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Idas y vueltas

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CFK. Interviene mucho en Twitter pero hizo campaña con un libro. | TELAM

¿Volvió la política o nunca se había ido? ¿Es la novedad del momento? El regreso de la política fue título o tema de conversación durante la semana pasada. La hipótesis que sostiene tal regreso es que Cambiemos no hizo política, en el sentido en que su críticos la conciben. ¿No hizo política la UCR cuando se sumó al PRO? ¿No hizo política Carrió apoyando esa alianza, durante cuatro años, contra viento y marea?  ¿No hicieron política quienes buscaron los argumentos para defenderla en sus distritos? Si no fue política, ¿qué fue? Seguramente no fue la política que me gusta, pero mis preferencias no son universales.

Es mejor examinar las propias certezas y recordar que, durante años, a lo que sucede en las redes se lo llamó “nuevas formas de hacer política”, y que algunos celebraron la espontaneidad un poco rústica que muchos interlocutores de las redes ponían de manifiesto. Que, en ese mismo espacio virtual, se descalificaron los mensajes que los trolls de Marcos Peña escribieron con ahínco y mala puntería, como si, por su reiterativa simpleza, no merecieran el adjetivo de “políticos”.

O sea que política es la que me gusta y no es política aquella cuyas formas me parecen elementales, demasiado atadas a los mandatos de los especialistas en discurso o inclinadas a un seguimiento de la opinión pública definida por las encuestas y los asesores. Los especialistas en estudiar esas cosas ¿estaban perdiendo el tiempo porque no era “político” lo que estudiaban? La conclusión es apresurada, sobre todo si se tiene en cuenta que, desde la Revolución Francesa, ha cambiado muchas veces la forma de hacer política y el discurso de sus protagonistas.  

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Redes y tradiciones. Lo que quedó de manifiesto es que frente a una magna crisis económica los votantes transfieren su voto. Antes incursionaron en esa forma de hacer política en las redes, que mereció la atención de politólogos y asesores. Quedó claro que allí no se consolida una mayoría, cuando se la ha venido perdiendo en la esfera económica y social. Los “me gusta” pierden importancia cuando avanza la crisis, porque los “me gusta”, en términos electorales, no alcanzan para dar vuelta otras experiencias menos volátiles, como la pobreza. Tampoco alcanzan los “me gusta” para borrar liderazgos carismáticos, como el de CFK que, para los sectores más pobres, representa el último momento de bonanza. No digo que haya sido el último momento, digo lisa y llanamente que lo representa.

El fervor que despertaron las redes sociales es débil frente al sufrimiento, sobre todo el de quienes no son ni tan activos ni tan locuaces en esos espacios discursivos. ¿Demuestra esto que la política conserva rasgos que se daban por extinguidos?

Alberto Fernández hizo política en un sentido bastante tradicional y sigue haciéndolo, con gobernadores, sindicalistas y empresarios. Sus asesores, incluso los más jóvenes, tienen estirpe política o han pasado por la administración del Estado. Santiago Cafiero, nieto del gran peronista renovador de los años 1980, lleva un apellido emblemático. Y la gente joven que está en el equipo de Fernández no se graduó exclusivamente en un posgrado con tesis sobre “nuevas formas de hacer política”.

Intensidad. Por supuesto, el mismo Alberto Fernández fue jefe de Gabinete con Néstor Kirchner, el cargo más intensamente político del Poder Ejecutivo Nacional. CFK, la segunda de Fernández en la fórmula, es una política tradicional, respetada como senadora cuando ejerció ese cargo, y luego presidenta, con un sentido verticalista del poder. Intervenía mucho en Twitter, pero su gran éxito de campaña, antes de que la campaña comenzara, tuvo formato tradicional: ¡un libro! Meses antes, cualquiera de los estudiosos de las redes habría podido decir, con toda sinceridad, que ese era un formato medio viejo.

Y si se mira Cambiemos, Pichetto (que no es un neopolítico de Instagram) afirmó algo que saben todos los políticos desde hace décadas. Para consolidar a Macri después de la derrota, no habló de cualidades sino del lugar que ocupa: “No hay un proyecto político que funcione si no tiene liderazgo. Yo creo que ese líder es Macri”. Larreta, cuyo proyecto es disputar ese liderazgo, fue claro cuando dejó la discusión para “más adelante”.

A una “falta de política” se refirió Monzó cuando criticó al macrismo, en un audaz gesto político. Lo que criticaba Monzó era la incapacidad del PRO para armar acuerdos puntuales más amplios que Cambiemos y de estilo más generoso. Criticaba claramente la política de Macri y Peña, que profesan otra idea del poder. Vidal, después de las elecciones donde resultó derrotada, se expresó como lo hubiera hecho cualquiera formado en la escuela territorial del duhaldismo: ganamos en tales y tales distritos, donde se impusieron nuestros intendentes; aumentamos el número de diputados y senadores provinciales; allí donde entró, “nuestra gente” tiene cuatro años para hacer política desde las instituciones. Hace décadas que se evalúa de tal modo. Por tanto, Vidal aprendió, pero no aprendió nada nuevo, sino lo que necesita saber para seguir haciendo política, ya que se propone la tarea política de desplazar a Macri del liderazgo.

Hacen política no solo los que la hacen como a mí me gusta. Pichetto hizo política toda su vida. En su pase al macrismo demostró como nadie que “hacer política” es ocupar lugares y, si es necesario, cambiar el discurso. Antes fue más bien prudente; hoy representa a una derecha que se mira en el espejo de Bolsonaro. Hay que tener muñeca para terminar donde terminó Pichetto. Cambiar de bando también es hacer política. Ejemplos sobran.