Si la transgresión se naturaliza y se convierte en ley, la Justicia como institución se pone a su servicio. Es decir, deja de velar por el cumplimiento de las leyes, normas y reglas de convivencia, se despreocupa por la vigencia de la equidad, protege al transgresor y deja librada a su suerte a la víctima de aquél. “Antes de la existencia de la ley no hay transgresión”, decía Thomas Hobbes (1588-1679), el filósofo inglés que con su extraordinario Leviatán sentó las bases del pensamiento político occidental. Esto significa que desactivar y desbaratar la ley nos devuelve a un estado tribal, en el que se impone el más fuerte, el más astuto, el más tramposo, el más egoísta, el menos cooperativo, el menos empático, el menos compasivo.
En la Argentina, esa hipótesis se ha ido convirtiendo en una realidad cercana y palpable. Se queman urnas y se pide, desde la cima del poder, que se respete esa quema como “voluntad popular”. Un presidente violó todas las reglas de tránsito (y muchas más en todos los órdenes) conduciendo una Ferrari a velocidades
prohibidas hacia Pinamar y el hecho fue festejado por la mayoría de la sociedad. Un gol con la mano se conmemora mucho más que otro tanto (en el mismo partido y a cargo del mismo jugador) que fue una obra de arte futbolística. Y su autor, transgresor serial y generador inagotable de actos irresponsables, es una figura de culto. Cualquier transgresor, en cualquier ámbito (política, deporte, farándula, música, conducta en la calle, etcétera) encuentra inmediatamente defensores capaces de promover piquetes, firmar solicitadas, engrosar ratings televisivos, escrachar a las víctimas o a quienes pudieran sancionarlo, todo en nombre de confusas concepciones de libertades y derechos creados al paso y caprichosamente. A la transgresión se la suele defender con prepotencia y hasta con violencia.
Cuando la transgresión se naturaliza y se convierte en ley, no hay ley. Sin ley no hay justicia. Sin justicia no hay convivencia posible. Sin convivencia no hay futuro. Todo lo consume un presente en el que urge desenfundar y disparar primero para no ser víctima de un transgresor más rápido y despierto. Cuando la
transgresión es la norma bajo la cual se vive, todo se puede.
El sábado pasado, el futbolista Carlos Tevez quebró la tibia y el peroné de un adversario (Ezequiel Ham) durante el partido entre Boca y Argentinos Juniors. La acción fue bastante más que “imprudente” (como rápidamente la calificó la corporación periodística, que salió en defensa del victimario). Fue evitable, irresponsable y nada inocente. Quien jugó al fútbol puede decirlo. Y quien juega profesionalmente debería hacerlo. Tevez no recibió ninguna sanción en ese momento (el juez miró hacia otro lado ante la transgresión de la ley deportiva), mientras el relator de la televisión defendía, sin el menor rubor, al victimario con la impresentable excusa de que se le había “enganchado la media”. La transgresión estaba doblemente validada. Y cuando el transgresor se fotografía en Twitter con su víctima, queda consagrada.
Tevez jugó en las grandes ligas europeas, jugó y juega en la selección argentina en torneos internacionales. ¿Por qué no protagonizó nunca un episodio como éste en aquellos escenarios y sí en la Argentina a pocos meses de haber regresado? Porque aquí puede y allá no. Como pueden tantos de sus colegas que, cada vez más, apelan a codazos, planchazos, patadas, fingimientos y demás transgresiones (cada día más brutales) que no reciben sanción ni adentro ni afuera de la cancha, sino que son aceptadas, celebradas y estimuladas. Son lo normal. Desplazaron a la ley, tomaron su lugar. Y si Tevez fuera sancionado “de oficio”, eso se considerará, muy posiblemente, una “injusticia”.
¿Por qué se queman urnas y se pide que se acepte el resultado eleccionario como normal? Porque se puede. ¿Por qué un vicepresidente sospechoso de delitos sigue en ejercicio y representa al país en eventos en el extranjero? Porque se puede. ¿Por qué se pierden vidas de a miles en las rutas debido a maniobras prohibidas, consumo de alcohol y velocidades no permitidas? Porque se puede. ¿Por qué el narcotráfico se extiende como una mancha mortal sobre el país? Porque se puede. Y se puede porque una masa crítica de la sociedad ha pactado vivir así. Aunque eso acorte y empeore la vida de todos y cada uno.
*Escritor.