A medida que la pandemia de coronavirus se ha vuelto nefasta, vale la pena recordar que existen otras amenazas graves para la salud pública que no se pueden ignorar. Esa es una razón para aplaudir a la Administración de Drogas y Alimentos (FDA, por sus siglas en inglés) por emitir, incluso en este período, una nueva y estricta regulación al tabaco que debería salvar vidas: el requerimiento de advertencias gráficas en los paquetes de cigarrillos.
Cada vez que los clientes compran un paquete de cigarrillos, o se detienen a pensar si compran uno, verán una de las 11 horripilantes imágenes, acompañadas de un desolador mensaje verbal.
La imagen podría ser una mujer con un gran tumor de cuello, junto con estas palabras: "Fumar causa cáncer de cabeza y cuello". O podría ser un pulmón enfermo, con las siguientes palabras: "El humo del tabaco causa enfermedad pulmonar mortal en los no fumadores". O podría ser un cuerpo obviamente enfermo de un paciente, con estas palabras: "Fumar puede causar enfermedades cardíacas y accidentes cerebrovasculares al obstruir las arterias".
Las imágenes no pueden ser pequeñas: “Las nuevas advertencias requeridas deben aparecer visiblemente en los paquetes y anuncios de cigarrillos, ocupando el 50% superior de los paneles frontal y posterior de los paquetes de cigarrillos y al menos el 20% del área en la parte superior de los anuncios”, dice la FDA.
Alrededor de 480.000 estadounidenses mueren cada año por causas relacionadas con fumar. Si ese número se puede reducir incluso en un 10%, sería un logro espectacular.
La nueva regulación pone fin a una larga saga. Las advertencias actuales de solo texto, vigentes desde 1984, son insípidas. No hay muchas razones para pensar que están logrando algo positivo. Se emitieron mucho antes de la explosión de la investigación moderna del comportamiento sobre cómo llamar la atención de las personas sobre los riesgos para la salud mediante el uso de imágenes deslumbrantes.
En 2009, el Congreso promulgó la Ley de prevención del tabaquismo familiar y control del tabaco, que ordenaba advertencias gráficas. La FDA emitió la regulación requerida en 2011. Pero fue objeto de una feroz disputa en un tribunal federal, con jueces de apelación que dictaminaron que la FDA no había establecido que sus advertencias elegidas realmente salvarían vidas.
Para la FDA representó un lento retroceso hacia el punto de partida. No fue sino hasta 2018 que un tribunal federal dictaminó que, según la ley, la agencia no podía seguir de brazos cruzados. Tuvo que asumir otra arista del problema y solucionarla rápidamente.
En agosto pasado, la FDA presentó su nueva propuesta. Las advertencias preliminares no eran tan horripilantes como las propuestas en 2011, pero eran similares.
Una innovación importante, casi seguramente adoptada para reducir el riesgo de invalidación judicial, fue que la agencia no afirmó ser capaz de cuantificar el número de muertes que su regulación evitaría. En cambio, optó por hacer la afirmación más modesta de que las advertencias promoverían "una mayor comprensión pública de las consecuencias negativas para la salud del consumo de cigarrillos". Hay muchas razones para pensar que una mejor comprensión salvará vidas.
Muchos observadores aplaudieron la propuesta 2019 de la FDA. Pero en vista del enfoque poco entusiasta de las nuevas regulaciones por parte de la administración del presidente Donald Trump, y la amplia gama de asuntos a los que debe atender la FDA, no estaban seguros de si la propuesta finalizaría de manera oportuna. Resultó que la agencia actuó rápidamente incluso en medio de la crisis del coronavirus.
La nueva regulación es sumamente importante, señala un punto más amplio, especialmente al incluir el contexto de la pandemia de coronavirus.
Para los políticos que buscan aplausos ha sido demasiado fácil hacer un llamado, en resumen, a "deconstruir el estado regulador". Para los observadores en su mayoría desinformados en grupos de investigación, la academia y otros sitios, es un juego de niños despreciar a los burócratas y administradores expertos y mal pagados de la nación, centrados en la salud pública y la seguridad, al catalogarlos como alejados de la realidad o como un obstáculo a lo que realmente importa: mercados libres y autonomía empresarial.
La desregulación puede ser una gran idea, incluso en el área de las aprobaciones de medicamentos, donde la FDA debería eliminar el “lodo” y avanzar más rápido de lo que a menudo debe permitir que tratamientos prometedores lleguen al mercado.
Pero cuando decenas de miles de personas se enferman o lesionan, y cuando sus luchas y desesperación se hacen visibles, parece cada vez menos útil –incluso cruel– celebrar un estado regulador desmoralizado e incapacitado, impedido de tomar medidas sensatas para proteger a los ciudadanos.
Solo para 2020, dejemos de llamarlo "el estado regulador". Llamémoslo "el estado protector". Y démosle algo de espacio de maniobra.