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De vuelta a la Edad Media

Toda transacción comercial tiene implícito un elemento de confianza.

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Toda transacción comercial tiene implícito un elemento de confianza. Alquilar un departamento, por ejemplo, implica confiar en que no será ocupado por los inquilinos, cenar en un restaurante supone aceptar que cumple con condiciones sanitarias mínimas. Así, una transacción potencialmente beneficiosa para ambos podría no darse porque alguna de las partes no confía en que la otra cumpla con lo prometido. Ante esta incertidumbre implícita en toda transacción, las chances de que un intercambio se realice depende de dos factores: la confianza en las instituciones formales, que nos garantizan que el Estado hará lo posible para que las partes cumplan, y la confianza entre los individuos y las instituciones informales que la promueven.  

El progreso ha estado siempre condicionado por la capacidad de la sociedad de convencer a sus miembros de que sus contrapartes honrarían los contratos. Pensemos en el comercio medieval: el éxito de un mercader dependía de poder comerciar con otras ciudades. Escalar su negocio implicaba especializarse: producir localmente y contratar agentes que vendieran la mercadería en centros comerciales. Esto implicaba riesgos; el agente tomaría la producción del mercader a cambio de la promesa de venderla y volver con las ganancias. No había instituciones formales confiables que protegieran al mercader: para progresar, debía confiar. La historia muestra que las sociedades que lograron generar instituciones no formales que promovieran la confianza fueron las que más crecieron en la Revolución Comercial.

Un ejemplo de esto son los magrebíes judíos, un grupo que en el siglo X huyó de Bagdad hacia el Magreb y protagonizó la expansión del comercio del Mediterráneo. Avner Greif, su principal estudioso, los describe como un grupo cerrado, con un gran sentido de identidad y cooperación que logró sortear el problema de la falta de instituciones formales creando una red social con reglas de pertenencia. Un elemento fundamental de la red era la costumbre de compartir información respecto de sus miembros: antes de que un magrebí contratara a otro conocía al detalle la honestidad con la que había llevado a cabo transacciones con otros magrebíes. Adicionalmente, había mecanismos informales de castigo multilateral: todo magrebí se comprometía a no contratar a quien hubiera estafado a algún otro miembro, por lo que el costo reputacional de incumplir era alto.

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Con el paso del tiempo, la red perdió fuerza. El sistema magrebí era eficiente dentro del grupo pero limitado para expandirse a una población mayor y, por ende, poco escalable. Generar un sistema comercial del tamaño actual implicó crear instituciones formales que regularan las transacciones y nos permitieran delegar en el Estado el rol de asegurarse de que las partes cumplan lo prometido.

Las cosas han cambiado en los últimos años y lo interesante del sistema magrebí es que refleja algunas de las características de las transacciones comerciales actuales: cada vez más utilizamos herramientas en las que importan más la reputación y la confianza que las instituciones formales. Piénsese en AirBnB: propietarios de inmuebles que dejan entrar a individuos a sus casas, sin garantías y sin ningún mecanismo certero de control. O en Prosper, que permite hacer préstamos entre usuarios, sin intermediarios y casi sin regulación involucrada. Como en el sistema magrebí, estos modelos existen porque los participantes de la economía colaborativa se involucran en intercambios sucesivos y saben que incumplir una vez, aunque tentador, es costoso en el largo plazo. La economía colaborativa funciona bajo reglas similares –aunque escalables– a aquellas que utilizaban los magrebíes: un sistema que comparte información y un mecanismo multilateral de castigo mediante la reputación, que deja afuera a quienes no son confiables.

Como en la época medieval, el mundo va hacia un sistema que descansa más en la confianza y menos en las instituciones formales. Si queremos crecer, no alcanzará únicamente con que el Estado tenga instituciones sólidas; necesitamos también promover un cambio en términos de valores. Ser confiables, predecibles y cooperativos, todas características que –hoy más que nunca – son condición sine qua non para el desarrollo.


*Ex consultor del Banco Mundial.