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Luche y vuelve

Esta es la historia de ¿qué? comienza siete años atrás, tras la debacle del gobierno de Fernando De la Rúa, cuando el peronismo, comandado por la Liga de Gobernadores, intentó tomar el control del país en crisis. Lo que a varios pareció la oportunidad de una vida resultó un traspié fenomenal. Así cayeron Ramón Puerta y Adolfo Rodríguez Saá. Otros, como Carlos Ruckauf, pese a sus grandes ambiciones, ni siquiera lograron entrar en carrera. Al fin, un verdadero jefe de partido, Eduardo Duhalde, se hizo cargo de la Presidencia.

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Esta es la historia de ¿qué? comienza siete años atrás, tras la debacle del gobierno de Fernando De la Rúa, cuando el peronismo, comandado por la Liga de Gobernadores, intentó tomar el control del país en crisis.
Lo que a varios pareció la oportunidad de una vida resultó un traspié fenomenal. Así cayeron Ramón Puerta y Adolfo Rodríguez Saá. Otros, como Carlos Ruckauf, pese a sus grandes ambiciones, ni siquiera lograron entrar en carrera. Al fin, un verdadero jefe de partido, Eduardo Duhalde, se hizo cargo de la Presidencia.
Tampoco él duró. A los seis meses, tras la muerte violenta de dos piqueteros, se lanzó a buscar un reemplazante. Sus candidatos no prosperaron: Carlos Reutemann jugó al misterio y al fin dijo que no estaba interesado; José Manuel De la Sota tampoco cuajó. Ante la emergencia, sólo le quedó apelar a Néstor Kirchner, un gobernador con poco peso que sólo acumulaba poder en la provincia menos poblada del país.
Kirchner ganó las elecciones porque los argentinos –y sobre todo la clase media, que mantenía las cacerolas a mano– se negaron a permitirle otra oportunidad a Carlos Menem. Kirchner llegó al gobierno con plena conciencia de esa amenaza colectiva, decidido a construir su poder sobre una nueva base. Debía, antes que nada, enterrar lo que era viejo. Debía, para ello, erosionar las dos estructuras básicas del peronismo: el aparato político y la estructura sindical.
Para lo primero, proclamó la transversalidad, que quería decir la construcción de una nueva fuerza política.
Para lo segundo, se concentró en la alianza con los movimientos sociales como el de los piqueteros, protagonistas centrales de la crisis.
Los gestos fueron contundentes: denostó a la “vieja política”; dinamitó el poder de Duhalde, su padrino, en la provincia de Buenos Aires; exilió a los gobernadores peronistas al punto de echarlos de la foto durante el acto del 24 de marzo de 2004 en la Escuela de Mecánica de la Armada, recuperada por él para los organismos de derechos humanos; borró de los actos oficiales todo resabio de liturgia peronista –marchita, carteles y hasta el nombre Perón–.
Néstor y Cristina se presentaban como una pareja de ex jóvenes izquierdistas de los años setenta, compañeros en la vida y en la militancia.
Con el paso del tiempo, sin embargo...
Un día Kirchner descubrió que la transversalidad no funcionaba: los grupos que debían componerla no podían componerse a sí mismos.
Otro día Kirchner descubrió que para gestionar la Argentina los líderes peronistas resultaban irreemplazables.
Y en el día decisivo, el de las siguientes elecciones presidenciales, descubrió que la clase media urbana, a la que había apostado todo, no lo quería. Para ella era y seguiría siendo lo que no había querido ser: peronista. Y la línea divisoria del voto regresó a la más rancia distinción de clase.
Ultimamente, Kirchner se prepara para asumir la presidencia del Partido Justicialista por aclamación, sobre la base de una firme alianza con los gobernadores peronistas y de otra alianza igualmente firme con Hugo Moyano, que ha virado de sindicalista opositor a burócrata sindical clásico en el estilo de Augusto Vandor –o, por seguir su modelo preferido, Jimmy Hoffa, capo de los camioneros norteamericanos de los 50 y 60 al que se ligaba con la mafia–. A la Presidenta de la Nación, la “compañera” que debía ser el recambio democrático, se la llama “señora de” y se la pinta como a una delegada que recibe las órdenes que el Jefe, su marido, despacha desde una oficina de Puerto Madero.
Ayer, en la pantalla del televisor, Antonio Cafiero hablaba de “profesar el credo justicialista”. Luis Barrionuevo anunciaba que estaban allí encolumnados tras el jefe indiscutido del partido –y no de los que “fueron o serán”–. Y citó al General. Hasta el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, se pronunció peronista.
¿Habrán querido, una vez más, ajustarse a la visión de esa clase media esquiva y actuar tal como ella los imagina? ¿O es resignación? ¿O es derrota? Esta es la historia de ¿qué?