Cada vez más, los viejos modelos de paternidad dan lugar a historias que muestran que, a la hora de ser padres, no hay obstáculos imposibles. Cuando se conocieron, hace seis años, Horacio (51) y Carlos (47) sabían que querían tener hijos. De hecho, Horacio ya había iniciado solo un tratamiento de subrogación de vientre en Estados Unidos, y Carlos se sumó al proyecto de familia; que luego se amplió, y hoy, además de Alma, de 4 años, son papás de Aira y Vincent, mellizos de un año; y de Vigo, de 5 meses.
Los cuatro nacieron gracias a la gestación por sustitución; una técnica de reproducción asistida que permite a hombres solos, parejas del mismo sexo o parejas heterosexuales con problemas de fertilidad alcanzar la paternidad. El problema es que, pese a que el Código Civil reconoce la reproducción asistida como forma de filiación, hay un vacío legal frente a la subrogación –por la figura de la gestante, ya que madre es quien da a luz–, lo que no permite a quienes tuvieron la voluntad de ser padres, como Horacio y Carlos, anotarlos como propios.
Y si bien ya existen fallos farovables en la Justicia, es la Corte Suprema la que debe expedirse sobre su caso, el cual podría sentar un precedente.Mientras esperan, los chicos quedan indocumentados, con todas las trabas que eso implica. “Sin los documentos no podemos bautizarlos, cambiarlos de obra social, salir del país, ni siquiera irnos a la costa; con cada trámite hay que explicar todo de nuevo”, dicen.
Alma nació en Estados Unidos, donde pudieron anotarla. Pero los mellizos y el bebé nacieron en el país, luego de que investigaran, se asesoraran, consiguieran las gestantes y la clínica para el tratamiento. Cuando nacieron los mellizos, cuentan, les dieron la opción de anotarlos a nombre de la gestante –que no aportó material genético–, y que luego ellos “los adoptaran”. Pero se negaron: “Adoptar a nuestros propios hijos es absurdo”.
“El Código ya no habla más de mamá y papá; habla de progenitores procreacionales, y dice que los chicos son de quienes los tuvieron en su plan de vida. Esos somos nosotros. Más allá de la encrucijada donde estamos ahora, somos optimistas”, agregan.
Desde que su caso se conoció, les llegan mensajes y llamados de muchas personas que pasan por lo mismo o que quieren inicar un tratamiento pero no se animan. Ahora, de hecho, las clínicas de fertilización ofrecen la posibilidad de esta técnica, pero el primer paso es obtener la aprobación judicial, algo que puede tardar y postergar el deseo de familia.
Pese a todo, esperan que pronto haya una resolución en su caso. Mientras tanto, sus días no difieren en nada de los de cualquier familia, entre idas al jardín, cumpleaños, juegos, siestas, pañales. Sin roles asignados, y en una búsqueda constante de esa identidad familiar propia. En su día, remarcan que “no hay escuela para ser padre. Ninguno de nosotros había soñado con tener cuatro hijos; todos los días aprendés, como en cualquier familia. En el camino te encontrás con gente que te ayuda: tu familia, tus amigos, los padres de la escuela”.
Del corazón. Todos los domingos, Gustavo Franceschi (52) y Samuel (19) tienen un ritual: a la noche, comen pizza y ven una película, casi siempre de acción. Hace dos años que Gustavo adoptó a Samuel, y desde entonces vienen afianzando el vínculo que los convirtió en padre e hijo.
“Yo siempre tuve el deseo de la paternidad, pero no tenía proyecto de pareja con quien concretarlo. No se me cruzó la subrogación; a los 50 años ya estoy más para llevarlo al boliche que para cambiar pañales, por eso opté por la adopción”, dice. Su caso se enmarca, además, en los modelos de familias monoparentales que ya son una de cada diez en el país.
Cuando salió la convocatoria para adoptar a Samuel, que entonces tenía 17 años y le había pedido a una jueza que le buscara una familia –más del 90% de los que se anotan para adoptar buscan chicos menores de dos años–, Gustavo no lo dudó. “Yo siempre les digo a los que me preguntan que se animen; que los chicos sean grandes no significa que te perdés etapas, todos los días tenés etapas con tus hijos”, dice.
Apenas se conocieron, Samuel lo trataba de usted. El primer encuentro no fue fácil, pero cuando le preguntaron si quería que fuera su papá, dijo que sí. Ahora le dice Gustavo, pero con los demás habla de “su viejo”. Está terminando el colegio y quiere estudiar algo ligado a las ciencias duras. También le gusta el hip hop. De a poco, se abre y le cuenta a Gustavo su historia: tiene una hermana en Buenos Aires con la que ya se reencontró y mantiene el contacto.
Hoy, como todos los domingos, se preparan para su ritual de cada noche, con pizzas y películas. Y con el condimento especial del día del padre.
Primer caso favorable en la Ciudad
Esta semana, la Justicia nacional ordenó inscribir a un niño nacido por gestación por sustitución como hijo de dos padres; y si bien existen fallos farovables de casos anteriores vinculados a esta técnica, se trata del primero en la Ciudad de Buenos Aires en un matrimonio igualitario.
El fallo se refiere a la subrogación de vientre como una “realidad social”, y considera la “voluntad procreacional” como fuente de filiación, por lo que aclara que “la respuesta jurídica más justa es reconocer el vínculo filial generado entre el niño y quienes quieren ser sus padres”. En este caso, lo que se resolvió fue la impugnación de la maternidad de la gestante, un recurso al que algunos recurren –aunque las gestantes no aportan material genético– para facilitar los trámites posteriores.
“Para nosotros reconocer eso no es la verdad”, explican Carlos y Horacio, que en una primera instancia lograron un fallo favorable, que fue revocado tras la apelación del defensor de menores, que sugirió, en cambio, que optaran por la “adopción por integración”.
“Acá hay una urgencia porque no está garantizado el derecho a la identidad de los niños. Y hay una situación de discriminación por motivos de la orientación sexual, donde se niega el derecho de las personas a la gestación por sustitución, y la voluntad procreacional”, agrega su abogado, Andrés Gil Domínguez.