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Del por qué de las estatuas

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| Cedoc

El gran invento de Rodin fue dotar de subjetividad a la piedra vertical. Antes, la estatua y la escultura eran lo mismo. La fotografía liberó a la pintura de copiar la realidad, y la escultura comenzó a ser la virtualidad del espacio percibido en movimiento. A la escultura hay que rodearla para ver cómo funciona; a la estatua se la mira de frente; está allí para increparnos (es ella quien nos mira y no nosotros a ella) y se emplaza en sitio público para vigilar una polis. 

Toda representación surge de una extraña relación con la muerte. Como señala Eduardo del Estal en su artículo Las edades de la mirada, “El culto de los antepasados exigía que sobrevivieran en Imagen y administrar la Imagen de los muertos es el comienzo de la política. La muerte es el primer misterio, la experiencia del poder invisible en lo visible. El cadáver provoca el sentimiento original que regirá a la producción icónica. El muerto no es un ser vivo pero tampoco es una cosa, es una presencia-ausencia, un sujeto en estado de objeto. Los soportes de las obras primitivas, hueso, cuero, sangre, son materiales extraídos de la muerte.”

No es casual que Duhalde sea el presidente sin estatua. La política lo ha dejado vivo, vivísimo, al costado de cada acontecimiento insólito, y de ser el vicepresidente de Menem pasó a ser (en el imaginario estatuario de una patria paralela) el bomberito de la crisis. Si bien las estatuas de bomberos abundan (hay una en cada) Duhalde sigue sin ser representado: es porque su propia vitalidad sobrevive al régimen estatuario. 

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Pero hubo en la historia, después del orden que buscaba al ídolo como pacto de piedra entre la muerte y nosotros, un período colorido y sensacional; se lo llamó “arte”. En su “grafosfera”, la representación es una sustitución del ídolo por otra cosa. Pero el arte –por motivos como autorreferencialidad y mercado– también ya habría dado lugar a la edad siguiente, una temible: es la edad de lo visuátil. El paradigma ya no es piedra ni obra de arte material, sino píxel: la estimulación del ojo por medios intangibles, la imagen que en vez de recibir luz porta luz propia. En lo visuátil, la imagen nos irradia, nos invade. No nos interpela ni nos vigila, sino que crea la luz en cuyo seno seremos visibles entre nosotros.

Además de la pérdida de peso que va de la estatua al cuadro y de allí al videoclip o el tuit, también se pierde significación. 

¿Qué busca Duhalde cuando afirma y desmiente un golpe militar y ve un río de peces en Olivos? ¿Busca medir la pileta para que algunos den el salto, busca cientos de likes, busca unir la defensa de la patria, busca sus lentes de contacto? Quizá sólo busque ser luz que ilumine una época pavota en la que extrañamos con nostalgia aquellas representaciones del noble arte con las que nos sentíamos plenamente humanos, decidiendo con libertad cómo construir un diálogo íntimo y personal con nuestro miedo a la muerte.