COLUMNISTAS
ÉXTASIS MILEI

Elogio y crítica a la locura y la ira

(Primera parte)

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Ramiro Marra, el otro referente mediático de los libertarios después de Milei, me dijo ayer en Radio Perfil: “No es el teorema de Baglini sino el teorema de Milei, se acercan a nuestra ideas porque estamos cerca de la Rosada. Nosotros estamos en el mismo lugar siempre, pero como ahora todos se quieren acercar, parece que nosotros nos estamos moderando. No cambiamos nuestras ideas, se adaptan a lo que nosotros planteamos”.

Lejos en mi caso de querer acercarme al pensamiento libertario, debo tratar de entender tanto a la sociedad que votó por ellos como sus motivaciones, que me resultan tan lejanas. 

En Santa Fe, antes de ayer, tanto el actual gobernador, Omar Perotti, de Unidos por la Patria, como quien tiene más posibilidades de sustituirlo, Maximiliano Pullaro, de Juntos por el Cambio, dijeron que en un ballottage al que su coalición no llegara, antes de votar por la coalición oponente votarían por Milei. 

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¿Por qué dos políticos sensatos y expertos votarían por alguien que por lo menos resulta una apuesta impredecible? ¿Tanto se odian mutuamente al punto de preferir al antisistema, con su propio riesgo de extinción, que a su adversario histórico? ¿Son ellos mismos una foto anticipada de lo que peronistas y antiperonistas votarían en un eventual ballottage, siempre a Milei y no al candidato de centro que les compita?

Lo que Ramiro Marra llama teorema de Milei es lo que la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann llama el efecto carro del triunfador, descripto es su libro La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social. “Esta espiral se basa en que la opinión dominante o percibida como vencedora genera un efecto de sumisión por parte de la población dominada, la cual observa cómo su propia opinión se ve ensombrecida por la opinión mayoritaria. Afirma que la adhesión a las grandes corrientes de opinión es un acto reflejo del sentimiento protector que confiere a la mayoría y el rechazo al aislamiento, al silencio y a la exclusión. Define que los individuos tienen un sentido perceptivo de evaluación del ambiente ideológico, de las modas de opinión y de los valores minoritarios y mayoritarios”.

La espiral de silencio se va construyendo por la progresiva reducción en la agenda de los medios de las perspectivas derrotadas y la sustitución por la perspectiva dominante. La teoría del encuadre o de los marcos que colocan los medios a modo de ventana por los cuales la sociedad puede ver su exterior. Y por temor a la exclusión las personas reprimen su ideas que contradicen la perspectiva dominante.

La última columna, del domingo pasado, titulada “Teleología Milei”, fue el prólogo de esta de hoy y mañana en la búsqueda de comprender el papel social que cumple Milei, más allá de sus propias intenciones y conciencia. Cuál es el fin de su erupción en el campo político y la eventual deconstrucción del sistema de coaliciones que implicaría su triunfo. En síntesis: para qué le sirve a la Argentina, asumiendo que las cosas son por y para algo.

En ese recorrido, que no se agotará en estas dos columnas, deseo poner foco en dos atributos que repetidamente se mencionan sobre Milei y son parte de sus características más destacadas: la locura y la ira. Y con respeto por quienes lo votaron, explorar el componente positivo que también tienen la locura y la ira y que pudiera haber motivado su voto. 

En la historia de la filosofía, tanto la locura como la ira son ambivalentes. Para Platón, en Fedro, había dos tipos de locura, la del cuerpo y la del alma, el primer modo como enfermedad y el segundo como “agente de bendiciones” porque “solo en estado de delirio se puede componer gran poesía”.

Esta última forma de locura era asimilable al éxtasis y al entusiasmo que encuentra el creador cuando está inspirado por algo que viene de afuera y toma “posesión” del adentro. Platón, en el “Segundo discurso de Sócrates” en Fedro, define esa locura como endiosamiento, el alma se encuentra en trance, fuera de sí, como si su sede estuviera en la divinidad, una locura inspirada por los dioses. Y se puede expresar de cuatro formas: la profética (adivinación), la ritual (religiosa), la poética (creativa) y la amorosa, cuyo objeto no solo podía ser una persona sino el conocimiento, la verdad y cualquier otro referente de la belleza.

