés, neerlandés, italiano, alemán y español).
Hasta 1945, Audrey estudió en el Conservatorio piano y ballet clásico en el Conservatorio de Arnhem, pasando privaciones, como todos, y viendo por las hendijas de las persianas cómo las patrullas se llevaban a los judíos de su vecindario.
Mientras tanto, ella ayudaba a su madre a hacer harina con semillas de tulipanes en una ciudad bombardeada en la que no había nada para comer. Anémica y con problemas respiratorios por la mala alimentación, Audrey tuvo que dejar el baile y comenzó a estudiar actuación.
En plena Segunda Guerra Mundial, su pasado aristocrático, un padre esvástico sin paradero y sus propias experiencias de miseria y dolor fueron un estallido para su cabecita de 10 años. Un tío y un primo que estaban en la resistencia fueron fusilados; otro, despareció en un campo de concentración.
“Tenía exactamente la misma edad que Ana Frank. Ambas teníamos diez años cuando empezó la guerra y quince cuando acabó. Un amigo me dio el libro de Ana en neerlandés, en 1947. Lo leí y me destruyó. El libro tiene ese efecto sobre muchos lectores, pero yo no lo veía así, no solo como páginas impresas; era mi vida. No sabía lo que iba a leer. No he vuelto a ser la misma, me afectó profundamente”, dijo la actriz en un reportaje.
“Tengo marcado un lugar en el diario, en el cual Ana (Frank) dice que han fusilado a cinco rehenes. Ese fue el día en que fusilaron a mi tío”, agregó.
Cuando el Ejército Aliado liberó el país, Audrey devoró con un bocado tras otro un paquete de leche condensada y tuvo un pico de insulina, por el exceso de azúcar.
Todas estas experiencias hicieron de Audrey una joven -y luego una mujer- con anorexia nerviosa. Su hijo Sean Ferrer contó una vez que la había visto comiendo galleta de perros para paliar el hambre.
Su delgadez fue por momentos extrema. El marqués José Luis de Villalonga y Cabeza de Vaca, autor de Memorias, le dedica unos párrafos y cuenta que uno de sus almuerzos típicos eran el alita de un pollo y una hoja de lechuga.
Audrey Hepburn, actriz
Cuando la guerra concluyó, en 1945, la familia se mudó a Amsterdam y en 1948, a Londres. Las estrecheces económicas continuaron y fue en la capital británica cuando decidió dejar la danza y dedicarse a la actuación, porque le pagarían mejor.
El 7 de septiembre de 1953 fue la portada de la revista Time por su primer trabajo en Hollywood, La Princesa que quería vivir, junto a Gregory Peck. “Tiene todas las cosas que busco: encanto, inocencia y talento. Además es muy divertida”, dijo William Wyler, el director, luego de tomarle una prueba de cámara sin que ella supiera que la estaban grabando.
¿Lo más insólito? Hasta que apareció Audrey, Elizabeth Taylor era la primera opción. Por esa razón, la beldad de los ojos color del tiempo siempre la tuvo entre cejas. Un sentimiento que también conoció Julie Andrews cuando la pospusieron para el papel de Eliza.
Con indudable pasta para la comedia, cuando le preguntaron cuál había sido su papel preferido, eligió el “drama” de la Hermana Lucas, en Historia de una monja (Fred Zinnemann, 1959). Ese rol le permitió conocer a la verdadera protagonista de la historia, una mujer belga que, como ella, también había sufrido en la guerra. Ya se estaba perfilando la Hepburn de las grandes causas humanitarias.
La última relación estable de su vida, fue con un filántropo como ella, el neerlandés Robert Wolders. De su último matrimonio de 12 años con el psiquiatra italiano Andrea Dotti salió tan desencantada como del anterior con Mel Ferrer.
Con todo, le quedó un hijo de cada uno de ellos. Sean Ferrer es el actual presidente de la Fundación Audrey Hepburn Childhood. El menor, Luca Dotti, se casó en Roma con una fotógrafa argentina, Astrid Maria Verstraeten Smith. Y nació en Argentina Vincenzo “Vini” Dotti Verstraeten que ahora reside en Roma, pero vivió 11 años en nuestro país, la mitad de su vida.
Es decir, aunque nunca lo conoció, Audrey Hepburn tiene un nieto argentino.
Audrey Hepburn en 6 frases
Toda su vida, en síntesis, podría resumirse en 6 de sus propias frases:
- "La belleza de una mujer no está en la ropa que usa, la figura que tiene o la forma de su peinado, la verdadera belleza de una mujer se refleja en su alma".
- "¿Por qué cambiar? Todo el mundo tiene su propio estilo. Una vez que has encontrado el tuyo, deberías apegarte a él".
- "Nunca pienso en mí como un icono. Eso está en la cabeza de la gente, no en la mía. Yo solo hago mi trabajo".
- "Nací con una enorme necesidad de afecto y, una terrible necesidad de darlo".
- "Pienso en rosa. Creo que reírse es la mejor manera de quemar calorías. Creo en los besos, en besar mucho. Creo en ser fuerte cuando todo parece ir mal. Y creo que las chicas felices son las más bellas. Creo que mañana es otro día y creo en los milagros".
- "Siempre sé una primera versión de ti".