CULTURA
BALANCE 2014

Letras argentinas

El Salón del Libro de París y la Feria del Libro de Guadalajara posaron este año sus miradas sobre la narrativa argentina. De la mano de una nueva camada de escritores, es posible preguntarse si existe un boom de la literatura argentina o si se trata de apenas una pálida impresión peregrina.

Claves.Los nuevos narradores edifican su obra a la sombra de los bronces de las letras vernáculas.
| Cedoc

En marzo fue el Salón del Libro de París y, recientemente, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en la que Argentina fue el país invitado. A simple vista, 2014 parece haber sido un excelente año para las letras argentinas: la revista mexicana Letras Libres le dedicó un dossier y el suplemento español Babelia, algo similar. En la publicación mexicana, Damián Tabarovsky trataba de definir, una vez más, la literatura argentina, tal como antes hizo Borges, y luego ensayaba un canon contemporáneo, jugándose por aquellos que serían los herederos de una tradición que escribió la mejor narrativa argentina, aquella que, además de discutir con otras tradiciones, se cuestionó a sí misma y se planteó “como lo arruinado, como el vestigio de lo que pudo ser y no fue”. Esa tradición, encarnada en Osvaldo Lamborghini, César Aira, Juan José Saer, Copi, entre otros, estaría hoy representada por Selva Almada, Hernán Ronsino, Pablo Katchadjian, Ariana Harwicz y Oliverio Coelho: “Hay demasiados escritores argentinos jóvenes que escriben como Aira, que respiran como Saer, que violentan como Lamborghini”. El artículo del suplemento del diario El País, por otro lado, a través de varios entrevistados intentaba mostrar el panorama de lo que es hoy la escena literaria. Señalaba que el escritor más vendido era Julio Cortázar, que una fuente de ingresos para los escritores eran los talleres literarios, que las transnacionales abandonaron la publicación de autores argentinos y que las editoriales independientes habían asumido ese rol. Esto sin mencionar que el gobierno argentino le dio rango de ministerio a la Secretaría de Cultura, por lo que han surgido legítimas esperanzas de que se establezcan políticas de fomento al libro y a la lectura. En este contexto, ¿puede hablarse de un boom de la narrativa argentina?

“Yo sería cauto con eslóganes del tipo ‘el boom de la narrativa argentina’ en una época en que el valor literario ya no depende de la crítica, sino de los propios aparatos de difusión y sus departamentos de marketing que hacen circular el libro como una mercancía más”, señala el crítico Fermín Rodríguez. Para él, que los conglomerados editoriales, que hace dos décadas absorbieron y aplastaron la industria nacional del libro, hablen de boom le parece “un error, para no hablar de mala fe. En los años 60, lo que se conoció como el boom fue justamente un momento de cruce entre literatura, cultura y nación: el momento en que las industrias nacionales del libro ponían a circular las literaturas nacionales y producir lo que hoy leemos como los clásicos de los 60, con sus sujetos, su sistema de fronteras nacionales y su representación de la historia”. Rodríguez no puede dejar de mencionar a la académica Josefina Ludmer, que viene afirmando desde hace un tiempo que los escritores contemporáneos producen textos en los que las fronteras nacionales están borradas, según un movimiento deslocalizado y diaspórico que imagina subjetividades, territorios y formas de comunidad que ya no tienen lo nacional como referencia exclusiva: “En algún sentido, son escrituras en el reverso de los mercados globales, de cuyas lógicas no podemos aislar la producción de mercancías culturales etiquetadas, por ejemplo, como ‘el boom de la literatura argentina’”. De ahí que más allá de la moda del mercado, este crítico opte por aquellos escritores que están trabajando con otros lenguajes e imaginarios, como César Aira y Sergio Chejfec: “Por suerte, los escritores están siempre en otra cosa y en otra parte que donde los buscamos y sobre todo, donde el mercado los fija. Esa potencia de variación, de no dejarse leer, de ambivalencia, de opacidad o de falsa transparencia, me hace pensar en una potencialidad más que en una fortaleza de la literatura actual”.

Uno de los grandes conglomerados editoriales, sino el más grande que existe en Argentina, es Planeta. Su director editorial, Ignacio Iraola, es mucho más optimista con la industria del libro no sólo de Argentina, sino de toda Latinoamérica, ya que su editorial ha tenido el mejor año histórico en mucho tiempo; en realidad, las cuatro grandes casas de Planeta en la región –Brasil, México, Colombia, Argentina– han dado excelentes números. Este desempeño se lo atribuye a una buena gestión: “No se trata exclusivamente de las ventas, sino de títulos que han estado muy buenos y que han vendido bien”. En el caso de Planeta Argentina los excelentes números ya llevan dos años, pero le preocupa que la principal debilidad de la industria editorial argentina y de la región sea la misma de siempre, esto es que la cantidad de lectores no crezca: “Y a mí me parece que no somos los privados los que tenemos que solucionar esto. Los libros siempre han estado: en una biblioteca o en una librería, pero nadie los ha acercado a la gente”. A Iraola le parece que, más allá de las quejas que implica toda selección, la representatividad de autores y de catálogos en las distintas ferias internacionales de este año (París, Frankfurt y Guadalajara) estuvo bien y aclara que tanto los escritores que viajan como el catálogo seleccionado para exhibir en un stand “es lo mismo, porque para unos el catálogo está bien y para otros mal, para unos los escritores seleccionados están bien y para otros no tanto”. Iraola está convencido de que Argentina provoca interés afuera porque hay una camada de escritores que está escribiendo muy bien: “Mariana Enríquez, Selva Almada, Fabián Casas, Pedro Mairal están en un nivel altísimo, y los siguen otra camada que promete mucho pero que ya está muy bien: Natalia Moret, Luis Mey y Andrea Stefanoni. Seguir a esos autores, cuidarles la obra, es la tarea de los editores”.
En este punto la pregunta de si hay un boom que responde a la calidad de los textos o a los aparatos de difusión de las editoriales cobra mayor urgencia.

