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Las nuevas monarquías

Los recientes sucesos venezolanos terminan de poner en evidencia lo que ya era un secreto a voces. Una epidemia, más que un fantasma, empieza a recorrer Latinoamérica.

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Los recientes sucesos venezolanos terminan de poner en evidencia lo que ya era un secreto a voces. Una epidemia, más que un fantasma, empieza a recorrer Latinoamérica. Es el de los líderes políticos cuyo principal objetivo es perpetuarse en el poder. De nada sirve repasar la historia del siglo XX para comprobar que los gobiernos vitalicios, desde Francisco Franco a Kim Il-sung, sólo trajeron dolor y miseria a sus pueblos: cuando el viento trae la peste, es muy difícil oponerle razones. Todo hace suponer que en el futuro próximo más ciudadanos habrán de nacer y morir bajo un mismo soberano y que éste los hará votar periódicamente como para agregarle un toque humillante a su resignación. Ya no habrá demasiadas diferencias entre el modelo cubano, que hoy vuelve a ser considerado una democracia, y los sistemas similares que apuntan a validarse en elecciones de resultado previsible.

Pero al mal tiempo buena cara: hay que ver más lejos y encontrarle la parte positiva a la proliferación de gobiernos que, a falta de otros méritos, serán estables. Y no sólo hasta la muerte de sus creadores, ya que éstos serán sucedidos por sangre de su sangre. Lo hemos visto en La Habana, lo hemos visto en Buenos Aires. También leímos que Hugo Chávez entrena para gobernar a su hija más querida y hasta lleva a su nietito a las manifestaciones. Sin embargo, una dinastía requiere de una corte y de una nobleza que por ahora nos están faltando. Ese es el próximo paso: construir la galaxia de familias reales, educadas para el trono y sus fastos, que se desposen mutuamente como hacen las casas europeas. Como resultado, podremos celebrar la boda de un nieto del doctor Castro con una sobrina del licenciado Correa, o las combinaciones glamorosas que el lector prefiera imaginar. Entre otras ventajas, tendremos entonces nuestra propia revista ¡Hola!, que sustituirá por apellidos más queridos a los Borbones o a los Orange. Pero, sobre todo, se cumplirá el viejo sueño de Manuel Belgrano de tener nuestros propios príncipes y América latina alcanzará así su verdadero destino de grandeza.

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*Periodista y escritor.