La maratón de la impactante serie en la que Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner pujan en público y privado por mostrar quién tiene la sartén por el mango en el Gobierno, mientras la sociedad los castigó en las urnas y asiste impávida a la pelea en medio de una crisis angustiante, ofrece cada día nuevos y atrapantes capítulos.
Ahí está por caso el desembarco a todo galope en la Jefatura de Gabinete del gobernador tucumano en uso de licencia, Juan Manzur. Con tantos alias en su haber como cargos en la política, Manzur intenta por estas horas mostrar sus dotes de gestión.
Desde Tucumán nos advierten a quienes nos tentamos con el porteñocentrismo para explicar la Argentina que no cedamos a la misma tentación de siempre: dejarnos engañar por espejitos de colores. Algunas de esas alertas hacen recordar a los y las que compraron a un Néstor Kirchner progre en la campaña electoral nacional 2003, que contrastaba con su despotismo corrupto en Santa Cruz. No fue nuestro caso. No es nuestro caso.
Perdón la digresión. Ya nos ocuparemos de Manzur próximamente.
En el mismo local de fantasías animadas se pueden encontrar las figuras de Aníbal Fernández y Julián Domínguez, que vuelven a ocupar sitios donde ya pasaron sin lucirse. Hay que reconocerle a Aníbal F dotes respondedoras de las que carece el resto de sus pares, nuevo jefe de Gabinete incluido, como ya se puso en evidencia.
Los desembarcos no acallaron las internas. Martín Guzmán explicando por qué le dice a Cristina que no tiene razón. El ministro de Trabajo albertista, Claudio Moroni, argumentando por qué Wado de Pedro debería haberse ido. El ministro bonaerense y líder de La Cámpora, Andrés Larroque, planteando por qué Nación debe dejar de ser amarreta… Y así se podría seguir un largo rato.
Que los árboles no nos tapen el bosque. Más allá de designaciones e internas donde Cristina impuso su criterio de acelerar cambios y darle a la gestión “volumen político” (concepto parido por algún cráneo oficialista que encima cobra), el eje de disputa es quién tiene el poder.
La vicepresidenta intenta marcarle el rumbo al Presidente todo lo que puede, como lo describe Beatriz Sarlo en esta edición de PERFIL. Su piso y su techo de autoridad están casi al mismo nivel, porque la lapicera de los decretos la sigue teniendo Alberto F. Y él, amén de algún rapto de valentía y rebeldía, trata de llevar la gestión con dobleces pero sin rupturas. Habrá que ver qué pasa el 15-N.
De los dolores de no tener el poder los podría aleccionar Ricardo Lorenzetti, quien hace un mes se veía volviendo a reinar en la Corte Suprema y hoy sangra por la herida tras la entronización de Horacio Rosatti.
Tras presidirla durante doce años, en los que no tuvo pruritos para personalizar la conducción y manejar los vínculos extrajurídicos con Comodoro Py, Lorenzetti se indignó por mail con sus pares. No es la primera vez que el juez deja por escrito su furia. Parece, pero esto no termina acá.