OPINIóN
Historia política

El día que bombardearon Buenos Aires

Breve crónica de la masacre en la Plaza de Mayo y la caída del peronismo.

Bombardeo Plaza de Mayo
Aviones de la Marina surcaron el cielo porteño y arrojaron en las inmediaciones de la Plaza de Mayo más de 100 bombas, 14 toneladas, sobre los ciudadanos. | cedoc

En el plano económico, el año 1955 había comenzado bien. Los acuerdos entre empresarios y trabajadores en el Congreso de la Productividad auguraban mejoras, luego de algunos años en los que la clase obrera había debido ajustarse y reducir su capacidad de consumo.

Lo que no estaba para nada bien era la situación política: en su segunda presidencia, iniciada el 4 de junio de 1952, Perón había apartado a los sectores más lúcidos, rodeándose de adulones. Así, desaparecieron de la escena política personas como el intelectual y escritor Arturo Jaureteche, Arturo Sampay, ideólogo de la constitución de 1949 y Domingo Mercante, gobernador de Buenos Aires, entre otros. Había llegado la hora de los funcionarios con escaso brillo intelectual y mucha pasión por la obediencia. Este Perón, afirman los estudiosos, era poco permeable a la crítica y la muerte de Eva, el 26 de julio de 1952, contribuyó a que se encerrara más en sí mismo.

La “Constitución de Perón” que rompía con el legado de 1853

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Así, de los tres pilares que habían llevado a Perón al poder en 1946, la clase obrera, las Fuerzas Armadas y la Iglesia Católica, solo le quedaba el apoyo incondicional de los y las trabajadoras y trabajadores.

El 11 de junio de 1955 se realizó la procesión del Corpus Christi, tradicional celebración religiosa que adquirió un profundo tinte político: narran las crónicas que junto a los fervorosos católicos había militantes del Partido Comunista, ateos por definición. No los unía el amor sino el espanto, habría dicho Borges si asistía a esa escena. La procesión terminó con algunos incidentes y la quema de una bandera argentina que el gobierno atribuyó a los manifestantes.

Apenas cinco días después, al mediodía del jueves 16, aviones de la Marina surcaron el cielo porteño y arrojaron en las inmediaciones de la Plaza de Mayo y de la Casa Rosada más de 100 bombas (¡14 toneladas!) sobre los ciudadanos. Pensemos por un instante en la cantidad de gente que transita por allí en un día laboral (ministerios, bancos, subterráneos, oficinas, etc.) y en el horror que habrán sentido al ver caer las bombas y los tiros de las ametralladoras. Una de las bombas cayó de lleno en un trolebús con niños de una escuela. No se salvó ninguno.

Perón es aún la gran influencia de la política argentina

A la noche de ese larguísimo día, militantes y obreros peronistas quemaron la Catedral Metropolitana, el Jockey Club y las sedes de los partidos políticos (la Unión Cívica Radical, el Partido Socialista y el Partido Comunista). Aquí cabe señalar dos cosas: en primer lugar, los sitios que fueron atacados representaban, a ojos de los obreros, al enemigo: la Iglesia, la oligarquía del Jockey Club y los partidos políticos opositores. En segundo lugar, ¿nunca pensaron lo que le habrá costado a un obrero peronista, seguramente nacionalista y católico, ingresar y quemar la Catedral? ¿no es solo una situación de extrema tensión y una masacre lo que conduce a realizar esa acción?

Una vez restablecida la calma, el gobierno prometió una investigación oficial a fondo sobre los hechos y un castigo ejemplar a los asesinos. Nada de eso sucedió. Perón intentó evitar la profundización de la “grieta”, desplazando a ministros cuestionados por la opinión pública y dándole espacio en la radio a la oposición.

Sin embargo, la tensión fue in crescendo, el 31 de agosto de 1955, ante el anuncio de renuncia del primer mandatario, la Confederación General del Trabajo (CGT), realizó una masiva manifestación para que Perón revirtiera su postura. Ese día, desde los balcones de la Casa Rosada, Perón pronunció aquel famoso -y triste- discurso en que autorizaba a un peronista a matar a un opositor, afirmando que “por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de los de ellos”, a lo que la multitud respondió “cinco por uno, no va a quedar ninguno”.

Cien kilos de bombas en la Plaza de Mayo, más de trescientos muertos y setecientos heridos, “nosotros o ellos”, “cinco por uno”, son postales de ese convulsionado año 1955.

Luego de ese acto -e insisto: del bombardeo de junio previo-, la suerte estaba echada: o se profundizaban las medidas del gobierno peronista (¿el vamos por todo” actual?, ¿la revolución socialista anhelada por algunos dirigentes?) o se producía el golpe militar. Revolución o golpe eran los únicos caminos habilitados. Dos semanas después triunfó el golpe con la (autodenominada) Revolución Libertadora de Eduardo Lonardi y Pedro Eugenio Aramburu y Perón iniciaba su largo exilio. Otra historia comenzaba.