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Algunos virales

Redes sociales 20230923
Comunicación | Redes sociales | Unsplash | ROBIN WORRALL

Si uno quiere, tres o cuatro virales se convierten en un diagnóstico del estado de situación, un corte transversal de lo que la gente está viendo. Pero también de lo que la gente está debatiendo: no es solo lo que piensa sino también lo que teme pensar.

En uno de estos videos virales, el multimillonario australiano Tim Gurner, en ese completo acento australiano que recuerda a las clases obreras londinenses de las ficciones (la estética me parece importante), sabiéndose ampliamente grabado y actuando frontalmente para la viralización, dice lo que todo el capitalismo piensa pero no se atreve a sostener en registros. Afirma sin tapujos que para seguir ganando la fortuna que ganan lo que hace falta es crear dolor en el mercado laboral. Para eso el desempleo tiene que aumentar un cuarenta o un cincuenta por ciento, así los trabajadores van a entender algo que parecen haber olvidado con la pandemia: que trabajan para su empleador y no al revés. Hay que matar esa arrogancia del trabajador, dice con calma. Los bancos centrales del mundo ya lo sabían antes de que la opinión cobrara forma viral, por eso en todo el mundo suben las tasas de interés, para enfriar el crecimiento de los países ricos. Así se proponen bajar la inflación, aunque esta no ocurra por exceso de demanda, sino por una serie de efectos combinados: pandemia, sequía, desastres naturales, guerra, etc. Se podrá argumentar una y mil veces que Tim Gurner evita hablar de plusvalía, ese valor extraído al trabajo del obrero que el empleador guarda para sí a cambio de prestarle las herramientas, y a cuya luz las cosas son realmente al revés: el obrero sí elige a quién hará rico con su trabajo. La biología más elemental está llena de ejemplos en los que especies diferentes con poderes naturales complementarios cooperan o se devoran unas a otras y esas relaciones tienen nombres claros: son depredadores y presas, son parásitos o arman con suerte algunas simbiosis.

Fue la lucha

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La cuna del capitalismo discute en este momento estos principios básicos, cuando ya parecía que la lucha sindical era una ilusión sepia del pasado: a la huelga de Hollywood se sumaron esta semana las automotrices de Detroit.

En otro viral, si se quiere de signo opuesto, o no, un pequeño empresario argentino les explica a sus obreros, todos votantes de Milei en las PASO, lo que les va a pasar a la empresa y a ellos mismos si Milei gana. Es una postal paradójica, en la que el propio empleador trata de hacerles notar su condición de asalariados. ¿La han olvidado? Es un empresario que explica el buen capitalismo a sus obreros, simpatizantes de Milei, que trae una granada en la mano, granada que les explotará precisamente en esa mano obrera.

¿A quién le habla Tim Gurner cuando habla? ¿Por qué puede hacerlo así, tan desembozadamente, sin temer ninguna condena moral?

El nuevo siglo ha introducido una diferencia fundamental en la percepción de las relaciones laborales. La semidesaparición del trabajo en serie, colectivo, donde cada obrero ve las condiciones de explotación del que está al lado, hace que –en la intimidad de su home office, el asiento de su taxi o el caño de su bicicleta– el explotado se sienta parte del afortunado conjunto de accionistas de Tim Gurner. Es un encantamiento poderoso, muy ligado al mágico asunto de la identificación, una clave milenaria del teatro, de todas las ficciones: ser el otro. Hemos logrado conjuntamente que casi nadie se identifique con la víctima del lazo laboral. Nos identificamos con los verdugos, primero con los de buen corazón y ahora con los sádicos.

Quizá por eso el otro viral de la semana venga a echar tanta luz colorida. Un empleado le avisó por WhatsApp a su empleador que iba a faltar al laburo. El empleador le contestó con un emoticón de dedito para arriba. El empleado creyó que eso significaba “Está todo bien”. Faltó. Y lo despidieron. En el juicio laboral el empleador adujo que le habían dado dedo libre y unos jueces debieron dictaminar si el emoticón significa “dale que va” o “hasta cuándo vas a seguir jodiendo”. Los semiólogos ya lo saben: todo lenguaje es un cúmulo de síntomas de incomunicación, ruido y error. No es que el castellano sea más preciso que los emojis. Es que lo que anida detrás del pedido de permiso para faltar al trabajo que alimenta esa plusvalía no se puede explicar aún en ninguna lengua de esta tierra plagada de virus.