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Cuando asume un nuevo gobierno

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Mauricio Macri empieza su gobierno con una alta tasa de aprobación en la opinión pública. Eso sucedió con todos los gobiernos electos desde 1983 a partir del día en que asumieron el mando. Todos comenzaron a gobernar con apoyos de más del 50% –por lo tanto, con apoyos “multiclasistas” resultantes de alguna combinación entre los de “abajo”, los del “medio” y los de “arriba–. El perfil de cada coalición fue el reflejo de los temas que marcaron el clima de opinión en cada circunstancia.
Alfonsín asumió con el mandato de restaurar un orden democrático y acotar el poder de sindicatos y militares –los sectores del “pacto corporativo”–. Menem tuvo como foco principal resolver el tema de la inflación. De la Rúa, sostener la estabilidad económica y reducir la corrupción. Kirchner recibió un mandato centrado en reducir el desempleo y consolidar la salida de la crisis. Cristina, consolidar el ciclo de crecimiento económico mejorando la igualdad distributiva. Macri, ahora, asume enfrentando demandas más difusas.
Tarde o temprano, el idilio acaba. A Alfonsín le duró unos tres años. A Menem, después de un comienzo algo errático, la convertibilidad le insufló oxígeno por largo rato; también lo ayudó la reelección, cuando ya parecía agotado. A De la Rúa el idilio le duró muy poco. A Kirchner lo acompañó prácticamente todo su mandato y se prolongó en Cristina, quien sufrió un rápido agotamiento con la crisis del agro, se recuperó con el resurgimiento de la economía luego de la crisis de 2008 y después del empujón de la reelección empezó a declinar sin retorno. En esta ocasión, Macri gana ajustadamente en segunda vuelta pero bajo signos inequívocos de expectativas de cambio político a lo largo de todo el proceso electoral. De hecho, la sociedad esperaba un cambio aun si el vencedor hubiese resultado Scioli. Y comienza su mandato con una alta tasa de aprobación en la población.
¿Por qué el apoyo a los gobiernos declina tarde o temprano? Esencialmente, porque cuando asumen su mandato hay una sintonía entre lo que el gobierno propone y lo que los votantes esperan; la agenda del gobierno coincide en gran medida con la agenda de la sociedad. Pero, con el correr del tiempo, la sociedad cambia su agenda y lo hace más rápidamente que el gobierno; comienza a producirse un desajuste. El desgaste se relaciona con la velocidad de la profundización de ese desajuste. A Alfonsín lo liquidó la demanda social de combatir la inflación, que no estaba en su agenda. A Menem, la de ocuparse del desempleo –que tampoco estaba en su agenda– y la de superar el estilo proclive a la corrupción y el amiguismo. En el caso de De la Rúa no fue un desajuste de agenda sino el fracaso en sostener la estabilidad económica. A Cristina, del mismo modo, la debilitó el fracaso en sostener el crecimiento de la economía y también, como a Menem, el estilo proclive a la corrupción y el amiguismo.
Macri cuenta con una ventaja: su propia agenda no es rígida y no está explicitada, y por eso podría resultarle más fácil que a sus predecesores adaptarla a los cambiantes humores sociales. La agenda de la sociedad está hoy centrada en la inseguridad, tema con el que el gobierno de Macri puede sintonizar. Los resultados habrán de verse; dependerán de la capacidad de atacar el problema, no de una agenda desajustada.
Otra característica atípica del gobierno de Macri es ese apoyo social disperso con el que cuenta, con sostenes tanto en los segmentos de las clases medias y de los afluentes como en el segmento de la pobreza. Los espacios políticos actualmente están distribuidos por toda la sociedad. La política argentina está hoy menos condicionada en términos de la estructura social que en las últimas décadas. De Buenos Aires a Jujuy, gobiernan las provincias y los municipios tanto el PJ como el PRO, la UCR o el socialismo, independientemente de cuántos pobres, cuánta clase media o cuántos obreros hay en cada sitio. Habrá que ver si esto se torna ventajoso para Macri o si termina generándole el desafío de aprender a transitar con un todoterreno.

*Sociólogo.