La sequía en España, que este año atraviesa una nueva ola de calor, es tan extrema que prácticamente ningún aspecto de la vida cotidiana ha quedado intacto.
Los platos se dejan sin lavar toda la noche cuando se agota el agua disponible. Las vacas criadas para carne gourmet corren el riesgo de pasar sed. Los turistas que se dirigen a un destino de deportes acuáticos se encuentran con barro duro. Estas crudas escenas tienen lugar mientras Europa soporta su periodo más seco en al menos 500 años, una situación que se torna más probable y empeora por el cambio climático.
“Tuvimos lluvias ligeras a finales de mayo y en junio que ayudaron al sector agrícola y redujeron el riesgo de incendios forestales”, dice Sarai Sarroca, directora de la agencia meteorológica catalana. “Pero nada de la magnitud de lo que necesitamos para paliar 34 meses seguidos de sequía”.
El cambio climático y el drama de Sau
Los gases de efecto invernadero emitidos por las actividades humanas han calentado el planeta, en promedio, 1,2 °C desde la época preindustrial. Pero Europa en su conjunto se calienta al menos el doble de rápido, y Cataluña aún más, con temperaturas 2,7 °C más altas en 2022 que la media entre 1960 y 1990, según la agencia meteorológica.
Esta semana, partes de España enfrentan una fuerte ola de calor. El miércoles, la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) emitió una alerta de “riesgo extremo” para la región meridional de Andalucía.
El calor en Cataluña, combinado con niveles de precipitación históricamente bajos, ha dejado los embalses en un estado calamitoso. Actualmente están al 30% de su capacidad, por debajo del promedio de 46,5% para toda España.
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Al norte de la región metropolitana de Barcelona, donde viven más de 3 millones de personas, se encuentra el embalse de Sau. Fue creado en la década de 1960 con la inundación de Sant Romà de Sau, una aldea que data del siglo X. Por décadas, el campanario de la iglesia románica del antiguo pueblo asomaba entre las aguas e indicaba fácilmente si el nivel era alto o bajo. Hoy en día, todo el edificio está al descubierto, totalmente seco, rodeado de barro quemado.
En febrero, había tan poca agua en el embalse de Sau que las autoridades empezaron a temer que se mezclara con el lodo del fondo, agotando los niveles de oxígeno y matando a todos los peces que vivían en la cuenca. Si eso ocurría, la poca agua que quedaba no sería apta para consumo humano. Así que el gobierno catalán contrató a unos pescadores para que capturaran y destruyeran 4.000 peces para evitar que contaminaran el suministro. El agua restante se recuperó trasvasándola a una segunda reserva cercana.
En abril, los niveles de agua en Sau habían descendido a sólo el 6,5%. La superficie cubierta por el agua era tan reducida que los aviones usados para combatir incendios no podrán recoger agua si se les llama para apagar incendios forestales en verano. Otros dos embalses de la región se encuentran en una situación similar, por lo que los bomberos buscan alternativas mientras se preparan para la temporada de incendios.
Los fines de semana, decenas, a veces cientos, de personas recorren las estrechas carreteras que conducen al embalse para hacerse selfies con el impactante paisaje: los acantilados rocosos, los charcos de agua turbia y las ruinas del antiguo pueblo. Los turistas han provocado atascos que dificultan el trabajo de los funcionarios encargados de controlar la calidad del agua. En un par de ocasiones, los visitantes se quedaron atascados en las orillas fangosas, lo que llevó al Gobierno a considerar la posibilidad de restringir la entrada al embalse.
“A la gente le gusta ver desgracias”, dice Albert Pladevall, propietario de una pequeña empresa de kayak que opera en Sau. “Allí abajo, en las ciudades, pueden estar preocupados por la sequía, pero abren el grifo y sale agua”.
Durante años, Pladevall guió a los visitantes por las aguas del embalse para que pudieran remar alrededor de la campana de la iglesia, siempre un éxito entre el público. A principios de año, el Gobierno prohibió durante meses todas las actividades acuáticas para limitar la afluencia de gente a la zona.
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El 26 de junio se permitió reabrir a los comercios locales, incluido el de Pladevall, entre advertencias de que irían a la quiebra.
“Todo es muy incierto”, dice Pladevall, a quien le preocupa que las lluvias de las últimas semanas ofrezcan poco alivio a largo plazo. “Si la sequía sigue, tendremos que reinventarnos de alguna manera”.
El impacto continúa río abajo. Un hotel local que solía bombear agua directamente del embalse de Sau ahora tiene que comprarla, un gasto que amenaza su supervivencia. El cercano pueblo de Vilanova de Sau, de unos 300 habitantes, bombea agua de un arroyo cercano porque los niveles de calidad del embalse siguen siendo bajos, dice el alcalde Joan Riera.
Los agricultores también tienen dificultades. Rafel Rodenas es uno de los pocos ganaderos de España que cría carne de vacuno con certificación Wagyu y la vende directamente a restaurantes de la zona galardonados con estrellas Michelin. Para que la carne mantenga su certificación, cada una de sus 170 vacas y dos toros tienen que beber entre 70 y 100 litros de agua al día, pastar hierba sin pesticidas que crece con la lluvia y comer el menor forraje posible.
