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Elecciones de literatura (5)

Literatura y lectores 20220201
Literatura y lectores | Agencia Shutterstock y Cedoc Perfil

Toda lectura es efecto de una nostalgia sin fundamento, y por eso más verdadera. El dolor psíquico es una pirámide inmensa, pero invertida: uno observa como superficie inabarcable sus cimientos, pero el sostén es un punto ínfimo. Salvo que existan causas reales, si alguna vez las hay, y esas son trágicas o son innombrables.

No sigamos por aquí. No nos conduce a ninguna parte (¡Qué bueno!)

¿Había mencionado a Roland Barthes, la vez anterior? ¿Fue el propio Pauls, mencionado en la columna anterior, quien señaló alguna vez –¿dónde, dónde?– que el sistema de análisis (insoportable) del libro académico del francés, S/Z, era una extenuación de la lectura genial y burlona que hace Borges en uno de sus textos de juventud –¿cuál, cuál?– donde  analiza palabra a palabra el párrafo inicial del Quijote? Cortado el flujo natural de la frase y aplicada una hermenéutica, la literatura se vuelve cábala y ya no hay dicha ni olvido ni, en el fondo, lectura, sino solo mística, ritual, sentido (Y no creo que a un Dios creador le cayeran muy simpáticos los cabalistas, que quieren aplicar su metro de sastres de la eternidad a la Obra.) Así, escribir puede ser demorar, no detenerse.

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El recuerdo de libro no es idéntico a la capacidad de citarlo

Quizá ya sea hora de regresar al punto inicial. Qué efecto de lectura me produjo, hace poco más de un mes, y después de cuarenta años de visitarla mentalmente en los palacios de mi memoria, Ada o el ardor, de Vladimir Nabokov.

Pero antes habría que señalar que el recuerdo de un libro no es idéntico a la capacidad de citarlo. La transcripción de un párrafo ajeno, su enunciación verbal o su reproducción textual, es muestra de oportunidad o de virtuosismo nemotécnico. El ejemplo más destacado (y también, tal vez, el más penoso) consta en el Borges de Bioy, cuando estos dos van deslizándose como payadores, verso a verso, de cita en cita, como memoriosos fanfarrones que no pueden resignar la última palabra. En cambio, recordar un libro es desplazarse en pensamiento por la montaña rusa de una trama o ver el dibujo total, el arco de una vida o de un destino, lo que desde luego incluye sus singularidades estilísticas. Esa visita memoriosa es siempre feliz, porque extrae de su acto la esencia misma del momento en que la lectura nos hizo dichosos.