COLUMNISTAS
ÉXTASIS MILEI

Elogio y crítica a la locura y la ira

(Segunda parte)

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Viene de ayer la primera parte: Elogio y crítica a la locura y la ira

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La columna de ayer comenzó con Ramiro Marra, el otro referente mediático de los libertarios después de Milei diciendo el viernes en Radio Perfil: “No es el Teorema de Baglini sino el Teorema de Milei, se acercan a nuestra ideas porque estamos cerca de la Rosada. Nosotros estamos en el mismo lugar siempre, pero como ahora todos se quieren acercar, parece que nosotros nos estamos moderando. No cambiamos nuestras ideas, se adaptan a lo que nosotros planteamos”.

Se recordó que lo que Ramiro Marra llama Teorema de Milei es lo que la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann define como el “efecto carro del triunfador” descripto en su libro La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social. Cuando “la opinión percibida como dominante ensombrece la propia opinión como acto reflejo del sentimiento protector que confiere a la mayoría y el rechazo al aislamiento, al silencio y a la exclusión”.

Se mencionó también que la columna del domingo pasado titulada “Teleología Milei” fue prólogo a esta de hoy y de ayer en la búsqueda de comprender el papel social que cumple Milei más allá de sus propias intenciones y consciencia. Cuál es el fin de su irrupción en el campo político y la eventual deconstrucción del sistema de coaliciones que implicaría su triunfo. En síntesis: para qué le sirve a la Argentina asumiendo que las cosas son por y para algo.

Que los dos atributos que repetidamente se mencionan sobre Milei y son parte de sus características más destacados son la locura y la ira, y con respeto por quienes lo votaron, explorar el componente positivo que también tienen la locura y la ira y pudieran haber motivado su voto. Ayer fue el turno de la locura y hoy el de la ira, la cual, aunque resulte contraintuitivo, también tiene sus aspectos positivos y fue, en forma de enojo y bronca, la justificación predominante del voto por Melei.

El libro Elogio della rabbia de Salvatore La Porta se presenta defendiendo a la ira de su mala prensa: “No debería ser así, la ira es un sentimiento luminoso, lleno de coraje, de esperanza, que ha permitido a los pueblos oprimidos conquistar la libertad, a hombres y mujeres que crecieron en los confines del mundo para convertirse en santos, artistas, presidentes y miles de personas dispuestas a dar voz, cada día, a su protesta de amor”. Salvatore La Porta define a la ira como arma en la defensa y reconquista del futuro pero siempre que sea bajo la bandera de la justicia y no del abuso.

La mala prensa de la ira deviene de cuando se expresa como pasión negativa que en forma de cólera amenaza con destruir todo y tiene uno de sus primeros testimonios en la Ilíada, que comienza así: “Canta, oh diosa, la ira funesta”. Menis, la ira en griego, cólera que mata y aparece ya en el primer párrafo de la Ilíada, junto a orge, sinónimo de ira, atraviesa toda la tragedia griega de Edipo Rey de Sófocles y Medea de Eurípides, siendo la portadora de desventuras que lleva a la ruina.

Pero frente a la incontrolable desmesura de Aquiles en forma de locura furiosa y autodestructiva en la Ilíada, se opone el valor sacro de menis, la ira, como una reacción justa frente a una ofensa del honor injusta, una reacción que por ser éticamente motivada se debe ejecutar como orgullosa reivindicación del sujeto o el grupo consigo mismo.

La ira es una pasión más occidental que oriental, el budismo o el taoísmo la rechazan y para su ideal de serenidad  toda ira resulta viciosa. Más allá de la furia de los dioses y héroes griegos, la ira es un componente de la religión occidental. Dios muestra sin inhibiciones su furia en la Biblia y el propio Jesús con un látigo de cuero azotó a los mercaderes que vendían animales e intercambiaban monedas en el templo ofendiendo su carácter sacro.

Santo Tomás de Aquino distinguía entre la ira buena y mala, la virtuosa tiene su génesis en una objetiva indignación frente a un ultraje manifiesto, mientras que la ira mala es aquella que surge de la venganza. “La ira justa se levanta contra el pecado, la ira mala se levanta contra el pecador”. La ira frente a la avaricia promueve justicia social.

