Apunten, disparen, fuego. Ahora que a la velocidad de la luz buena parte del kirchnerismo, empezando por la Presidenta, se ha cristianizado, es hora de fusilar mediática y políticamente a Horacio Verbitsky, el principal fiscal periodístico de Jorge Bergoglio.
Desde hace años, el periodista de Página/12 y presidente del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), insiste con que el ex arzobispo de Buenos Aires y actual Papa “entregó” a dos sacerdotes de su orden jesuítica durante la dictadura militar, quienes fueron secuestrados y luego liberados. El ascenso a lo más alto de la cúpula católica del protagonista potenció ahora aquella denuncia, por la que incluso Bergoglio declaró ante la Justicia como testigo, no como imputado.
Además del rechazo que generó esta acusación en referentes de los derechos humanos –como Alicia Oliveira y el Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel–, esta semana uno de los dos curas “entregados” (el otro ya falleció) salió a desmentir a Verbitsky. A través de un comunicado lanzado por los jesuitas alemanes, tras una negativa anterior algo más ambigua, Francisco Jalics terminó por expresar que “el padre Bergoglio no denunció a Orlando Yorio ni a mí”.
Al revés del patético “panquequismo” de ciertos referentes cristinistas, “el Perro” Verbitsky siguió ladrando. Tomó la desmentida de Jalics como un novedoso cambio de posición respecto de lo que el religioso habría expresado mucho antes de que Bergoglio mutara en Francisco. Una colega a la que admiro y respeto me contó que ella también había sido depositaria de las sospechas que tenían Jalics y Yorio sobre el Papa, pero que veía que no estaban del todo sustentadas. Ella y el propio Verbitsky refieren que Bergoglio siempre contó lo mismo sobre aquellos hechos en la dictadura.
Hace una semana, en una columna similar a esta (http://e.perfil.com/papa_astiz) se criticaba la exageración verbitskyana de, en un plano simbólico, casi igualar a Bergoglio con el represor Alfredo Astiz. También se lamentaba allí que el Perro no fuera igual de exigente respecto de lo que habían hecho durante la dictadura algunos personajes visibles del oficialismo (como Néstor y Cristina Kirchner, Héctor Timerman o Eugenio Zaffaroni) y él mismo, que luego de su paso por inteligencia de Montoneros trabajó en la confección de un libro editado por la Fuerza Aérea.
No es su único claroscuro, como ocurre con cualquier ser humano. En los 90 fue un implacable periodista de investigación, referente ineludible para los que comenzábamos en el periodismo, y un tenaz defensor de los derechos humanos desde el CELS. Tuvo un efímero romance político con el aún más efímero Adolfo Rodríguez Saá en la semana de los cinco presidentes, en diciembre de 2001. Y pasó de considerar a Kirchner lobbysta de Repsol a destacadísimo presidente (aunque él prefiere a Cristina). Desde el CELS, defendió a Jorge Fontevecchia y a Héctor D’Amico de un insólito juicio impulsado por Menem (ganado recién en la Corte Interamericana de Derechos Humanos) y fue un factor clave para la despenalización de las calumnias e injurias para los periodistas. Sin embargo, fue un factor de fricción para que una investigación del fallecido colega Julio Nudler, muy crítica con el entonces jefe de Gabinete Alberto Fernández, fuese inicialmente censurada en Página/12: Verbitsky denostó al director del diario por la medida y no sólo logró que se publicara, sino que además hizo una contrainvestigación para demostrar que Nudler –enfermo de cáncer– no había cumplido supuestamente con los cánones profesionales.
Más allá de la nueva recaída de egolatritis que ataca a muchos colegas, Verbitsky incluido, y de los vaivenes que tenemos todos (algunos, más) elijo destacar la tenacidad del Perro. Subirse al escrache al que se lo quiere someter sería hacer lo mismo que se reprueba de otros. Los que lo criticamos (y lo seguiremos haciendo) podemos defenderlo. Nadar contra la corriente es un camino incómodo, pero necesario.
*Jefe de Redacción de PERFIL.