Resulta muy difícil hacer keynesianismo en la Argentina sin la posibilidad de endeudarse. En efecto, “agregarle” gasto a la economía, desde el Estado, para compensar la caída del gasto privado, requiere que los fondos respectivos vengan “desde afuera”, ya sea desahorrando lo que se haya podido ahorrar en el exterior, ya sea obteniendo préstamos del resto del mundo.
El Estado argentino mantiene un escenario conflictivo con sus acreedores financieros. Arrastra deuda en default con los países más importantes (Club de París) y con tenedores de bonos que no entraron al canje de 2005 (quienes han trabado embargos y mantienen acciones judiciales en Nueva York y otras capitales). Manipuló las cifras oficiales de inflación, de manera que resulta difícil colocar deuda indexada en pesos (casi la única variante de colocar deuda en moneda local de largo plazo), y tiene juicios pendientes con accionistas de empresas proveedoras de servicios públicos ante tribunales internacionales de arbitraje.
Además, no mantiene una relación fluida con el FMI, pese a ser miembro activo del club.
Con este panorama, la única fuente de endeudamiento fue, en los últimos tiempos, el amigo Chávez. Pero el presidente venezolano compra deuda argentina a la mañana, cobrando tasas elevadas, y la “liquida” por la tarde, en el mercado internacional.
Ese mercado sólo acepta deuda argentina si tiene rendimientos exuberantes, como si fueran, en la práctica, papeles en default.
Encima, ahora, a nuestro democrático hermano bolivariano se le desplomó el precio del petróleo, con lo que tampoco tiene demasiados recursos para sus aventuras populistas, dentro y fuera de su país.
Con este panorama, el Estado no tiene más remedio que “vivir con lo suyo” o, mejor dicho, “vivir de lo nuestro”. Se podrá argumentar que, en medio de la crisis financiera global, resulta difícil, de todas maneras, colocar deuda, lo cual es cierto.
Sin embargo, esta semana, países como Colombia y Brasil accedieron al mercado internacional de capitales a tasas razonables, y pronto lo seguirán otras economías emergentes.
Pero el hecho de que el Estado no pueda colocar deuda y deba financiar cada aumento de gasto sacándole los fondos a algún otro actor del sector privado genera una situación curiosa en la política económica de estos días.
Durante los días finales de 2008, la Presidenta no paró de anunciar líneas de crédito y planes de aumento de gasto para alentar el crecimiento de la economía. Durante los primeros días de 2009, en cambio, ya sin la carpa en Olivos y los conocidos de siempre aplaudiendo en primera fila, el Gobierno se encarga de anunciar cómo se financia, en parte, ese aumento del gasto. Cristina dio las buenas noticias, de las malas se encargan sus ministros.
Se anunciaron créditos para la compra de automóviles y otros destinos. Los fondos provienen, en su mayor parte, del dinero que tenían depositadas las AFJP, por cuenta y orden de sus aportantes, en el sistema financiero.
Esos fondos ya eran crédito a otros, o era liquidez de los bancos “ahorrada” en el Banco Central. Hay otros, entonces, con menos crédito disponible, o hay liquidez inyectada al sistema que, efectivamente, se traduce en reactivación de la demanda.
Pero los créditos son a tasa subsidiada, es decir a tasas que, por ahora, están bien por debajo de la verdadera tasa de inflación, o de la tasa que hoy pagan, por plazos fijos de alto monto, las entidades financieras.
¿Quién paga ese subsidio?El financiamiento proviene en gran parte de la ANSES, los actuales y futuros jubilados que, en lugar de acumular en su “fondo de garantía”, una rentabilidad que compense la inflación, acumulan una renta inferior.
Se anunciaron, a su vez, aumentos de gasto o reducciones de impuestos (pagos por única vez a jubilados y asalariados públicos, eliminación de la tablita en el Impuesto a las Ganancias, etc.).
Ese aumento de gastos se financia con más impuestos o con fondos acumulados por el sector público en el pasado.
¿Qué impuestos se aumentaron? En realidad, más que aumentos de impuestos explícitos, se anunciaron reducciones de subsidios en tarifas eléctricas y de gas, en peajes, y ahora le seguirán el transporte y otros servicios. Dicho de otra manera, el mayor gasto se financia con los aportes de quienes consumen electricidad, gas, peajes o viajes en transporte público.
Entiéndase bien, no digo que no había que aumentar estos precios, simplemente estoy describiendo las fuentes de financiamiento de los generosos anuncios de diciembre. Por la parte de la expansión del gasto que se financia con fondos ya acumulados en cuentas oficiales, otra vez estos fondos ya estaban dando liquidez al sistema financiero, en su mayoría en la banca oficial, de manera que alguien se quedará sin crédito.
Y falta todavía el esquema de pago de deuda pública que vence este año, donde también habrá que recurrir, en parte, a fondos propios.
Cuando un gobierno anula la posibilidad de colocar deuda en los momentos de vacas flacas, tiene poco margen para ser generoso con el gasto, y otro tiene que pagar.
Como el protagonista de algún cuento de misterio, el Gobierno es keynesiano de día, pero ortodoxo de noche.