Aristóteles también distinguía entre la ira virtuosa y la defectuosa que surge de la “precipitación iracunda que impide el recto juicio cuando –por ejemplo– los siervos se apuran a ejecutar la orden antes de escucharla por entero”. Esa furia contamina y deforma el castigo.

Como vimos ayer con la locura, la ira es una pasión ambivalente, puede ser una noble expresión de grandeza cuando se ejerce frente a un poder superior, o un rapto de sí mismo, un arrebato en forma de furia inconsistente cuando es contra el más débil. La ira es un componente que en su medida justa no debe faltar pero en exceso puede ser letal. La capacidad de sentir ira frente a una gran injusticia es un atributo ético esencial del ser humano e, incluso, fundamental para sobrevivir. Una tolerancia sin límites no solo invita al mal a los malvados sino también a los buenos.

La ira es buena o mala en cuestión de grado y contrasta con otra pasión: la envidia que en ninguna proporción es útil y será siempre negativa o venenosa tanto para quien la ejerce como para quien la recibe.

La ira es uno de los siete pecados capitales en La divina comedia Dante Alighieri ubica a los iracundos en el quinto círculo del Infierno, inmersos en el fango de su propia rabia e injuriándose mutuamente.

La ira es positiva como reacción útil frente al ultraje en búsqueda de reparación pero si se convierte en una indignación permanente, termina siendo una pose falsa. Para que la ira sea una acción liberadora también el sujeto debe ser capaz de liberarse de ella y ponerle fin. Por el contrario, la indignación permanente es una forma de retórica común y abusada en todo el mundo por los coléricos antidemocráticos que viven golpeándose el pecho. 

Son receptores de esos mensajes quienes sienten miedo y tristeza. Aristóteles relacionó la ira con la tristeza y Adam Smith en su primer libro Teoría de los sentimientos morales escribió: “Dominar la cólera resulta no menos generoso que dominar el miedo”. El patriarca de la economía escribió antes sobre la naturaleza humana para recién diecisiete años después desarrollar su teoría económica en su canónico libro La riqueza de las naciones. La relectura de un párrafo de Adam Smith puede ser especialmente para los libertarios: “Por más egoísta que pueda suponerse el hombre, es evidente que hay algunos principios en su naturaleza que le interesan en la suerte de los demás y le hacen necesaria su felicidad, aunque no deriva nada de ello, excepto el placer de verlo. De este tipo es la piedad o la compasión, la emoción que sentimos por la miseria de los demás, cuando la vemos o se nos hace concebirla de una manera muy viva”.

Una hipótesis plausible es que el voto a Milei de casi el 30% de los votantes haya tenido entre su múltiples mensajes el de la ira buena, aquella que frente a una injusticia precisa ofuscarse y golpearla en la cara al culpable simbólico para hacerlo reaccionar siendo como dice el dicho latino “ira brevis furor”,  y cumplido el objetivo de haber hecho llegar el mensaje, volver a la normalidad. 

Hay que recordar que en el quinto círculo del infierno de La divina comedia donde se destinaban los iracundos se distinguía a los violentos de los violentos contra sí mismos, los suicidas.

Persistir en la prepotencia, arrogarse la condición de ser jueces de lo propio que lo incumbe, ignorando todo el resto, con una óptica trastocada, enceguece tanto el ojo de la razón como el del corazón y degenera en exceso.

Aquellos que quieran castigar justamente a los dirigentes que contribuyeron o tuvieron la responsabilidad de no impedir la decadencia vale mencionarles lo que Aquiles de Tarento dijo a quien lo había decepcionado: “Te castigaría gravemente si no estuviese furioso contigo”. Hay que esperar que la furia cese para ser justos.

Esa rabia mezquina termina conduciendo al alma a la frustración, a la repetición del desacierto, ofusca y con la mirada enturbiada, atrapado por el rencor y el resentimiento, elige lo que cree un camino distinto sin descubrir que, en esencia, repite el mismo de forma más agravada.