Cuando desaparece el poder, como en el cuento de Cenicienta, los caballos se convierten en ratones y las carrozas en calabazas. Se esfuman los cortesanos que llegaron para aplaudir, alabar y colarse en las fiestas intentando presentarse a funcionarios que dicen después que nunca conocieron ni quisieron conocer.
José López trabajó durante 25 años con personas con mala memoria que, después de su arrebato, no se acuerdan siquiera de su rostro. Si Daniel Scioli ganaba las elecciones, seguramente el convento al que donó un vehículo para pasear a la virgen habría sido anfitrión de un asado muy festivo. Como perdió, hay gente perversa que les dice a unas ancianas que han pasado su vida en el claustro, que lo suyo fue una ilusión, que ellas no son monjas y que eso no es un convento. Cuando sus candidatos perdieron las elecciones los hábitos se convirtieron en disfraces, y nadie más es solidario con ellas.
Pasa algo semejante con funcionarios y personas vinculadas al gobierno anterior a los que se condena sin ningún trámite, mientras les niegan sus antiguos socios. Los nuevos héroes, fiscales de la moral pública, son delincuentes arrepentidos que persiguen a los vencidos y calumnian a quien pueden. Cuando los dirigentes permanecen mucho tiempo en el poder son víctimas del Hubris que estudió Owen. Terminan creyendo que forman, con otras celebridades, el grupo de amigos más importantes de la Tierra. No son conscientes de que quienes les piden su número telefónico quieren el teléfono del Presidente, no el de quien ocupa actualmente ese cargo. Cristina fue la mandataria que más se entrevistó con Bergoglio, almorzó con él antes de pronunciar su discurso con el que denunció en las Naciones Unidas que Estado Islámico pretendía asesinarla por su íntima amistad con el Papa, a quien seguía de país en país oyendo misa con sus seguidores y discípulos. Desde que dejó el poder, las entrevistas y las comidas con su gran amigo parecen menos frecuentes, probablemente se conforma con una misa semanal en El Calafate.
Las fantasías del liderazgo revolucionario mundial terminaron: no se habla de ella ni en los territorios del Califato ni en ningún otro sitio. Después de tanto protocolo y boato es difícil adaptarse a la vida normal. Los mismos discursos que intimidaban cuando se pronunciaban en la Casa Rosada lucen pobres en las gradas de Comodoro Py. El abogado de la Presidenta lanza andanadas de insultos y calumnias en contra de Margarita Stolbizer acusándola de que insulta y calumnia a su cliente, que siempre fue una mujer tan bondadosa y pacífica con sus opositores. Cuando eran muchos los jueces obedientes, el desparpajo asustaba, hoy resulta ridículo. Es necesario que pasemos a otra etapa de la historia, en la que aprendamos a respetar el honor de los demás, en la que quepa discutir sin descalificar, y los derechos humanos sean para todos, aunque sean antipáticos, atropelladores y nos parezcan inmorales.
El poder es gracioso. Cuando los poderosos salen de su contexto de fuerza sus símbolos majestuosos se desvanecen. En noviembre del 2006 viajamos con dos colegas a Montevideo para participar en un seminario. Cuando ingresamos al ascensor, un personaje llamaba la atención tanto por su vestimenta como por su cara de sorpresa y actitud recelosa. Uno de mis colegas me hizo señas y cuando reparé en el personaje, parecía ser el rey Juan Carlos de España. Le dije “hola, rey”, respondió desconcertado “hola”. Le pregunte que cómo le parecía la ciudad y pronunció una frase gentil con acento ibérico. Cuando llegamos a la planta baja lo recibieron autoridades y también las escoltas que involuntariamente lo habían dejado en nuestras manos. El poder es frágil.
*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino.