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Aquellos eran los días

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Contra Alberto. CFK busca deslegitimar a quien la empuja a la marginalidad. | senado

La tribuna es descomunal, larga, demasiado extensa, y no se encuentra su final. Los lugares ya no existen, más que los ya ocupados. En realidad esos mismos lugares son los de personas agrupadas que insisten en seguir escuchando el relato combinado de historia personal, historia del país y análisis político y económico, porque aquí las personas son lugares para depositar el sentido común kirchnerista. Indefectiblemente, a cada frase, su público responde con aplausos y sonrisas, porque con Cristina el mecanismo del oyente debe ser continuado con un proceso de afirmación y casi una risotada cómplice de quien escucha la revelación irónica de un proceso social complejo, reducido a sus distinciones clarificadoras. En ese acto colectivo repetitivo, siempre igual, siempre el mismo, casi conmemorativo, el kirchnerismo se reúne a tratar sus glorias pasadas y el tiempo que ya no podrá ser.

Al paso del tiempo, como aquello que construye lo posible y lo válido, se le presta muy poca atención. La insistencia en Cristina como una fuente constante de irritación sobre la gestión, supone, bajo esas condiciones, una relación solo presente con la realidad, en tanto solo serían relevantes, para el análisis político, los deseos individuales de una sola persona en todo momento que así lo desee.

Con esta gestión de análisis, la complejidad social quedaría reducida y abstraída a cada momento de intención, incluso sin prestar atención a los supuestos efectos reales o no reales de esa influencia. Martín Guzman estaría todos los días a punto de caer, igual que Alberto Fernández, pero en una concreción que nunca terminaría de suceder. En lugar de analizar el por qué de su insistente continuidad, se dedica tiempo a un nuevo cálculo futuro para volver a estimar el tiempo de una salida, y caída en desgracia, que nunca termina ocurriendo. Aquí falta algo más.

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Los momentos sociales no hacen otra cosa que expresar lo permitido, lo considerado correcto. Con la música popular esto es bastante evidente. En una entrevista increíble, los youtubers argentinos del programa Doble Bobina lograron hacerle decir al guitarrista Steve Vai cómo de un momento a otro, con la llegada del grounge en los años 90, pasó de ser el dios máximo de la guitarra a casi un villano odiado por las masas. También ocurre con los intelectuales. Nell Mclaughlin analiza en un paper brillante cómo el filósofo Erich Fromm pasó de ser una figura predominante, a convertirse en un intelectual expuesto al olvido y la marginación. Y la generación que hoy tiene entre 40 y 50 años puede hacer chistes fáciles y recurrentes con los jeans nevados y una moda que solo tuvo sentido en un tiempo antiguo. La sociedad es un enorme bloque de presión, que posee la capacidad descomunal de no ser detectada, mientras moldea cuerpos e ideas de una forma imparable. Algo de esto mismo rodea hoy a Cristina, porque su momento posible y válido, va quedando atrás.

El otro lado problemático de los análisis es sobre la figura de Alberto Fernández. Mientras Cristina sería la influencia total, Alberto funcionaría justamente como lo contrario, como quien no produjera absolutamente ninguna sustancia para algún tipo de modificación. Sus acciones serían en realidad las “no acciones”, la ausencia de movimientos y por lo tanto, la falta de impacto, y esto debe ser también revisado.

Nadie opera en la sociedad, con sus procedimientos, sin realizar una combinación paradójica entre actualización y diferencia. Quien hace algo, no deja nunca al mundo igual que antes. Aquel que produce una acción aceptada como válida por sus contemporáneos, es decir que se comporta de acuerdo a los parámetros esperables de lo normal, actualiza un estado determinado de su mundo contemporáneo, confirmando esa misma expectativa; pero al mismo tiempo, y paradójicamente, lo debe hacer produciendo una novedad, una diferencia. Solo las máquinas producen outputs iguales, de los mismos inputs; en cambio en la sociedad, solo se puede dialogar basándose en diferencias, es decir, si ambas partes acumulan discursos encadenando palabras y frases, que eviten la repetición. Justamente, los diálogos no se articulan siempre iguales, algo que queda claro con la mínima evidencia de que en cada charla, algo puede salir mal o no terminar del modo previamente imaginado.

Algo de esto Alberto le hace a Cristina, porque en su universo actual eso es hoy posible ya que la moda está de su lado. La invita a un diálogo en el que, al mismo tiempo que actualiza aparentes expectativas de ella, produce acciones (el no hacer algo, es una acción) que construyen un mundo de pasos, sin el molde de lo aceptado hace una década.

Progresivamente la influencia de Cristina va quedando fuera de zona y sus esfuerzos requieren de mayor exageración. Mientras una sola carta a la distancia, desde un blog sin estética moderna, tenía la capacidad de articular la potencia brutal de un cimbronazo, hoy es necesaria la escenificación de esos cuerpos en el espacio amontonados y sin aparente final. Cristina necesita ser específica, montar actos y aplausos, risas del público e intentar fabricar una arquitectura discursiva para deslegitimar a quien la empuja hacia un mayor espacio de marginalidad. De manera interesante, quien dice nada hace se va convirtiendo en un motor de expulsión sin pausa, aunque con movimientos de vaivén, hacia aquello que ya la moda actual no puede soportar. El tiempo de hoy es funcional a Alberto.

Nadie parece verlo. Esperando el desplome, no observan la producción social que se activa, incluso hasta de manera no buscada, con un mecanismo de ejecución del Gobierno que poco tiene que ver con las grandes discusiones entre partidos que se escenifican en el espacio público. Max Weber hablaba de las consecuencias no deseadas de las éticas religiosas en la forma de ordenar la acción en el mundo porque no todo es voluntad, no todo es a propósito, aunque de todo lo que se hace, algo se construya, y nadie mira, justamente, lo que hasta sin planificación, estaría generando Alberto.

Cambiemos por un lado, el kirchnerismo por otro, y Alberto solo, casi sin nadie, sobreviviendo sobre un tiempo que aunque parezca imposible, está más a su moda que a la de los otros. Cada día Cristina habla más en las universidades y en foros, justamente adonde van a contar sus anécdotas quienes ya no ocupan cargos, mientras el Presidente sigue haciendo, como siempre, casi todo lo que quiere.

*Sociólogo.