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El profeta angustiado

Roth se convirtió al catolicismo sin dejar de ser un judío huérfano y un paria politico.

16-4-2023-Logo Perfil
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Edgardo Cozarinsky empieza sus Variaciones Joseph Roth con un epígrafe que cita otro epígrafe. Dice así: “A mode of truth, not of truth coherent and central but angular and splintered. De Quincey, citado por Borges, epígrafe de Evaristo Carriego”. No sé cómo traducirían Borges o el mismo Cozarinsky ese modo de la verdad “angular and splintered”, pero es cierto que el libro parte en busca de verdades fragmentadas e incómodas.

Las Variaciones iluminan la vida, la obra y, muy especialmente, las contradicciones de Joseph Roth, el escritor que fue comunista y monárquico, ruso y vienés, judío y católico. En sus últimos años, en medio de la desesperación por el devenir del mundo, Roth se convirtió al catolicismo sin dejar de ser un judío huérfano y un paria político que, desde el fin del imperio austrohúngaro, veía venir  el advenimiento del demonio bajo la forma del nacionalismo. Cozarinsky cita a Franz Gillparzer (1791-1872), a quien Roth citaba: “de la humanidad, por la nacionalidad, a la bestialidad”. 

Aterrorizado por los nazis, Roth tampoco se sentía cómodo con los sionistas: “un sionista es un nacionalsocialista y un nacionalsocialista es un sionista; existen entre ellos relaciones de todo tipo”. Cozarinsky se pregunta si Roth “sabía que en 1938, el Tercer Reich promovería la inmigración de judíos a Palestina”. Claro que la Shoah cambió la perspectiva, pero agrega que el Roth, muerto en 1939, tampoco alcanzó a ver “la realización del ideal sionista del que desconfiaba: bajo una corteza formal de ‘democracia’ (partidos políticos, elecciones, parlamento), un Estado teocrático, segregacionista, expansionista.” 

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En tiempos del terrorismo islámico y un renacido antisemitismo, Cozarinsky asume una postura combativa y habla de “la expulsión por la violencia armada de medio millón de palestinos, víctimas de una ‘limpieza étnica’ en profundidad”. Es la posición de buena parte de la izquierda radical, pero su texto adquiere otro interés al conectarse con una parte olvidada de la historia del judaísmo, truncada por el Holocausto pero fundamental en los libros de Roth: la de los “judíos del Este”. Desde allí formula la hipótesis de que “algunos de los lectores más fieles de Roth, los que han creado un culto alrededor de sus vida y su obra, son judíos orgullosos de haber elegido como única pertenencia una diáspora”. Esa filiación deslegitima la automática asociación entre los judíos y el Estado de Israel y hace de Roth el adelantado de una posición contraria a la del sionismo actual. El argumento de Cozarinsky me interpela. Como él, soy descendiente de judíos de la diáspora que nacieron en la pobreza del Este europeo y se terminaron adaptando a un país lejano. Nací en 1951, cuando el sionismo seguía siendo, sobre todo, una discusión entre judíos, muchos de los cuales no aceptaban a Israel como patria. Al evocar la nostalgia de Roth por lo que nunca fue del todo (un Emperador que protegía a sus minorías étnicas), al advertir que las tenues relaciones entre todas las cosas se van perdiendo en la noche del fanatismo, necesito recordar que mi familia materna estaba compuesta por esa clase de judíos que hoy parece inexplicable: la de los que no eran parte de una religión ni de un Estado. El Roth de Cozarinsky sería entonces el líder secreto de una tribu sudamericana.