CULTURA
NIEVE EN BUENOS AIRES

Espía a una mujer que se mata

Rusia en Buenos Aires o el mejor teatro por Daniel Veronese y su relectura de Antón Chejov.

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Hay personas que pasan por la vida sin descubrir nada. No realizan hazañas históricas ni dan grandes pasos para el progreso de la humanidad. Todo lo contrario. Y sus historias, sin embargo, exprimidas y rearmadas se vuelven deliciosas para los demás. Porque, muchas veces, las narraciones con las que uno se identifica nacen de las miserias más humanas, de discusiones triviales en la más pura intimidad.

Así lo entendía el ruso Antón Chejov, uno de los dramaturgos y directores teatrales más importantes de la historia. Por eso, este fino autor de relatos se detuvo en las sencillas biografías de las personas que vivían la previa de la revolución que volteó a los zares. Y agudizó la mirada sobre las trifulcas cotidianas de aquellas familias de la vieja burguesía. De los que llevaban vidas inútiles. Y se sentaban a mirar cómo la vida les pasaba delante de las narices.

En Espía a una mujer que se mata, ‘Tio Vania’, uno de los textos más celebrados de Chéjov se renueva con un aire fresco y, a la vez, denso: los actores se mueven en un espacio de tres por dos, con una escenografía usada y golpeada, originaria de la obra Mujeres soñaron caballos, del mismo director. En ese rincón se desgajan las palabras a medio decir, el amor frustrado y la mediocridad de los seres humanos a los que les toca vivir pegoteados como en los conventillos.

Pasan las tardes borrachos y no filosofan ni debaten. Se pelean y se dicen las más crudas verdades. Después se perdonan o lloran, o parten y se alejan. Las ideas se encarnan en las relaciones turbias de una hija huérfana y su tío, de un escritor que alguna vez fue reconocido, y que hoy es una sombra de lo que fue, y de una corte de obsecuentes que aún se sienten atraídos por ese áurea ya borroneado.

Casi no hay objetos en escena, ni cambios de ropa, ni juegos de luces. Y todos podemos ver que lo que sucedía en la Rusia de los inicios del siglo XX, nos interpela en el presente con su verdad. Osmar Nuñez (Vania), María Figueras (Sonia) y Claudio Quinteros (Astrov), sobresalen del elenco, y magnetizan con sus trabajos. Desenredan algunos hilos en esa expresión escenográfica mínima. Y la dramaturgia que se embebe de otras obras de este vigente autor, por su parte, también le guiña un ojo al espectador contemporáneo.

Una obra de teatro que es una máquina del tiempo. Desde un paisaje gélido y lejano, comandada por un brillante hermeneuta como es Veronese, nos transporta desde la antigua Rusia hasta la calurosa Buenos Aires, en el Camarín de las Musas (Mario Bravo 960 – Reservas: 4862-0655).