El padre del empirismo inglés, John Locke, admitía que para buscar la verdad hay que tener amor por ella pero advertía sobre el entusiasmo que no se atiene a la razón y produce “opiniones extrañas y extravagantes”. Y Leibniz escribió que ese entusiasmo “es el nombre que se da al defecto de quienes imaginan una revelación inmediata cuando esta no está fundada en la razón”. 

También es ambivalente la relación de la locura con la razón. De forma relativa, la razón mide a la locura pero también la locura mide a la razón. La locura no es completamente independiente de la razón.

En la locura buena, el loco está alado, fuera de sí, elevado por encima de sí, a diferencia de la locura del cuerpo como simple enfermedad, a la que se le atribuía estupidez e idiotez.

Aristóteles continuó a Platón diciendo que la locura (bilis negra), cuando se la tienen en proporción conveniente, es la base fisiológica del genio pero cuando se la tiene en exceso, es la base fisiológica del loco, lo que hoy se considera como psicosis.

Giordano Bruno definía el entusiasmo de la locura como “furor heroico”, en contraste con los entusiastas poseídos por un espíritu divino, que puede ser religioso pero también pseudocientífico, quienes tienen la pretensión de obtener conocimiento y certidumbre en asuntos en los que no se pueden dar pruebas.

Nuevamente las dos caras de la locura: por un lado, mientras la razón ve las cosas como son, el loco en su borrachera las ve como quiere que sean; y por el otro, “no hay ética posible sin una cierta cantidad de entusiasmo”, escribió el filósofo Diego Ruiz.

En su Elogio de la locura, Erasmo explica que sin locura no hay posibilidad de un vivir ni pensar sano porque la locura permite volver a la simplicidad. Sin locura no habría deseo de gloria, ni arte, ni tampoco ciencia y, obviamente, tampoco amor. “Los dioses relegaron la razón a un rincón del cerebro y las pasiones imperan en el resto del cuerpo” y agrega: “La vida está hecha de tal modo que cuanto más locura se pone en ella, más se vive” porque “los locos tienen la cualidad inapreciable de ser francos y verídicos, y no hay nada más bello que la verdad” y “hay que volverse un poco loco para hallar la verdadera sabiduría”.

Michel Foucault le dedicó dos tomos a su Historia de la locura en la época clásica, donde escribe: “La locura fascina porque es saber (...) el saber de lo prohibido atrae, hace que las personas se diviertan y regocijen; en ella todo es superficie brillante”, por lo que en la Edad Media se colocaba a la locura en la jerarquía de los vicios. Foucault relaciona el clima posterior al encierro por peste con el surgimiento de las primeras instituciones que encerraban a los locos como si fueran contagiosos. No están lo suficientemente estudiadas las consecuencias emocionales que dejó el encierro por el covid, quizá también pueda llegar a tener algún factor potenciador de la emergencia del significante motosierra de Milei. En la pospeste de la Edad Media la pobreza era “una falta contra el orden público” y en la París de 1606 un decreto del Parlamento ordenó que los mendigos fueran azotados en la plaza pública (¿los planeros?).

“La locura y la sabiduría son vecinas cercanas, no hay más que media vuelta de la una a la otra”, escribió Pierre Charon. Quizá muchos votantes de Milei no hayan pensado en las verdaderas posibilidades de éxito de las propuestas de Milei sino, como le hizo decir a la locura Erasmo en su elogio, “en las grandes cosas, es suficiente intentarlas”. Y el propio Milei, ¿no teme no poder implementar sus promesas y fracasar? Quizás en su locura haga propios los versos: “Yace aquí Hidalgo fuerte/ que a tanto extremo llegó/ de valiente que se advierte/ que la muerte ni triunfó/ de su vida con su muerte”.

La justificación predominante del voto por Milei es el enojo, la bronca. Mañana continuamos con la otra pasión: la ira, la cual, aunque resulte contraintuitivo, también tiene sus aspectos positivos.

 

Continúa mañana: Elogio y crítica a la locura y la ira (Segunda parte)