COLUMNISTAS
SEMANA 50 DE 2010

Acampan los argentinautas

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Cada fin de año, para las llamadas Fiestas (¿?) me acuerdo de Alexei Belokonev. Ni pariente ni amigo. Un astronauta ruso que allá por los 70, derrapó en el cielo, salió de órbita y se perdió en la noche cósmica. No se bien porqué pero encuentro Su Noticia casi tan conmovedora como el flash de urgencia del versículo primero del Génesis.No creo que haya noticias mayores que estas dos. Que la vida dio comienzo. Que el astronauta aún rueda. Mientras una no finalice y el otro no se detenga, ambas seguirán encabezando la lista de las 10 primeras de cada año.”En un principio fue la luz” y “El astronauta prosigue su viaje”. De la estrambótica actualidad que recorrió la piel de 2010 ningún acontecimiento puede pisarle los talones a estos dos. Son fascinantes. Daría varias vidas por la exclusiva de aquella crónica matriz del Día 1. Y otras tantas por estar donde quieran Dios o el Diablo se encuentre Alexis hoy. (Espero que en su destino no esté caer en un paisaje de arena o de carbono o de hielo de algún planeta tan insensible y racista como el nuestro).

Por aquellos años que digo, la base rusa de Bainokur informó que el cohete con su piloto poco a poco se desprendería de la atracción del Sistema Solar para comenzar un vagabundeo infinito hacia cielos y nebulosas más lejanos cada vez. Y que “no se detendrían jamás”. Esta última frase fue la que me unió para siempre con Alexis Belokonev. Aun momificado como hoy seguro está (medio siglo después) “mi” piloto preferido prosigue tan testarudo como muerto un viaje del que nunca sabrá nada. Sobre estos casos (siendo plena “guerra fría”) la ex URSS y esta USA echaban toneladas de top secret. (Puede que el novísimo hurón Assange un día de éstos destape también estos enigmas).

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Por entonces, lo mejor de la épica extraterrestre era protagonizada por héroes terrestres. En una de las tantas tragedias hasta siete astronautas ardieron cuando volvían a su planeta natal. Pero a mi solitario (y único) Alexis Belokonev le sucedió al revés. Una ráfaga solar lo eyectó de su órbita arrojándolo al “nunca más” temporal y espacial. No se mató por colisión sino por omisión. Entró en el mito ausentándose. «¡Atención! No lleven demasiado lejos los ensayos. Es peligroso. Ya tomé las fotografías», transmitió al advertir que Algo fallaba. Y concluyó con un “¡Maldición, no lo consigo, falta oxígeno, comprendan. Todo está muy oscurto. ¡ Soledad atroz, terrible…” Y fin del mensaje.

Los astronautas son los únicos extraterrestres en los que uno puede creer (al menos yo) De salir la cosa mal, arden en el cielo. Abajo quedan la estupefacción, los deudos, las preguntas en vano y la lucha imperial por más países y más barriles de petróleo. Los astronautas abandonan su ropa humana y se despegan del mundo. Se desapegan. Al liberarse del lastre del yo devienen animales místicos, sin gravedad, mascotas angélicas de la diosa Tecnología. Echados del tiempo flotan al albur viendo 16 veces por día el Sol o levitan a gusto como colibríes en cualquier esquina casual del Universo. Aquietados origen y persona, reposan en gloria, cohabitando con hormigas, ratas, abejas y otros colegas animales mártires reunidos por la ciencia en la cueva de la cápsula sarcófago que los contiene. Luces, grillas, números, pitidos, voces, prosiguen arribando al habitáculo con instrucciones del Pasado. Pero ellos ya están en otra. Desde lejos, ellos ven a la Tierra más cerca que cuando la pisaban. Así es como entran en éxtasis. Le pasó a Neil Armstrong en la Luna. En tanto que un cosmonauta israelí (que la Nasa invitó) cayó en paradoja: siendo que era militar y hasta héroe nacional por destruir un reactor iraquí, lo primero que observó fue que el mundo “es un sitio pacífico” (sic).

Cielo abajo, pasan cosas más raras todavía. Como que hay condenados a penar circundando la superficie de la Tierra sin poder posarse en ella . Entre ellos, los argentinautas, que la pasan, sin apoyo alguno, tratando de hacer pie en su patria de origen. Lo intentan al albur del hambre, de la bala y del desprecio. Esta semana, terranautas de Villa Soldati, Villa Lugano, Bernal, etc., levitaron bajo lluvia (y levitan aún) sobre pasto, alimañas, heces y barro. No solo eso. También sufrieron trato de “bichos de otro mundo” por impiadosos vecinos de su mismo planeta y país. Fue, seguro, por falta de información.Tanto unos como otros viajan en igual cohete estelar a 32 mil kilómetros por hora. También ignoran que no son mucho más que “unos provincianos de la Osa Menor vestidos de gris claro”. Es que no escuchan nunca lo que canta Franco Battiato. Pena que no.

(*) Especial para Perfil.com