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La historia del "albañil de Dios" que colabora en Madagascar

L'Osservatore Romano publicó una entrevista al padre Pedro Pablo Opeka donde cuenta sus tareas humanitarias y sus motivaciones a seguir con ellas.

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Padre Pedro Pablo Opeka | Cedoc
El sacerdote argentino Pedro Pablo Opeka, conocido por muchos como “el albañil de Dios”, realiza tareas humanitarias en Madagascar, donde ha rescatado de los basurales de ese país a más de medio millón de personas. Allí construyó 17 barrios incluyendo casas, escuelas, hospitales y campos deportivos, así como puentes de encuentro a través del fútbol con los jóvenes, de risas con los niños y especialmente del trabajo con los adultos.

Enseñó el oficio de albañil a miles de hombres con los que levantó todas esas construcciones, de ahí su apodo, aunque a él no le guste mucho el titulo. En la nueva edición de la versión argentina de L'Osservatore Romano, el diario oficial del Vaticano, que puede conseguirse este sábado con la edición de diario PERFIL, se publica una entrevista telefónica con Opeka en la que explica su labor humanitaria, 

"Cuando veo un pobre a mi lado le tengo que dar una mano simplemente por ser humano, luego si yo creo en Jesús tengo otra razón más de ayudar y si además soy sacerdote, otra más", confesó sobre los motivos que lo llevan a a ayudar a otros de forma desinteresada. 

Consultado por qué lo llevó hasta la isla africana, explicó: "Cuando llegué a Madagascar en los años 70, no había tanta pobreza. Durante 15 años trabajé en el sureste del país hasta que llegué a la capital en 1989 en medio de una crisis económica muy grande donde la gente se empobreció. Fue en esa época donde comencé a ver gente viviendo en medio de un basurero. Por entonces decidí entrar como sacerdote porque el Evangelio me tocó el corazón".

Acerca de sus reiteradas nominaciones al Premio Nobel de la Paz, consignó: "Es un premio muy político, ya me han presentado tres veces. Ser nominado dentro de siete billones de personas en el mundo ya es para nosotros, para los pobres de un basurero, un reconocimiento muy importante. Yo no trabajo por ningún premio, pero si Dios quiere que caiga en
Madagascar en favor de los más pobres, lo recibiremos con mucha alegría. Nos dará más fuerza para hablar y defender la dignidad de un pobre, de un niño, de la familia, de toda persona humana. Porque un premio no se recibe para guardarlo en un armario, sino para seguir trabajando y luchando hacia el mismo rumbo que nos hemos fijado desde el comienzo: erradicar la pobreza, el racismo y todo lo que oprime al ser humano".