Este año, la hierba apenas se elevaba unos centímetros de altura en plena primavera, cuando debería haber alcanzado unos 60 centímetros. Eso obligó a sus vacas a buscar hierba fresca en el interior del bosque, donde normalmente sólo se alimentan en verano. Las lluvias de mayo y junio ayudaron a mejorar la situación, pero Rodenas teme que durante los meses de verano, tradicionalmente secos, tenga que alimentarlas con hojas cortadas directamente de los robles, un antiguo truco al que los agricultores de la región solían recurrir en los meses de invierno. Después de eso, su único plan es esperar lo mejor.
“Los campos no tienen tiempo de regenerarse por la falta de agua”, dice Rodenas. “El precio del heno se ha multiplicado por cuatro y la preocupación es que no encontremos durante el verano porque estos cultivos dependen de la lluvia y en muchas granjas no han plantado lo suficiente para cosechar”.
Más lejos de los embalses, este año al menos 80 pueblos han visto suspendido el suministro a través de tuberías durante la mayor parte de la noche, lo que les obliga a depender de los camiones que reparten agua cada mañana. La controvertida medida se aplicó tras darse cuenta de que el aire se acumula durante la noche en las tuberías, cada vez más vacías. Cuando las temperaturas suben por la mañana, ese aire se expande, aumentando el riesgo de que las tuberías revienten y provoquen fugas.
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En el pueblo de L’Espluga de Francolí, donde sus 3.700 habitantes no tienen agua desde las 10 de la noche hasta las 5 de la mañana, Joana Pérez ha tenido que adaptarse. Guarda agua embotellada para mantener en marcha la cafetera del bar del que es propietaria y cada día llena grandes cubos de agua para asegurarse de que tiene suficiente para rellenar las cisternas de los retretes y fregar los platos.
“Es más caro, pero me he acostumbrado”, dice Pérez. “No podemos hacer otra cosa, la verdad”.
No muy lejos de ahí está el Bar Del Casal, que durante décadas ha tenido un depósito de 1.500 litros. Solía ser útil las pocas veces al año que había cortes de agua, dice su propietario, Enric Solé. Ahora es el salvavidas de un negocio que funciona de 8 de la mañana a 1 de la madrugada y sirve cientos de comidas y bebidas al día.
“Aunque tengamos un suministro de agua seguro, somos muy cuidadosos con el agua que utilizamos”, dice Solé. “Sólo en dos ocasiones nos quedamos sin agua en el [depósito] y tuvimos que dejar los platos sucios hasta el día siguiente”.
Soler es también el propietario del bar de la piscina del pueblo, que abre sólo en verano pero no tiene cisterna. “Dejamos los platos sucios hasta el día siguiente: cerramos más temprano por la noche y abrimos también más temprano por la mañana”.
¿Qué medidas están tomando las autoridades?
En un intento por utilizar la poca agua que queda de la forma más inteligente posible, las autoridades han declarado la emergencia en la mitad de Cataluña. Las medidas afectan a cerca de 500 pueblos, entre ellos Barcelona. Incluyen el cierre de todas las fuentes públicas decorativas y la prohibición de llenar piscinas y utilizar agua potable para limpiar calles o edificios.
Los barceloneses están acostumbrados a la escasez de agua y las autoridades organizan periódicamente campañas sobre cómo ahorrarla. El Gobierno catalán limita el consumo de agua a 230 litros por persona y día, medida que incluye el consumo de la industria, el turismo y la agricultura. Los hogares de Barcelona se mantienen dentro de esas restricciones. El consumo de agua en los hogares es de unos 103 litros por persona y día, muy por debajo de la media española de 134 litros.
En los últimos meses, la ciudad también ha empezado a explotar sus reservas de agua subterránea. Por primera vez, esas aguas se utilizan para regar jardines públicos.
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Todas las mañanas, grandes camiones cargan agua y la distribuyen por los distintos parques de la ciudad. El césped no se riega desde hace meses, pero los árboles y arbustos se alimentan con técnicas como el riego por goteo. Su supervivencia es necesaria para mantener fresca la ciudad durante los meses más calurosos del año. Durante los meses de verano, las autoridades locales instalan refugios climáticos en parques y edificios públicos para que la gente pueda refrescarse cuando el calor alcanza niveles peligrosos.
Las autoridades locales esperan que todas estas medidas garanticen el suministro de agua a toda la población durante el verano. Pero en otoño podrían producirse nuevas restricciones. En mayo y junio, las precipitaciones apenas superaron los 200 litros por metro cuadrado, pero se necesita al menos la misma cantidad para aliviar realmente la situación, afirma Sarroca, de la agencia meteorológica catalana.
A la preocupación se añade el hecho de que este año se está produciendo el fenómeno de El Niño en el Océano Pacífico, lo que altera los patrones meteorológicos a escala mundial y eleva las temperaturas en el Mediterráneo occidental. A escala mundial, el mes de junio pasado fue el más caluroso del mundo en al menos tres décadas, mientras que la primera semana de julio fue la más calurosa de la historia.
“Dos años seguidos de calor récord serían una catástrofe en este contexto de sequía”, afirma Sarroca. “Pero es algo que no podemos descartar en este mundo dominado por el cambio climático”.
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