El 3 de febrero de 1986, por primera vez, el Papa Juan Pablo II visitó a la Madre Teresa de Calcuta en la casa central de las Misioneras de la Caridad, en India.
En ese edificio venido a menos, sobre una de las arterias más importantes y populosas de Calcuta (“ciudad de la diosa hindú Kali”), comenzó en 1950 la obra de caridad que hizo de Agnes Gonxha Bojaxhiu una enfermera albanesa, luego una predicadora en Irlanda, más tarde una misionera en una de las ciudades más desiguales del mundo y finalmente “Teresa”, en homenaje a Teresa de Lisieux, la santa patrona de los misioneros.
En 1950, la Madre Teresa se metió sin pedir permiso en un salón abandonado junto al Kalighat (templo a la diosa Kali) sobre la calle Acharya Agadish Chandra Bose y comenzó a meter adentro a todos los enfermos de la calle. Enseguida se convirtió en una leyenda. Las autoridades fueron a desalojarla varias veces, incluso con pedradas, pero ella resistió. Hasta que Dios, que lo sabe todo, quiso que el funcionario que le negaba la firma se enfermara gravemente, no tuviera ni un perro que le ladrara y Teresa fuera la única que lo recibiera.
Apenas puso un pie en el Kalighat –como todos llamaban al lugar- el hombre vio en la entonces Madre Teresa lo que todos ya estaban viendo: la leyenda invisible grabada en la frente, “Amor”. El hombre sobrevivió. Y la Madre Teresa comenzó a recibir ayuda.
Teresa y Juan Pablo II, dos santos
"Nunca vimos un santo y para nosotros la Madre Teresa era un ángel de carne y hueso. La Madre nunca intentó impresionarnos con milagros. Pero siempre estuvimos impresionados por la manera en que nos cuidaba", comentó Vireshwar Chatterjes, un viejo tuberculoso al que su familia había abandonado en Calcuta, según cita ACI Prensa.
Teresa fue siempre Santa Teresa, aún antes de merecer el Premio Nobel de la Paz en 1979, cuando ni pensaba en su beatificación en 2003, menos aun en su canonización el 4 de septiembre de 2016.
Al mismo tiempo, Karol Józef Wojtyła (1920-2005), que había venido al mundo en el pueblo de Wadowice, y saltado al Vaticano desde el arzobispado de Cracovia, tampoco había soñado con convertirse en el primer Papa polaco de la historia y el primero no italiano desde 1523. Pero ya lo era. Y tras su muerte, sería también canonizado por el actual Papa Francisco, en 2014, como Santa Teresa de Calcuta.
Es decir, ese 3 de febrero de 1986 ocurrió una cumbre histórica: dos futuros santos cruzaron sus caminos en uno de los rincones más pobres del mundo.
En la Iglesia Católica dicen que “a menudo los santos vienen de a dos”, pero piensan en María y José, Pedro y Pablo, Francisco y Santa Clara. Teresa y Juan Pablo son dos auténticas potencias saludándose en las postrimerías del siglo XX y ambos canonizados por el mismo Papa, en el siglo XXI.
Juan Pablo II y la Madre Teresa
Para la Madre Teresa, ese 3 de febrero fue el día “más feliz de su vida”; para él, la prueba del dolor infinito.
El Obispo de Roma llegó al barrio más pobre de Calcuta en el Papamóvil blindado; la Madre Teresa subió al vehículo blanco y besó largamente su anillo de pescador. En retribución, el Sumo Pontífice tomó la cara de la monja pequeñita entre las manos, le besó la cabeza diminuta y la honró: “My mother”.
Un ritual de cariños mutuos que el tiempo repetiría en cada una de los instantes en que se reencontraron.
Como una nena orgullosa de su maestro, la Madre Teresa lo tomó de la mano y condujo a Juan Pablo II hasta su lugar en el mundo, el hogar Nirmal Hriday (“Sagrado Corazón”), el primer hospicio que abrió para recibir a todos los que no tenían a nadie, madres solteras, enfermos terminales, indigentes.
Sin perder tiempo, Teresa lo tomó de la mano dando pequeños saltitos y lo llevó de la mano, como la alumna entrando al colegio con su maestro favorito.
Sin preámbulos metió a Wojtyla en su Kalighat, el Nirmal Hriday, la “Casa del corazón puro”, el primer hogar de las Misioneras de la Caridad, el que con los años se destinó exclusivamente a los moribundos.
Los hombres estaban en un lado del salón; las mujeres, en el otro; y en el medio, el escritorio en donde la Madre Teresa hacía rendir cada centavo que les llegaba. Todo el lugar olía a muerte: un vaho impreciso de sangre, desinfectantes y alcohol.
Las hermanas misioneras y las voluntarias (todas con conocimientos básicos de medicina) ayudaban a los pacientes, incluso en tareas propias de cirujanos. El Papa caminó entre los camas de metal, abrazó a los que no daban más, a quienes no tenían cómo disimular el hueso asomando por la herida, habló con los que le hablaban aunque no les entendía qué decían, dio de comer a alguno, bendijo algunos cadáveres que esperaban un destino y no disimuló su consternación. La Madre Teresa le seguía hablando y él ya no le respondía, enmudeció.
Al salir del Kalighat de Teresa, de nuevo entre el aire “fresco” de la calle, improvisó un discurso breve, visiblemente emocionado: dijo que el hogar Nirmal Hriday era "un lugar que da testimonio de la primacía del amor".
La Buena samaritana y el Papa polaco
Dos años después de ese encuentro, el Papa Juan Pablo II autorizó la apertura del Hogar “Don de María” en el Vaticano.
Con el tiempo, la Congregación abrió en Calcuta otros espacios de la Fundación Misioneras de la Caridad: el Sishu Bhavan (“Casa de los Chicos”, para huérfanos y desnutridos: Daya Dan (“Hogar de los niños”), para discapacitados; Prem Dan (“Don de amor”), para personas con alteraciones mentales, pero también un dispensario que entrega medicamentos a leprosos en tratamiento.
“Difunde el amor donde quiera que vayas. No dejes que nadie se aleje de ti sin ser un poco más feliz”, decía Santa Teresa de Calcuta e infinitos testimonios confirman que lo hacía.
Para Wojtyła ella sería siempre la auténtica “Buena samaritana” y, cuando ya cansada quiso dejar la Misión de la Caridad en otras manos, él no se lo permitió: “Absolutamente, no” fue su respuesta como Obispo de Roma.
La Madre Teresa de Calcuta falleció el 5 de septiembre de 1997, pero ya desde hacía unos años, el cáncer le restaba movilidad. Hasta último momento estuvo atenta y no soltó las riendas de sus misiones.
Un día preguntó por las novedades y le dijeron que habían llamado desde el Vaticano para saber sobre su estado de salud, que el Presidente Bill Clinton le deseaba una pronta recuperación; que los musulmanes habían hecho una peregrinación a La Meca para pedir por su salud y que la Iglesia Anglicana también rezaba por ella.
Luego de hacer un momento de silenció, sólo dijo: “¡Cuánto hace Dios con tan poca cosa!”