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El escritor Germán García tiene una perspectiva que aporta la experiencia de haber vivido los 60 y la época actual. “Gabriel García Márquez –recuerda– sacó Cien años de soledad en la Argentina, hoy los escritores argentinos se desesperan por publicar en cualquier lugar, salvo en Argentina”. García cree que la década que estuvo entre la dictadura de Onganía y la de 1976 fue muy particular: con Onganía, si bien hubo censura, se desarrollaron editoriales realmente independientes, como De la Flor y Jorge Alvarez, y Sudamericana, cosa no menor, cambió de rumbo: “Se hizo, por así decirlo, más progresista”. Pero además durante ese tiempo se importó todo el estructuralismo francés, el realismo italiano, convirtiendo a Argentina en un mercado muy atractivo, a tal nivel que cuando el editor de Anagrama, Jorge Herralde, vino al país en los 70 y se reunió con García y la gente de la revista Literal, hizo propuestas que no encontraron buena aceptación, porque “nosotros estábamos muy satisfechos con lo que era el mercado argentino”. Después del golpe, el mercado fue otra cosa, muchos escritores se fueron al exilio, algunos murieron; hubo, en palabras de este escritor, un “derrumbe”, y la importancia que tenía el mercado argentino pasó a tenerla el mercado editorial español. De ahí en adelante “si querés existir, tenés que ponerte en contacto con el mundo exterior, y lo más fácil, por la comunidad del idioma, es España”. En este sentido, los únicos escritores argentinos que se sostienen por su prestigio son, a juicio de Germán García, Ricardo Piglia y César Aira. En cuanto al supuesto boom de las editoriales independientes y de la narrativa actual, es claro: por un lado el modelo de editoriales independientes no tiene nada de particular porque “viene de los americanos, que son pequeñas editoriales de resistencia y que llegaron acá después de haber pasado por Europa”; y por el otro, si existiera un boom, éste está creado por editoriales de afuera. Por todo esto le cuesta entender esa paradoja de si un autor vende mucho es mainstream y si vende nada, es un autor de culto, porque “todo el mundo se desespera por ser famoso”.

Adriana Hidalgo es una editorial que desde sus inicios apostó por sortear las limitaciones geográficas, políticas y de circulación del libro, instalando una casa en España y acudiendo a las ferias más importantes de circulación editorial, como Guadalajara y Frankfurt. Su directora editorial, Adriana Hidalgo Solá, cree que “la Argentina ha mejorado sin duda su presencia y representación en las ferias”; valora algunas políticas que han venido desde el Estado, como el subsidio a las traducciones de obras de autores argentinos a otras lenguas; sin embargo, no está pendiente de las políticas de fomento del libro y de la lectura que podría implementar el Ministerio de Cultura el próximo año: “Si nos decimos independientes, seamos consecuentes con ello. Ahora si se promueven estas políticas, ¡bienvenidas sean!”. Esta directora editorial demuestra su independencia en el hecho de que en la Feria del Libro de Guadalajara compartieron stand con otras editoriales independientes (Mardulce, Caja Negra, entre otras), con ese grupo bautizado como Los Siete Logos, con el que ya ha repetido la experiencia en otras ferias: Buenos Aires, Santiago y provincias. Algo similar, pero con editoriales en su mayoría europeas, han hecho en la Feria de Frankfurt. Pero más allá de las ferias, Adriana Hidalgo se centra en su catálogo, donde la mitad está conformada por obras escritas originalmente en castellano, especialmente autores argentinos. Ahí está su potencial.
Como resulta difícil determinar si hay o no boom, mejor asumir que la narrativa argentina casi siempre ha sido atractiva y centro de miradas. Quizá como intentó Tabarovsky en su artículo, habría que preguntarse por qué sucede esto, por qué la narrativa argentina es atractiva. Sin proponérselo, Cristina Iglesia y Loreley El Jaber, en la introducción de Historia crítica de la literatura argentina, dirigida por Noé Jitrik, contestan a este interrogante, señalando que la primera imagen narrativa del territorio fue “la imagen de la falta”. Sin embargo, la imagen que siguió fue “la imagen del exceso”. Ambas están hábilmente retratadas por Saer en El entenado; falta y exceso recorren gran parte de la primera etapa de la literatura argentina. Pero estas dos imágenes han transitado buena parte de la historia de la literatura argentina bajo distintas denominaciones. En términos contemporáneos, podríamos llamarlas tradición y ruptura. Por ejemplo, la imagen de Pájaros en la boca, el relato de Samanta Schweblin, donde una niña se mete pájaros en la boca, tiene su antecedente en Cancha rayada, la novela de Germán García, cuando a la profesora Ferrari le entra un pájaro en la boca a la mitad de una clase: “El canario saldrá entonces hacia el techo o se abalanzará ciego contra una de las paredes. Siempre dos, dos veces acabé y el canario de punta dentro de la boca de la Ferrari, masticante de plumas y patitas sin quererlo”. La ruptura que hizo García la integró a una tradición Schweblin. Esta forma de funcionamiento hace pensar en cuántas de las novelas publicadas en 2014 serán recordadas con los años y engrosarán la ruptura y la tradición.