Desde Madrid
En cuarto grado, a Nico empezaron a llamarlo “rarito”. Tartamudeaba, lo molestaban en el recreo, y sentía que –aunque tenía amigos–, nadie lo defendía ni hacía nada. A los 12, llegó una golpiza. En tercer año de la secundaria, un día, durante el almuerzo, no aguantó más: “Exploté”, dice. Y hasta ese momento, para sus padres y sus maestros se trataba de “un juego de niños en las escuelas”. Hoy, Nico ya tiene 18 años, le encantan la plástica, la fotografía y el teatro. Se cambió a un bachillerato con orientación artística. El arte, dice, lo “salvó”.
Anita tiene 19, pero desde los 9 hasta los 16 estuvo “sola todo el tiempo”: “Me echaban de los grupos. Yo era amable, pero no había forma de integrarme. En casa no contaba nada, me aislaba. Llegué a pensar que así era la vida, que el problema era yo. Y en algún momento, también, en suicidarme”. Hoy estudia Diseño Gráfico y vive con sus abuelos, pero trabaja para que a otros chicos se les haga más fácil el camino que a ella le tocó vivir.
Ambas historias podrían suceder en cualquier lugar, pero son las de dos jóvenes españoles, que viven en Vallecas, un barrio obrero de Madrid con un entorno “difícil”, que participaron de un congreso organizado por la ONG Scholas Ocurrentes para usar herramientas, como el arte, para erradicar el bullying en las escuelas.
Invitado por esa organización, PERFIL compartió en esa ciudad el trabajo de más de 300 estudiantes de 23 escuelas, religiosas y laicas, en el que presentaron propuestas ante las autoridades de esa ciudad para lograr modificar, a través de la educación, la realidad de esta problemática. “Los jóvenes están cambiando el mundo”, resume José María del Corral, director de esa organización global con el visto bueno del papa Francisco. “Cuando empezamos a trabajar (con Jorge Bergoglio) hace veinte años, en Flores, había un rechazo de la escuela pública hacia los chicos que venían de las villas, pero hoy todo cambió: los chicos no se dejan manipular políticamente. Tienen claro que la educación hay que cambiarla desde adentro, de raíz, porque la tradicional no tiene que ver con ellos. Eso nos dicen en todas las ciudades donde armamos proyectos como este”, cuenta.
Para Anita y Nico, encontrarse y debatir posibles soluciones entre ellos fue el camino que les permitió superar sus propias dificultades. “Con los años de sufrir bullying, aprendí que hay que elegir con quién te integras. Llegué a ser muy observadora de la gente, y elijo sentirme bien. El acoso escolar es lo peor, pero me ayudó a sacar otras cualidades en mí, y aprender a relacionarme con la gente”, resume Anita.
“Yo lo superé pero no me olvido. Hay que combatir el bullying, pero siempre hablando. Tanto con la víctima como con quien lo ejerce, porque seguro esa persona tiene algún problema: en su casa, en su vida, por eso se desahoga atacando a otro”, agrega Nico. “La violencia nunca es la solución”.
En el país, un proyecto piloto
Durante el ciclo lectivo 2017, diez escuelas de la provincia de Buenos Aires aplicaron el proyecto Muy Bien 10: los alumnos eligieron temas para trabajar sobre las problemáticas que más los afectan. El tema más elegido fue la violencia aplicada al ámbito escolar. En la Escuela Nro. 6 de Don Torcuato, que participó de esta prueba piloto, “incorporamos matemática, filosofía, biología, educación física y ciudadanía”, cuenta Mónica Salum, su directora. Uno de los cursos “trabajó sobre su propio caso real: si ellos no mejoraban su vínculo, era imposible encarar un proyecto conjunto. Hicieron una encuesta; la tabularon y graficaron con el profesor de matemática; además, trabajaron en filosofía el concepto del machismo e hicieron una instalación artística. Los resultados mejoraron la convivencia y el clima en el aula”, asegura.