BATALLA DE CARABOBO. Aquí logró Simón Bolívar derrotar definitivamente al ejército español en 1821. |
Después de cinco días en Venezuela, regresé el lunes pasado. En contra de mi voluntad, que exigía concentración en la coyuntura argentina, mi mente siguió procesando informaciones acumuladas en el viaje al “Macondo de Chávez”, sobre el que escribí el domingo anterior. Supongo que ese indómito impulso de mi mente por volver a Venezuela era disparado por las continuas semejanzas que encontraba a cada paso con los temas argentinos.
Ante el incipiente desabastecimiento de distintos productos en la Argentina, no pude dejar de pensar que –ampliado– el problema se repite en Venezuela. Allí, junto con el desabastecimiento, también hay un crecimiento del PBI del 8% y una inflación anual del 23%, y se usan controles de precios. Los temas comparten una matriz común. Un crecimiento superior a la suma de la inversión pública y privada que lo sustenta, genera inflación. La alta inflación invita a los controles de precios. Los controles de precios generan desabastecimiento de aquellos productos cuyo costo de fabricación sea superior a los precios máximos impuestos por cada gobierno.
Tampoco pude dejar de interrelacionar estos datos de Argentina y Venezuela con las experiencias que junté en la decena de viajes que hice a la ex Unión Soviética. En Venezuela se hacen “tours de mercados”, porque donde hay pan, falta la leche; donde hay leche, falta la carne. Salvando las enormes distancias, en la ex URSS la gente invertía cuatro horas diarias en hacer colas.
Obstinadamente, mi pensamiento volvía a las explicaciones del Premio Nobel de Economía 1974, el austríaco Friedrich Von Hayek, quien separaba las economías en dos tipos: las de escasez, donde la demanda superaba a la oferta, y las de consumo, donde eso no sucedía. Von Hayek fue el mayor crítico económico de la ex Unión Soviética, y en su juventud, mientras fue profesor de la London School of Economics –donde estudió nuestro ministro Lousteau–, se hizo célebre por su mutua rivalidad con Keynes.
Von Hayek tenía ideas extremas; por ejemplo, pensaba que cuando “se crea una dependencia tan grande del Estado, se nos convierte prácticamente en esclavos. Si el Estado debe tener tantos poderes, necesariamente deberá haber alguien que imponga los objetivos. Y aunque quisiera hacerlo de manera bienintencionada, al imponerlos a personas que no estarán de acuerdo deberá coaccionar y tomar medidas represivas en caso de que no acepten a la autoridad, y el dirigente se verá obligado a tomar decisiones ‘desagradables’. Así, los que llegasen al poder no serían los mejores, sino aquellos que estuvieran dispuestos a tomar estas medidas”.
Moreno sería el ejemplo. Aunque hay que aclarar que aun quienes más discrepan con el secretario de Comercio le reconocen que se trata de una persona que nunca ha tenido una denuncia por corrupción, y que trabaja incansablemente haciendo lo que él cree que es útil.
En otra escala, Chávez me dejó una sensación semejante. No parece una mala persona, sino alguien embriagado de cierta locura. Von Hayek llamaba a esa certidumbre absoluta “la fatal arrogancia”.
Durante mis cinco días en Venezuela, escuché a Chávez hablar por todos los medios de comunicación sin parar, con un histrionismo maníaco y una pulsión oral avasalladora. En varios de sus discursos de la semana pasada, citó a la batalla de Carabobo, la más importante de la independencia venezolana, donde en 1821 Simón Bolívar logró derrotar definitivamente a los españoles en su país. Movido por su vehemencia, hice un alto para visitar Carabobo y tratar de comprender. Recorriendo minuciosamente la infancia y juventud del presidente venezolano pude profundizar la tesis de Pacho O’Donnell en PERFIL sobre la identificación de Chávez con Bolívar .
De joven, Chávez era tímido y se la pasaba leyendo libros de historia. Así como el Quijote de Cervantes se creyó caballero de tanto leer libros de caballería, pudo Chávez, leyendo libros sobre Bolívar, identificarse extremadamente con éste. Si ese diagnóstico fuera correcto, tendría que haber sustituido al enemigo de Bolívar, la España de entonces, por otro actual: Estados Unidos, o directamente el capitalismo.
Al analizar el socialismo del siglo XXI de Chávez, se puede percibir que se trata de una cuestión emocional y no económica, porque no produce ningún cambio sustancial sobre su objetivo de distribuir mejor la renta, sino que logra todo lo contrario. Al analizar la economía argentina actual, también se podría decir que, pasados los años de la recuperación post crisis, hemos llegado al punto en el que los beneficios del crecimiento y los aumentos de salarios son neutralizados por la inflación, con el agravante de tener ahora –además– los costos de la inflación.
García Márquez comienza El general en su laberinto con una cita del propio Bolívar: “Parece que el demonio dirige las cosas de mi vida”.