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SIN SANTOS

Creencias y elecciones

Las campañas se asemejan a prédicas teológicas para influir en el voto. El juego del "todo o nada".

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Macriavélico. | Pablo Temes

Gabriel Tarde fue un sociólogo francés que tuvo un rol marginal en el campo académico en sus días opacado por la figura de Emile Durkheim, uno de los fundadores de la sociología.

Tarde ofreció una perspectiva de la sociedad que hoy se comienza a revalorizar, esto es que las sociedades están fundadas en las creencias y en los deseos de sus individuos. Para el autor estas creencias son elaboradas socialmente y transferidas por imitación. Estos conceptos serían rehabilitados actualmente, pero ya no se hablaría de imitación sino de procesos de subjetivación, o como lo llamaría Pierre Bourdieu la construcción del habitus, esto es, lo social inscripto en el cuerpo. El habitus no funciona según las reglas de la razón, sino de “apuestas” que los actores hacen cuando toman decisiones, desde la más simple hasta las más complejas, por ejemplo a quién votar. Estas apuestas combinan razones, prácticas (acciones semiinconscientes), pero también emociones.  

Subjetividades. De eso se trata esta campaña electoral, de un choque de creencias completamente diferentes, sin puntos de encuentro, muy cerca de una puja religiosa donde no solo se trata de demostrar que un punto de vista es el verdadero, sino que hay que poner un gran empeño en demostrar que el contrario es falso.

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Mientras que en los años del kirchnerismo se buscó por aire, cielo y mar la construcción de una identidad propia, bajo los términos del “modelo” nacional, popular, inclusivo, etc., el macrismo ha sido, por el contrario, un hábil constructor del relato negativo, es decir la demonización del kirchnerismo y del peronismo en general. Para esto se ha desarrollado un sistema de calificaciones para imputarlo de falaz, mentiroso, tramposo, mafioso y otras adjetivaciones que fueron repetidas sin descanso desde el primer día que Macri ingresó en la Casa Rosada. El centro de estas críticas fue y es Cristina Kirchner, quien a cada paso genera torbellinos alrededor de su figura, y por esto aun después de cuatro años de macrismo, una de las principales razones que esgrimen los votantes de Juntos por el Cambio para votar la fórmula Macri-Pichetto es “para que no vuelva ella”, y la razón siguiente es para que Macri meta “presos a los otros”.

Se trata de un choque de creencias diferentes, sin puntos de encuentro

Si no hay Paraíso en la Tierra hay que inventarlo. Esa parece ser la consigna de la campaña del macrismo que construye subjetividad a cada paso, con un fuerte acento en lo visual, lo intuitivo y lo simbólico, fijando pocas palabras. La consigna es que el electorado ya no se detiene en largos discursos complejos y por eso hay que generar consignas simples y pegadizas (un problema disciplinar analizado por la economía de la atención), pero sin descuidar la autoafirmación en cada paso. Un ejemplo de eso es ese spot que se emite en estos días donde se repite doce veces la frase “haciendo lo que hay que hacer”, mientras se muestran rutas, y los relatores son “gente común” actuando esa frase. Ese es el relato unificador para los medios del siglo XX, radio y televisión, mientras que en las redes sociales se multiplican las microhistorias para adaptar esa simbología a segmentos específicos localizados mediante el cruce de diversas bases de datos.  

La contrafigura es la campaña de albertokirchnerismo que, por el contrario, busca afincar su argumentario en datos que muestren un estado maltrecho de la economía para explicar, a partir de ahí, un futuro dramático si Macri continuara en el poder. Sin embargo, Alberto Fernández tiene dificultades para convocar a la memoria del modelo nacional y popular, debido a que todo el tiempo le contraponen los cuestionados datos producidos en los dos gobiernos de Cristina Kirchner. El mejor ejemplo de esto fue el cruce en torno al déficit fiscal de 2015 entre Alberto Fernández y un reaparecido Nicolás Dujovne. Minimizados en sus días, los problemas del Indec a partir de 2008 cuando se comienza a cuestionar la calidad de los datos producidos por el Instituto resuenan en estas horas. Parte de las creencias que se cristalizan es que todo lo generado en aquellos años es falso, y eso obliga a Fernández a remontarse al período 2003-2007, donde la economía crecía a “tasas chinas”, pero no se debatían los datos.  

(S)elecciones. Pero no hay que engañarse pensando que los datos “hablan por sí solos”. Su selección e interpretación pueden ser tanto o más importantes que los números propiamente dichos. Para ver esto no hay que remontarse a la historia argentina sino a la forma en que se difundió el estimador mensual de actividad económica (EMAE) que dio el Indec esta semana. El promedio ponderado arrojó un aumento interanual de la actividad en el 2,6%. Esto fue motivo de festejos para el Gobierno y resaltado por grandes medios de comunicación después de doce meses de caída. Incluso se publicó la noticia acompañada por una foto de una fábrica automotriz. Sin embargo, cuando se mira el desagregado por actividad se observa que casi el 50% del crecimiento se debió al sector agropecuario, mientras que la industria manufacturera cayó un 6,5%, y el comercio mayorista y minorista 11,4%. ¿Cómo evaluar la noticia entonces? ¿No era más pertinente acompañar la información con una foto de un campo que de una fábrica? El experto en marketing electoral va a decir que nadie mira el desagregado y que con resaltar el promedio alcanza para convencer a la opinión pública de que ahora sí arranca la economía, los oficialistas dirán que lo bueno es que ahora el Indec dice la verdad, los opositores harán hincapié en que ese crecimiento no se ve en “la calle”.

Las creencias producen memoria y atención selectiva y refuerzan las creencias. Se construyen desde ahí mapas cognitivos que permiten a los agentes vincularse con el mundo y desarrollar sus prácticas. Se podrá objetar que hay quienes creen en otras posibilidades y aun quienes no creen en nada. Pero allí opera la polarización que induce a tomar partido, y si no alcanza funciona la normativa que obliga a elegir entre los dos candidatos más votados, y si aun así se vota en blanco o se impugna esos votos no son computados para el cálculo de los resultados. Como siempre el juego político argentino genera el “todo o nada”.

*Sociólogo (@cfdeangelis).