"Gracias", dijo Sandro con algo de alivio. Y el médico Claudio Burgos se desconcertó: "Roberto, creo que entendió al revés... Lo que digo es que hay un 70% de posibilidades de que el transplante no sea exitoso, y sólo un 30% de que salga todo bien". Pero el paciente había comprendido. "Si usted me hubiera dicho que tengo apenas el 1% a favor -respondió- yo me la jugaría igual".
El lunes 4 a las 20.40, después de 45 días en los que no logró abandonar el respirador, que vivió en permanente diálisis porque sus riñones habían dejado de funcionar, tras seis operaciones y un sufrimiento difícil de medir, el cálculo de probabilidades impuso la escena más probable desde el principio. Y que disparó terribles dilemas éticos a los que el equipo de médicos que atendió a Sandro no son ajenos. De hecho, el cardiólogo y especialista en trasplantes Guillermo Bortman -que lo atendió en Mendoza- se preguntó ya a mediados del mes pasado si "no nos estamos ensañando para que viva".
¿Hubo, en este afán sin límites por salvar al ídolo, lo que en términos científicos se llama "encarnizamiento terapéutico"? ¿Hasta dónde el propio impulso vital del paciente induce a sus médicos a prolongar inútilmente una agonía y en qué medida estos son responsables de generarles expectativas infundadas a sus pacientes en estado de máxima vulnerabilidad?
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